Poner puertas al mar
KOLDO UNCETA Ya no bastan las patrulleras que surcan el estrecho a la caza de pateras para impedir que las gentes que vienen de Africa, intentando cambiar su suerte, consigan llegar a tierra firme sin ahogarse en el mar. No son suficientes los cientos de polic¨ªas que observan el horizonte buscando se?ales de nuevas arribadas clandestinas a la costa. Hasta los radares del Ej¨¦rcito se han demostrado in¨²tiles para distinguir una embarcaci¨®n con treinta o cuarenta emigrantes del oleaje propio del Estrecho, seg¨²n acaban de confesar en el Ministerio de Interior (por cierto, ?distinguir¨¢n esos radares un misil de una cometa?). El caso es que el Gobierno, ante tanta dificultad para impedir este flujo humano que trata de buscarse el pan jug¨¢ndose la vida, ha decidido montar un sofisticado dispositivo que han bautizado como Sistema Integral de Vigilancia Exterior. El juguete en cuesti¨®n consta de un complicado sistema dotado con c¨¢maras t¨¦rmicas, radares de larga distancia, visores nocturnos, rayos infrarrojos, helic¨®pteros especialmente dotados, y otros medios que ser¨¢n dirigidos desde un centro coordinador en Algeciras. Algo as¨ª como la guerra de las galaxias pero no para defendernos de los marcianos, sino de los buscadores de empleo que llegan de Africa. El ministro del Interior ha dicho adem¨¢s que el blindaje del Estrecho contra las pateras servir¨¢ para estar a la altura de lo que exige la Uni¨®n Europea, no sea que vayan a decir que esto es un coladero y nos saquen tarjeta roja. Es posible que este plan, que nos costar¨¢ m¨¢s de 25.000 millones de pesetas, sirva para que algunas empresas, especializadas en la fabricaci¨®n de los artilugios antes citados, puedan aumentar su facturaci¨®n a costa de las pateras. Seguramente aumentar¨¢ tambi¨¦n la dificultad de que ¨¦stas logren acercarse a tierra. Con toda probabilidad, se incrementar¨¢n las tarifas de los mafiosos que fletan esas precarias embarcaciones cobrando a los que las ocupan sus ahorros de toda la vida. Y, finalmente, se multiplicar¨¢ el n¨²mero de emigrantes ahogados en el mar, lo que dar¨¢ oportunidad a nuestras autoridades de lamentar que unos desalmados se aprovechen de las pobres gentes prometi¨¦ndoles una traves¨ªa hacia lo imposible. Es el sino de los tiempos que corren. Unos tiempos caracterizados por la defensa a ultranza del libre mercado como ¨²nica forma de promover el bienestar y el desarrollo, por la exigencia a unos y otros gobiernos de que liberalicen los flujos econ¨®micos para integrarse mejor en la econom¨ªa mundial. Pero esa exigencia tiene una excepci¨®n: el mercado de trabajo. Han de abrirse las fronteras a los productos y los capitales provenientes del exterior, pero la norma deja de ser v¨¢lida cuando se trata del factor trabajo, de la mano de obra. Los mismos que nos dicen que la pol¨ªtica no debe interferir en el funcionamiento econ¨®mico, en el libre juego del mercado, apelan a la pol¨ªtica para justificar la ausencia de libertad en la circulaci¨®n de la fuerza de trabajo. En este caso, se dice, hay intereses superiores, los que se derivan de la necesaria defensa de lo propio, y de la cohesi¨®n ¨¦tnica y cultural de la naci¨®n. A nadie le gusta emigrar forzado por las circunstancias. Dejar atr¨¢s el lugar donde se ha nacido y crecido, la propia cultura, la familia y los amigos, es una decisi¨®n dura cuando no se toma libremente. Sin embargo, puede resultar inevitable cuando no hay mejores opciones para sobrevivir dignamente. Por eso resulta obsceno e inmoral que los mismos gobiernos que imponen a los pa¨ªses africanos severas pol¨ªticas de ajuste, y les obligan a abandonar sus proyectos de desarrollo nacional para abrirse sin condiciones a los mercados mundiales, sean los que luego levantan un vergonzoso muro para impedir que lleguen hasta nosotros quienes buscan una salida personal a una situaci¨®n insostenible. Pero seguir¨¢n viniendo. No se pueden poner puertas al campo, y tampoco al mar.
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