"Una ligera admonici¨®n"
Discurso ¨ªntegro del acad¨¦mico Francisco Ayala durante la entrega de premios.
"Nada puede ser m¨¢s grato para m¨ª que una ocasi¨®n como ¨¦sta, en que se me da la oportunidad de hablar, entre periodistas, del periodismo. Mi larga vida ha estado ligada desde muy pronto a esta profesi¨®n, y a ella sigue ligada hasta el d¨ªa de hoy mismo. Retrospectivamente, me veo -muchacho de 18 a?os- elaborando el texto de telegramas en una redacci¨®n madrile?a. Desde aquel remot¨ªsimo entonces he trabajado y colaborado en los mejores diarios de nuestra lengua: en El Sol de Madrid, reci¨¦n fundado por Ortega y Gasset, en La Naci¨®n, de Buenos Aires, que acogi¨® mi indigencia de exiliado, y por fin, en EL PA?S, este diario que acaba de entregar unos premios prestigiados con el nombre de aquel gran maestro. Peri¨®dicos todos ellos que han sabido combinar el arte de la informaci¨®n p¨²blica con el arte de las bellas letras, en cuyo cultivo se cifr¨® desde siempre mi vocaci¨®n m¨¢s profunda. Tengo, pues, justificaci¨®n plena para celebrar los m¨¦ritos de una profesi¨®n, de una actividad, con la que estoy bien familiarizado. Y as¨ª, ya cuando en 1983 fui elegido miembro de la Real Academia espa?ola, no vacil¨¦ en dedicar mi discurso de ingreso a analizar "la ret¨®rica del periodismo".Pero el periodismo no es s¨®lo, ni lo es de modo primordial, un g¨¦nero literario. El periodismo es un instrumento de poder p¨²blico -el cuarto poder fue llamado en adici¨®n a los cl¨¢sicos tres poderes del Estado liberal-, se le consider¨® como una instituci¨®n pol¨ªtica al margen de la democracia, pero esencial para su funcionamiento, tanto es as¨ª que, ya en la ¨¦poca en que este muchacho que era yo se aplicaba a inflar telegramas en una modesta redacci¨®n, era f¨¢bula asentada la de que con un art¨ªculo editorial pod¨ªa tumbarse a un Gobierno (de hecho, un art¨ªculo de Ortega y Gasset en El Sol ser¨ªa muy luego el empuj¨®n que derribara la claudicante monarqu¨ªa de Alfonso XIII).
Siendo, pues, el periodismo un instrumento de tan formidable importancia pol¨ªtico-social, est¨¢ claro que aquella prensa heredada del siglo XIX en el primer cuarto del nuestro deber¨ªa en lo sucesivo transformarse de continuo al mismo comp¨¢s de los cambios experimentados por la sociedad sobre la que operaba. Y ?qu¨¦ cambios no habr¨¢ experimentado nuestra sociedad a lo largo de este siglo XX ya tan cercano a su t¨¦rmino! No dudar¨ªa yo en afirmar que durante ¨¦l se ha completado, mediante sucesivas revoluciones tecnol¨®gicas, la transformaci¨®n m¨¢s radical vivida por la humanidad durante el curso entero de la historia universal. Seguimos a¨²n llamando alguna vez la prensa al conjunto de los poderosos medios de comunicaci¨®n que han llegado a penetrar a la presente inmensa sociedad de masas; que la sostienen y b¨¢sicamente la dirigen; pero este complejo aparato se encuentra ya demasiado lejos de aquella prensa que yo conoc¨ª en mi juventud: aquellos diarios de corta envergadura aunque refinados, y bastante influyentes en la sociedad burguesa, en los que empec¨¦ a ver con ilusi¨®n mis precoces escritos impresos en letras de molde. Si los prodigiosos avances tecnol¨®gicos tra¨ªdos por las sucesivas fases de la revoluci¨®n industrial, en particular por la ¨²ltima de ellas, la electr¨®nica, han transformado de arriba a abajo la sociedad, tanto en este pa¨ªs nuestro como en el resto del planeta, alterando desde la ra¨ªz la vida de los hombres y cambiando las mentalidades, las conductas pr¨¢cticas, las actitudes de la gente frente al mundo, a nadie se le escapar¨¢ el hecho de que tales mutaciones se han efectuado mediante la acci¨®n de los medios de comunicaci¨®n p¨²blica. Y aunque sigan existiendo y mantengan su vigencia oficial las instituciones tradicionales del Estado, y contin¨²en prestando todav¨ªa servicio, no puede caber duda de que las relaciones de poder en el seno de la sociedad actual son muy distintas de las establecidas cuando esas instituciones fueron creadas. Basta recordar lo que sociol¨®gicamente era aquella prensa de la ¨¦poca burguesa, dependiente del Gobierno -aunque fuese en su funci¨®n opositora-, por contraste con los ampl¨ªsimos y tan diversos medios de comunicaci¨®n actuales, que ning¨²n Gobierno es a la postre capaz de dominar, por mucho que siguiendo la natural tendencia a monopolizar el poder, se lo proponga arduamente.
