Melancol¨ªa
LUIS GARC?A MONTERO No es c¨®modo vivir en una situaci¨®n de perpetuo asombro, en una atm¨®sfera ¨ªntima de extra?a melancol¨ªa que afecta al optimismo de la voluntad y de la acci¨®n. Cansado de la persistencia sentimental de algunos intelectuales que hab¨ªan abordado los problemas del pa¨ªs como si se tratara de un drama interior, Manuel Aza?a reuni¨® una peque?a colecci¨®n de art¨ªculos bajo el t¨ªtulo ?Todav¨ªa el 98!, dispuesto a denunciar la inutilidad ego¨ªsta de las almas espectaculares y a defender la acci¨®n, la militancia apasionada, la pol¨ªtica. La melancol¨ªa puede ser una forma de renuncia, un pecado original, el teatro ¨ªntimo que impide las decisiones pr¨¢cticas al conducirnos por un laberinto acolchado de pr¨®logos, dudas y cuestiones previas. Pero hay otra melancol¨ªa de la que habl¨® Larra en El d¨ªa de difuntos de 1836, esa que perteneci¨® a los liberales espa?oles de entonces y que no fue un impedimento de la acci¨®n, sino precisamente su consecuencia. Larra habla del hombre que cree en la pol¨ªtica y llega a conocerla por dentro. Espa?a es hoy tambi¨¦n, al final del siglo XX, un pa¨ªs melanc¨®lico, por razones que afectan tanto a la actualidad como al pasado. Olvidamos el cristal con vaho de una memoria rotunda que est¨¢ pegada en los talones. En apenas 25 a?os, nos hemos alejado hasta el infinito de una realidad que forma parte, sin embargo, de nuestra experiencia m¨¢s cercana, de un ayer perdido en fotograf¨ªas que no tuvieron tiempo de amarillear. El recuerdo inmediato dobla y guarda en el armario las im¨¢genes del subdesarrollo, las carreteras prehist¨®ricas y retorcidas con quejas de chicharra, los trenes cargados de emigrantes, las tardes de domingo con jardines llenos de criadas y soldados, las caras secas de los campesinos, el milagroso evento de un coche o de cualquier electrodom¨¦stico y los autobuses poblados ruidosamente por familiares de piel rojiza que viajaban con gallinas, tortillas de patatas, hogazas de pan y tripas de chorizo. ?Sufre el tiempo hist¨®rico la misma prisa en todas las generaciones? Creo que no, porque no siempre se pasa del subdesarrollo a la modernidad en 25 o 30 a?os. Los recuerdos ex¨®ticos no son s¨®lo patrimonio de los abuelos, sino tambi¨¦n de muchos padres que arrastran todav¨ªa una sorprendida voluntad juvenil. Hemos entrado en la modernidad, somos Europa y ya la conocemos por dentro. Pese al bienestar y a la suficiencia del pensamiento ¨²nico, muy pocos espa?oles pensativos pueden salvarse de la melancol¨ªa de Larra. Ser¨ªa absurdo defender que el tiempo pasado fue mejor, pero duele que la modernidad conquistada no sirva para solucionar heridas que identific¨¢bamos con el pasado. La pobreza que ronda a una parte significativa de la poblaci¨®n, la miseria cultural, los bajos ¨ªndices de lectura, el militarismo, las pasiones nacionalistas y el desamparo de las v¨ªctimas pertenecen a nuestra nueva experiencia de la modernidad. Y la bochornosa degradaci¨®n de la pol¨ªtica es s¨®lo un s¨ªntoma, el s¨ªmbolo de una sociedad que ha sustituido la transparencia del futuro por un cristal opaco. En un presente perpetuo, nos limitamos a justificar nuestras corrupciones denunciando los asuntos oscuros del otro.
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