Palabras con alas
Despu¨¦s de un a?o de hacer trabajos a destajo, finalmente fui admitida en 1976 como correctora de pruebas de planta de Carlos Valencia Editores: el honroso nombramiento oficial no ten¨ªa mucho de bueno: no s¨®lo pagaba mal, sino que supon¨ªa adem¨¢s estar bajo el constante escrutinio del jefe, que adem¨¢s era mi padre; pero, por otra parte, val¨ªa todo el oro del mundo, porque me permit¨ªa el libre acceso al anaquel de los diccionarios. A?os despu¨¦s fui la due?a y se?ora de ese anaquel; pero en ese momento era una adolescente torpe y emocionada que me dispon¨ªa a aprender mi primera lecci¨®n en el oficio. "T¨² no sabes nada", me dijo mi pap¨¢. "Para eso est¨¢n los diccionarios". Ah¨ª estaba el Peque?o Larousse ilustrado, mi despreciado compa?ero de infancia; el Breve diccionario etimol¨®gico de Corominas; el Diccionario de dudas de Seco; el Diccionario de la lengua espa?ola y el de do?a Mar¨ªa Moliner, por supuesto; el Oxford companion to music; el Appleton's ingl¨¦s-espa?ol y el Oxford y un diccionario de lat¨ªn y uno de griego y otros m¨¢s que no recuerdo y dos tomos viejos de cuero seco, cuyos lomos anunciaban con cara de sabios c¨ªnicos sus limitaciones en la vida: R. J. Cuervo, Diccionario de construcci¨®n y r¨¦gimen de la lengua castellana, I, A-B; II, C-D. La edici¨®n que yo ten¨ªa era de 1953 y de 1954, respectivamente, y en ella no se hab¨ªa a?adido ni una coma a la edici¨®n original de 1886, el primer tomo, y 1893, el segundo. Cuando el Instituto Caro y Cuervo finalmente lo public¨® completo, en 1994, ten¨ªa ocho tomos. Pero en 1976 a m¨ª me parec¨ªa que esos dos tomos preludiaban anaqueles y anaqueles de sabidur¨ªa.Y as¨ª se lo debi¨® haber parecido tambi¨¦n a don Rufino Jos¨¦ Cuervo cuando se embarc¨®, en 1872, en la maravillosa tarea de hacer un diccionario que en lugar de momificar las palabras les diera alas. Porque eso es lo que hace el Diccionario de construcci¨®n y r¨¦gimen: toma las palabras y las encuadra "en su ambiente propio, en el ambiente mismo de la sintaxis, en el cual, por decirlo as¨ª, el propio uso de la lengua muestra la plenitud de su ser", como dice la introducci¨®n a la nueva edici¨®n.
Cualquiera que haya logrado pasar del analfabetismo total en materia de computadores al analfabetismo funcional en el que m¨¢s o menos nos movemos, todos saben que la ¨²nica manera de lograrlo es resolver primero el interrogante m¨¢s obvio; que no es, por supuesto, "c¨®mo funciona un computador", sino "para qu¨¦ quiero hacerlo funcionar". Algo as¨ª pasa con las palabras: ellas solas no nos sirven para nada; depende de qu¨¦ queremos decir. Y el Diccionario de construcci¨®n y r¨¦gimen es el lugar donde queremos estar si tenemos dudas -y no pasa un d¨ªa sin que las tengamos- sobre c¨®mo se usa esta o aquella palabra. Pero tambi¨¦n es el lugar donde queremos estar si no tenemos nada mejor que hacer, porque el diccionario de don Rufino Jos¨¦ es adem¨¢s incre¨ªblemente divertido.
Don Rufino Jos¨¦ Cuervo sab¨ªa que lo que estaba haciendo era especial, que no nos quepa la menor duda: cuenta do?a Elisa M¨²jica que ¨¦l y su hermano ?ngel viv¨ªan en el antiguo barrio de la Candelaria, en Bogot¨¢, y que all¨ª ten¨ªan una f¨¢brica de cerveza, con cuyo beneficio esperaban pagar un viaje a Francia a publicar sus escritos; y que un d¨ªa se le apareci¨® a ?ngel, en la antigua casa del virrey don Jos¨¦ de Ezpeleta, un fantasma que le se?al¨® una pared; tras ella, ?ngel descubri¨® un tesoro, y ese tesoro pag¨® la primera edici¨®n, hecha en Par¨ªs por Roger y F. Chernoviz, Libreros Editores.
Tuvimos que esperar casi cien a?os para poder tener en nuestras manos el diccionario completo, en el cual trabaj¨® ininterrumpidamente el Instituto Caro y Cuervo desde 1942, a?o de su fundaci¨®n. Vali¨® la pena. Como vale la pena mirar y remirar sus p¨¢ginas, para aprender todos los d¨ªas que las palabras son nuestras y de nadie m¨¢s, y que podemos usarlas casi como nos d¨¦ la gana.
Babelia
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