Ripstein y Egoyan elevan el nivel de calidad con dos pel¨ªculas de formidable dificultad
David Mamet logra una magistral filmaci¨®n del drama de Rattigan "El chico de los Winslow"
ENVIADO ESPECIALEl mexicano Arturo Ripstein y el canadiense Atom Egoyan, con El coronel no tiene quien le escriba y El viaje de Felicia, respectivamente, elevaron ayer el list¨®n de las calidades con poderosos, dif¨ªciles y refinados trabajos de escritura y puesta en escena llenos de inteligencia y precisi¨®n. Ambas pel¨ªculas alcanzan una intensidad dram¨¢tica y una continuidad emocional que rozan la maestr¨ªa que, fuera del concurso, reconocemos tambi¨¦n en la versi¨®n de David Mamet del c¨¦lebre drama de Terence Rattigan El chico de los Winslow.
Si en la primera semana concursaron s¨®lo cuatro pel¨ªculas de fuste -Wonderland , de Michael Winterbottom; Kadosh, de Amos Gitai; Todo sobre mi madre, de Pedro Almod¨®var, y El emperador y el asesino, de Chen Kaige, a la que los franceses a?adir¨¢n una quinta, El tiempo reencontrado, de Ra¨²l Ruiz-, desde ayer, primer d¨ªa de la segunda semana, hay dos m¨¢s que no merecen irse de aqu¨ª como vinieron, sino con alguna condecoraci¨®n bajo su t¨ªtulo, porque ambas son haza?as cinematogr¨¢ficas, adaptaciones magistrales de relatos novelescos formalmente complejos, sobre todo en lo relativo a la combinaci¨®n de tiempos narrativos.La novela El viaje de Felicia, de William Trevor, en la que se basa el filme de Egoyan, se mueve sobre tres tiempos, y El coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, discurre a caballo entre dos. Esto obliga habitualmente a los escritores y directores de pel¨ªculas a acudir al recurso de la rememoraci¨®n subjetiva, el llamado flash back, una vieja convenci¨®n llena de peligro de arritmias y de amenazas de agujeros de la rutina y la antigualla. Pero en sus versiones filmadas que vimos ayer, esta ranciedad formal ha sido sorteada con endiablado ingenio en el caso de Egoyan y con severa autoexigencia en el de Ripstein. Estamos ante dos modelos de recreaci¨®n cinematogr¨¢fica de dificultosos entramados de tiempos novelescos, en las ant¨ªpodas de la traducci¨®n a la pantalla al por mayor de novelas y noveluchas, que es una de las pestes que asaltan al cine actual.
Sugerencias el¨ªpticas
Ripstein acepta el riesgo del magn¨ªfico gui¨®n de Paz Alicia Garc¨ªadiego y renuncia con ¨¦l a visualizar el tiempo pasado que se agita dentro, y que detiene, el tiempo presente del relato de Garc¨ªa M¨¢rquez. Convierte a la imagen del ayer en una zona oculta, pero perceptible como tal imagen oculta, a trav¨¦s de infalibles sugerencias el¨ªpticas. Carga la prueba de fuerza en un claroscuro de su estilo tenebrista y, narrando con c¨¢mara exterior, jam¨¢s subjetiva, todo el entramado de los sucesos en ahora, hace gravitar enteramente este ahora sobre el antes, un antes que gradualmente se va convirtiendo en ahora o en un signo indispensable para entender qu¨¦ ocurre en la pantalla.
Pasado y presente se funden, sin un solo flash back, en un ¨²nico tiempo, creado por la formidable capacidad de absorci¨®n que tienen los encuadres m¨®viles de los largos y enrevesados planos secuenciales que caracterizan a los trazados esc¨¦nicos de este gran cineasta mexicano. El cine devora a la novela, la engulle sin dejar rastro de ella mediante una mutaci¨®n en su naturaleza, en su sustancia literaria, que queda diluida en la formalizaci¨®n del tiempo cinematogr¨¢fico inspirado en ella. Y surge la paradoja: nunca la literatura de Garc¨ªa M¨¢rquez tuvo tan alto grado de existencia cinematogr¨¢fica como en este Coronel, de donde ha sido arrancada y barrida con toda fidelidad.
Egoyan, para desembarazarse del mismo lastre novelesco de la rememoraci¨®n -tan natural y ligada a la narrativa literaria-, emplea armas y argucias opuestas a las de Ripstein: en El viaje de Felicia no funde en uno los tres tiempos relatados por la novela de William Trevor, sino que por el contrario acent¨²a las fronteras entre ellos, haciendo tres tipos de filmaci¨®n y creando tres puntos de vista, uno para cada tiempo, lo que permite hacerlos reconocibles inmediatamente y luego encadenarlos, combinarlos y coordinarlos sobre un bastidor o una estructura musical ritualizada, de orden casi ceremonial, que nos deja entrar en cada tiempo sin esfuerzo de entrada y sin tener que retroceder o avanzar una vez y otra hacia ¨¦l. De principio a fin del metraje estamos situados simult¨¢neamente en los tres tiempos en que los sucesos suceden. Unidad secuencial para la fragmentaci¨®n temporal. Misteriosa lectura rectil¨ªnea de una l¨ªnea quebrada.
Se trata de dos pel¨ªculas complejas e importantes, dos prodigios de ingenio para resolver una de las m¨¢s delicadas curvaturas de la articulaci¨®n del lenguaje cinematogr¨¢fico. Son obras completamente distintas en estilo y en proceso formalizador. Pero hay algo que las enlaza: no son pel¨ªculas desp¨®ticas ni predigeridas, de las que se ven pasivamente, sino que requieren un esfuerzo de participaci¨®n del espectador, que as¨ª ve crecer su libertad frente a la pantalla donde se proyectan. Sus alquimias de lenguaje no son oscurantistas ni impiden su transparencia ni obstaculizan su empuje y su capacidad de arrastre. Son gran cine, ¨¢gil y n¨ªtido por fuera, pero atestado de elaboraci¨®n interior.
Adem¨¢s, la interpretaci¨®n de Bob Hoskins en El viaje de Felicia es eminente, pero la de Marisa Paredes en El coronel no tiene quien le escriba no va a la zaga del maestro ingl¨¦s. Y si al gozo de asistir a la primera proyecci¨®n p¨²blica de estas extraordinarias obras unimos el que proporciona contemplar la recreaci¨®n por David Mamet de la geometr¨ªa esc¨¦nica con que Terence Rattigan dibuj¨® para siempre el c¨¦lebre caso de El chico de los Winslow, ayer fue aqu¨ª un d¨ªa de cine completo e insuperable.
Babelia
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