Peque?a historia de un aviador nocturno
Los pilotos aliados extreman las cautelas, deben pedir luz verde incluso antes de lanzar cada bomba
ENVIADO ESPECIALEn la base militar de Aviano, la principal plataforma de la campa?a aliada, junto a Venecia, estallan los contrastes. El recortado c¨¦sped linda con las pistas de aterrizaje. Proliferan las amapolas, venteadas por el continuo subir y bajar de los m¨¢s sofisticados y mort¨ªferos aviones de guerra. La gravedad de los rostros se encara a la belleza del paisaje alpino. Un cafarna¨²m de estruendos rompe cada dos minutos el ordenado silencio de la milicia tecnol¨®gica, cuya potencia y precisi¨®n abruman incluso al m¨¢s encendido partidario de la batalla por la liberaci¨®n de los kosovares. Aqu¨ª se preparan y duermen, de aqu¨ª salen los pilotos. Algunos parecen casi ni?os. Conducen los mejores aparatos. Pero arriesgan la vida. De d¨ªa y de noche.
Aviano alberga capacidad para un centenar de aviones, de reconocimiento y de bombardeo. Ahora hay 190: F-16, F-18, Strike-Eagle, Predator, Prowler y otros nombres rimbombantes... Desbordan los hangares cuidadosamente iluminados. Campan al raso, prietos como en un estacionamiento de autom¨®viles.
Doce bases
Adem¨¢s del ruido, lo que m¨¢s sorprende es esa densidad. Como impresiona el omnipresente mapa de las bases utilizadas en este pa¨ªs por la operaci¨®n Fuerza Aliada. Son 12, Sigonella, Gioia del Colle, Vicenza, Aviano..., en el sucinto espacio de esta breve pen¨ªnsula. Doce morones-de-la-frontera. S¨®lo eso ilustra mejor que cualquier discurso las tensiones pol¨ªticas que la campa?a de la OTAN suscita en Italia. Y recuerda sus profundas ra¨ªces atlantistas, no en vano Eisenhower la liber¨® del fascismo, mientras que a?os despu¨¦s se paseaba con el caudillo espa?ol, Francisco Franco, en Rolls por la Castellana. Tambi¨¦n estas diferencias se palpan bajo el ajetreo de Aviano.
D.C. es uno de los 4.000 habitantes de la base. Naci¨® en Kentucky. Tiene 29 a?os y rostro de 17. Usa seud¨®nimo, como todos sus colegas, imperativo de la seguridad. Vuela de noche. Tras seis a?os de preparaci¨®n y entrenamiento, ¨¦sta es su primera campa?a de fuego real. Cuando le preguntas por el momento de mayor tensi¨®n, responde, denso y parco, con un deje de temblor controlado: "Cada vez que cruzo la frontera". Y lo hace con bastante frecuencia, cuatro o cinco veces por semana. Es el momento, los momentos de la verdad, del todo o nada.
?Por qu¨¦ est¨¢ aqu¨ª? Para servir "a mi pa¨ªs, que est¨¢ involucrado en esto" y "porque me gusta volar". A D.C. le sorprende que con el nivel de impactos logrados diariamente, la resistencia de las fuerzas del dictador de Belgrado "est¨¦ durando tanto". El joven de Kentucky no dispara, protege a sus colegas. Pilota un EA6-B/Prowler, un aparato que emite se?ales electr¨®nicas destinadas a descuajaringar los radares enemigos. Todos los d¨ªas se prepara en sesiones de planificaci¨®n t¨¢ctica, de una a tres horas, la concreci¨®n detallada de los planes estrat¨¦gicos, elaborados en Mons (B¨¦lgica) y Vicenza, cuya elaboraci¨®n requiere tres d¨ªas de trabajo por operaci¨®n. Estas sesiones se traducen en misiones con una horquilla de entre tres y siete horas. D.C. no dispara, pero arriesga. Debe permanecer en la escuadrilla de ataque, desorganizando las defensas serbias, mientras los dem¨¢s apuntan a los blancos, hasta el final.
El joven parco en palabras asegura que "los controles se han multiplicado" para evitar al m¨¢ximo las v¨ªctimas entre la poblaci¨®n civil. No cree protagonizar una guerra apasionada, no adhiere pegatinas o leyendas a su fuselaje, como suced¨ªa en las dos ¨¦picas guerras mundiales. En realidad, no tiene avi¨®n propio, se rota entre los distintos miembros de la escuadrilla. D.C. cree participar en una guerra precisa y limpia.
20.000 misiones
Si se le inquiere por qu¨¦ tipo de apoyo prestan los pilotos a sus colegas envueltos en uno de los casos de error o desgracia, responde, algo sorprendido: "No conozco a ninguno". Cuesti¨®n de estad¨ªstica. Son miles, han realizado m¨¢s de 20.000 misiones, mientras los "da?os colaterales", aparatosos y lamentables, apenas alcanzan la docena.
Pero es que adem¨¢s, los pilotos aliados no s¨®lo est¨¢n centrados en el adversario, sino concentrados sobre ¨¦l: "?sta es una campa?a contra las fuerzas serbias", recuerda D.C. Mientras otros aviones despegan rugiendo, intermitentes, su jefe, el coronel Duke -tambi¨¦n seud¨®nimo-, cincuent¨®n, es el ¨²nico que no se tapa los o¨ªdos, una cuesti¨®n de veteran¨ªa.
Tambi¨¦n para Duke la precisi¨®n es, tras la autoprotecci¨®n, el principal mandamiento. "Antes de bombardear un objetivo, debemos pedir permiso, y para obtenerlo, estamos obligados a describir con todo detalle su tama?o, color, apariencia, entorno, si se aprecia o no la presencia de civiles en las cercan¨ªas", explica. "En algunos casos, m¨¢s delicados, hay que pedir permiso previo para cada bomba", detalla. Sucede as¨ª, por ejemplo, con los puentes. "Pese a todo, a veces nos resulta imposible adivinar que Milosevic ha infiltrado escudos humanos", lamenta.
Duke es m¨¢s contundente que su disc¨ªpulo. Aviador orgulloso de su especialidad, desea, como casi todos los uniformados -aunque a muchos les cuesta confesarlo ante terceros-, que las tropas de tierra entren en acci¨®n. "Entre ambas fuerzas, atacar¨ªamos de verdad, y esto se acabar¨ªa pronto", musita. "Pero eso s¨ª, que se sepa que entonces habr¨ªa muertos, de los nuestros", alerta.
Detr¨¢s, el sol se pone, entre los Alpes nevados, mientras tiemblan las amapolas.
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