Los refugiados prefieren seguir sin hablar en Sig¨¹enza
En las cuatro paredes del seminario mayor de Sig¨¹enza, antiguo monasterio de los jer¨®nimos, se encuentran enclaustrados los 102 albanokosovares que llegaron a Espa?a el pasado domingo. No pasean, no reciben a los numerosos vecinos que se acercan con juguetes, ropa y hasta sillas de beb¨¦. Tampoco hablan con los periodistas: no les dejan.
Braulio Carles, miembro de la organizaci¨®n Comisi¨®n Cat¨®lica y encargado del bienestar de los desplazados, repite que no es cosa suya, que no quiere "entrar en pol¨ªtica", y que obedece ¨®rdenes. Dice que la Guardia Civil tuvo que desalojar ayer a unos periodistas por "colarse por la cocina". "El mi¨¦rcoles al mediod¨ªa", dice, "se podr¨¢ hablar con ellos". Y expone una retah¨ªla de reproches: "Esto se ha montado en tres d¨ªas y al rev¨¦s: primero han llegado los refugiados y ahora estamos esperando personal y dinero. Hoy no tenemos nada m¨¢s que una int¨¦rprete y necesitamos entre seis y ocho".
Pero los albanokosovares permanecen ajenos a estos problemas de intendencia. Seg¨²n los que los cuidan, en torno a 40, se levantaron ayer con mejor cara. La matrona de los Crasnaci, un clan de nueve personas, el domingo no quiso bajar a cenar. Gema, su cuidadora, le tuvo que subir la sopa y la tortilla de patas a la habitaci¨®n. Lo ¨²nico que quer¨ªa, recuerda la voluntaria, era dormir durante "quince d¨ªas seguidos".
Pero ayer no se perdi¨® el 18 cumplea?os de Linda, una joven dicharachera, que celebraba su d¨ªa con una tarta y 204 pasteles: "Dos para cada uno", apostilla Roc¨ªo, otra miembro de Comisi¨®n Cat¨®lica. Y eso que hab¨ªa lentejas, legumbre que no hizo fortuna entre los desplazados de Kosovo.
Casas en llamas
El recuerdo de la destrucci¨®n y el ¨¦xodo sigue presente en la mente de todos: lo primero que les vino al l¨¢piz a los m¨¢s peque?os ayer por la ma?ana fueron casas en llamas. Pero permanec¨ªan distendidos, sonrientes, cuenta Vicky, la voluntaria de la organizaci¨®n humanitaria Comisi¨®n Cat¨®lica que los supervisa. Los chavales pasaron el d¨ªa entre peluches, juguetes, pinturas y la televisi¨®n. Pronto empezar¨¢n a ir al colegio, seg¨²n anunci¨® Braulio, y "se les tramitar¨¢ alg¨²n permiso de residencia y de trabajo". Los m¨¢s mayores, como el patriarca de la familia Crasnici, est¨¢n a la espera de transistores con capacidad para recibir noticias de lo que ocurre en su tierra y en alban¨¦s, su propio idioma. No se pasearon por el patio. Hac¨ªa fr¨ªo. Llov¨ªa. Y prefirieron quedarse en las habitaciones descansando de tanta fatiga acumulada y recibiendo la visita del m¨¦dico y el psic¨®logo.
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