No quisiera extenderme demasiado en estas consideraciones; y por lo dem¨¢s, apenas har¨ªa falta hacerlo, despu¨¦s de lo dicho, pues es cosa muy evidente; apenas har¨¢ falta, digo, subrayar ante las nuevas generaciones de periodistas que se aprontan a emplearse en el manejo de tal o cual sector del complejo aparato de la publicidad, que el desarrollo enorme de los medios de comunicaci¨®n, de acuerdo con las condiciones de la sociedad actual, les impone, por una parte, la necesidad de preparaci¨®n muy especializada, y por otra parte, la necesidad de mantener un aguzado sentido de la responsabilidad personal.
En efecto, el periodista debe poseer -esto por supuesto- un buen conocimiento de los refinados recursos que la tecnolog¨ªa pone en su mano para el desempe?o de una actividad que constituye servicio p¨²blico, y al mismo tiempo debe tener tambi¨¦n conciencia del poder que ello le confiere sobre sus semejantes, con clara noci¨®n de las obligaciones ¨¦ticas anejas al ejercicio de ese poder. Y cuando hablo de su preparaci¨®n t¨¦cnica no me refiero, enti¨¦ndase bien, tan s¨®lo al manejo diestro de los cien mil artilugios usados hoy en un oficio que en el pasado se limitaba en el mejor de los casos a utilizar una m¨¢quina de escribir y quiz¨¢ una c¨¢mara fotogr¨¢fica. Me refiero sobre todo al conocimiento y adecuado empleo del idioma, cuyo modelo pr¨¢ctico, por m¨¢s esfuerzos que pueda hacer la Academia Espa?ola, lo establece en definitiva el lenguaje difundido e impuesto a trav¨¦s de los medios de comunicaci¨®n. De la limpieza o deterioro de nuestra lengua son, pues, responsables quienes diariamente se dirigen al p¨²blico, sea verbalmente o por escrito, desde las diversas tribunas.
En cuanto al deber de atenerse a un c¨®digo de rectitud moral, siendo conscientes siempre del poder que los medios de comunicaci¨®n confieren al periodista, toda insistencia ser¨ªa poca. Ciertas desviaciones de este deber, tan flagrantes algunas como esa conducta period¨ªstica a la que se denomina amarillismo, habr¨¢ existido m¨¢s o menos extendida en otras ¨¦pocas pero en la actual resulta de alcance y consecuencias mucho m¨¢s da?inas, a la misma vez que de m¨¢s dif¨ªcil control. Capacitaci¨®n profesional y conciencia c¨ªvico-moral son, pues, los requisitos b¨¢sicos exigibles para quien quiera dedicar su vida al ejercicio de la profesi¨®n period¨ªstica.
Para poner t¨¦rmino a mi ligera admonici¨®n, s¨®lo me resta ya el agradable momento de felicitar a quienes han sido distinguidos con estos Premios y de agradecer su paciencia a cuantos amigos han tenido la bondad de escucharme".
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