El purgatorio
De la tarde de gloria a la tarde infernal; eso dec¨ªan por el tendido. Y no era para tanto: el portugatorio y gracias. Y adem¨¢s, a eso est¨¢ ya acostumbrada la afici¨®n. Cada corrida es un purgatorio de toros inv¨¢lidos o de pegapases pelmazos o todo a la vez. Y, si puede, la afici¨®n se agarra a un clavo ardiendo. Si por ejemplo va uno y cuaja tras pases, o un toro toma dos puyazos sin caerse, vale para decir que salvaron la tarde. Hay sus excepciones, por supuesto. Una de ellas fue el d¨ªa que llovieron orejas en la Maestranza; el de la glorificac¨®n de Curro, Fara¨®n de Camas, capricho del Baratillo, que est¨¢ desde entonces sentado a la diestra de Dios Padre intentando explicarle c¨®mo se da el kikirik¨ª. La tarde del d¨ªa despu¨¦s la salv¨® Pep¨ªn Liria, quien contrastando con la pelmada que perpetraron sus colegas de terna, estuvo pundonoroso y valiente. Pep¨ªn Liria pech¨® con los dos ¨²nicos toros realmente dificultosos de la corrida, les plant¨® cara, les sac¨® faena a su manera y a uno de ellos, el de peor catadura, hasta le cort¨® la oreja.
Nu?ez / Mu?oz, Jesul¨ªn, Liria
Dos toros, de Joaqu¨ªn N¨²?ez (10 fueron rechazados en el reconocimiento), discretos de presencia, 1? flojo, encastado; 5? inv¨¢lido, pastue?o. Cuatro de Jos¨¦ Luis Pereda, de discreta presencia, varios mansos, 2? y 4? nobles, 3? y 6? dificultosos. Emilio Mu?oz: pinchazo hondo atravesado bajo y descabello (algunos pitos); pinchazo, otro hondo, rueda insistente de peones y descabello (silencio). Jesul¨ªn de Ubrique: bajonazo (silencio); estocada corta (ovaci¨®n y salida al tercio). Pep¨ªn Liria: estocada (aplausos); estocada ladeada (oreja).Enfermer¨ªa: El pe¨®n Alejandro Escobar, cogido al banderillear al 6?, intervenido de cornada menos grave en un muslo, que compe fibras del m¨²sculo vasto interno. Plaza de la Maestranza, 18 de abril. 9? corrida de feria. M¨¢s de tres cuartos de entrada.
El toro de la catadura peor hab¨ªa salido sexto y le cambi¨® el car¨¢cter, para mal, al concluir el tercio de banderillas. Posiblemente le cambi¨® porque le peg¨® una cornada a un pe¨®n. Toro que alcanza el bulto y hace presa, cuidado con ¨¦l: ¨¦se ya sabe.
Una cornada seca le peg¨® el sexto toro al pe¨®n Alejandro Escobar cuando reun¨ªa un par de banderillas. Son las cornadas peores. Tira el toro contundente el derrote y si lleva buido el pit¨®n puede entrar el cuerno hasta la mazorca. Es como una pu?alada tabernaria. La suerte ser¨¢ que no afecte zonas vitales, y eso es lo que ocurri¨®, afortunadamente.
No est¨¢ uno muy seguro de que hiciera bien Pep¨ªn Liria interviniendo en la brega del toro para pon¨¦rselo en suerte al pe¨®n Escobar. Presentaba el capote Ecijano II con ese prop¨®sito, el toro parec¨ªa no hacerle caso de momento y entonces Pep¨ªn Liria, que aguardaba la conclusi¨®n del tercio junto al burladero de capotes, se adelant¨® montera en mano, llam¨® la atenci¨®n del toro y este se movi¨® lo suficiente para ¨¦ncarar al banderillero.
No es as¨ª, avisado y encampanado -seg¨²n qued¨®- como suelen querer al toro para la suerte los banderilleros, pero Alejandro Escobar lo acept¨® y corri¨® de frente. Justo al reunir sali¨® prendido, le gir¨® el cuerpo sobre el pit¨®n y cay¨® desmadejado e inerme. La sensaci¨®n era de cornada seria, lo que desmin¨ª¨® el parte facultativo y pudo concluir la fiesta en paz.
En paz aunque no sin sobresaltos. El toro, al que recibi¨® Pep¨ªn Liria a porta gayola, desarrollaba sentido y el diestro se fajaba con ¨¦l por derechazos recrecido y fragoroso. Lo tmb¨® de una estocada y le dieron la oreja. El tercero tambi¨¦n result¨® incierto y lo mulete¨® con similar entrega, sin que tuviese entonces el mismo reconocimiento del p¨²blico.
La gente c¨®mo es. La gente a veces es seg¨²n le d¨¦. Por lo que pudo apreciarse le hab¨ªa dado por Emilio Mu?oz, que es de la tierra, y le aplaud¨ªa lo poco que hiciera, pero no tuvo en el torero ninguna correpondencia. Al primer toro, porque se le col¨® una vez, lo liquid¨® de inmediato. La nobleza del cuarto s¨®lo le sirvi¨® para dar unas tandas a izquierdas y derechas sin ¨¢nimo ni templanza.
Vino luego Jesul¨ªn y peg¨® la paliza. Desde luego con el d¨®cil segundo pero sobre todo con el flojo quinto, superviviente del hierro N¨²?ez, que sac¨® una nobleza excepcional. Y estuvo siete minutos moli¨¦ndolo a derechazos, varios de excelente factura, el resto embarcando con el pico, la pierna contraria atrasada, pas¨¢ndoselo por la lejan¨ªa. A los siete minutos, con el toro seguramente ya enfermo de derechazos, se le ocurri¨® echarse la muleta a la izquierda. A lo mejor lo hizo por cumplir, porque no dijeran que es manco. Y, claro, a ese cite el toro ya no embisti¨®. De manera que rindi¨® su vida y su encastada nobleza, sin que lo hubieran llegado a torear de verdad.
Criar el toro bravo para que caiga en manos de un vulgar pegapases debe de ser otro purgatorio. Igual que verlo all¨ª, en el albero, embistiendo pronto, suave, humillado, sin tirar ni una sola cornada y comprobar que no le inspira nada al pegapases, ni le hace sentirse torero. De donde no hay no puede salir, dice la sabidur¨ªa popular... Quiz¨¢ por eso la irrupci¨®n de Pep¨ªn Liria, su decisi¨®n, su valent¨ªa, su verg¨¹enza profesional hicieron reaccionar a la Maestranza. Y se llev¨® una oreja; un trofeo bien ganado, importante y leg¨ªtimo, del que`puede sentirse orgulloso.
Babelia
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