La mayor haza?a del siglo XX
Adam Michnik no es s¨®lo un tipo divertido, de apariencia y actos a veces estrafalarios; a menudo parece una aut¨¦ntica fuerza de la naturaleza. En una reciente reuni¨®n en las cercan¨ªas de Varsovia acerca de las transiciones a la democracia en Polonia, Chile y Espa?a, destinada a conmemorar el d¨¦cimo aniversario de Gazeta Wyborcza, el diario que dirige, abraz¨® a los espa?oles con ir¨®nicos "Arriba Espa?a" y requebr¨® a los chilenos, a los que Pinochet, despu¨¦s de castrarles las libertades, les ha metido en un inacabable conflicto interno. No se limit¨® a acoger con nervioso entusiasmo a los visitantes, sino que procur¨®, adem¨¢s, que los polacos resultaran disonantes y provocativos entre s¨ª, aun sin dejar de coincidir en lo esencial. Incluso tuvo un gesto lleno de humor y de benevolencia hacia Lech Walesa, quien, despu¨¦s de anunciar su presencia, ni asisti¨® ni dio explicaciones. Dijo que sus relaciones con ¨¦l eran las de un viejo matrimonio que se pelea con frecuencia, pero que no puede dejar de vivir en com¨²n. Como una mujer bella, concluy¨®, el l¨ªder de Solidaridad resulta imprevisible.Contemplando a Michnik, uno se sorprende de hasta qu¨¦ punto la imagen de uno de los h¨¦roes de nuestro tiempo puede parecer, para un espectador superficial, como tan s¨®lo el animado gestor de un evento social. Pero el recuerdo compensa inmediatamente esta impresi¨®n. Muchas veces, y durante largo tiempo encarcelado, Michnik jug¨® un papel decisivo en la transici¨®n polaca. La primera puede parecer anecd¨®tica, pero result¨® quiz¨¢ la m¨¢s dif¨ªcil. Sucedi¨® cuando una multitud enfurecida estaba a punto de asaltar una garita de la polic¨ªa y debi¨® acudir ¨¦l para convencerla de que se moderara la protesta. Luego, durante el estado de excepci¨®n proclamado por Jaruzelski, le escribi¨® desde la prisi¨®n una carta indignada neg¨¢ndose a abandonar el pa¨ªs, una posibilidad abierta que resultaba tan beneficiosa para la dictadura comunista como perjudicial para una eventual transici¨®n. Finalmente, despu¨¦s de las elecciones que supusieron la victoria aplastante de Solidaridad, Michnik escribi¨® un art¨ªculo decisivo. En Vuestro presidente, nuestro primer ministro, sugiri¨® un reparto del poder pol¨ªtico durante el periodo de la transici¨®n, que fue el que se llev¨® a cabo con los resultados conocidos. ?ste ha sido, quiz¨¢, el texto m¨¢s decisivo de la tercera oleada de la democratizaci¨®n del mundo. Michnik, como se prueba por ese art¨ªculo y muchos otros, no se caracteriza tan s¨®lo por su apariencia colorista y por su valent¨ªa, sino tambi¨¦n por su densidad intelectual. Al inaugurar el Congreso no pronunci¨® un discurso largo y pedante, sino unas cuantas frases. Hubo, entre ellas, una, a¨²n por completo lapidaria, que resulta una absoluta e inmensa verdad hist¨®rica. Las transiciones logradas a trav¨¦s de pacto de fuerzas por completo antag¨®nicas han sido, ni m¨¢s ni menos, "la mayor haza?a de un siglo que ahora concluye". En otras ha podido existir un efecto mim¨¦tico o una quiebra de la dictadura provocada por un factor exterior. En aqu¨¦llas, el volumen de factores contrarios al feliz resultado era tan abrumador que resultaba inimaginable que aquella aventura concluyera bien. Y, quiz¨¢, la mejor forma de darse cuenta de hasta qu¨¦ punto esto es cierto consiste en ver las tres transiciones en paralelo. Para un espa?ol -aun autosatisfecho por su propia experiencia-, siempre resultar¨¢ un contrapeso de su orgullo leg¨ªtimo recordar que en Polonia tuvieron que hab¨¦rselas con un r¨¦gimen totalitario, algo que ya no era el franquismo, o en Chile con la cuesti¨®n de c¨®mo resolver el problema de una represi¨®n dictatorial que hab¨ªa causado 2.000 muertos. En Espa?a se mat¨® mucho m¨¢s, pero tambi¨¦n mucho antes. No se puede poner en duda lo ajustado y oportuno del juicio de Michnik. Precisamente el espect¨¢culo de la clase dirigente polaca induce a suscribirlo. All¨ª estaba el propio general Jaruzelski,hu¨¦sped de Michnik, a quien meti¨® en la c¨¢rcel, y, sin embargo, capaz de pronunciarse en t¨¦rminos de admiraci¨®n hacia ¨¦l, de patriotismo y de consenso (un chileno me dijo que, en comparaci¨®n con ¨¦l, Pinochet "rebuznaba"). El presidente polaco Kwasniewski, un antiguo comunista interesado ante todo en abrazar a Carrillo, parec¨ªa, en su llano,amable y realista juicio sobre las circunstancias pol¨ªticas, la transfiguraci¨®n eslava de Su¨¢rez. Y, en fin, los juicios de no pocos de los intelectuales all¨ª presentes -y a¨²n m¨¢s los de V¨¢clav Havel, homenajeado en la ocasi¨®n- aparec¨ªan dominados por un rigor moral que resulta impensable en un pol¨ªtico de Europa occidental.
Pero, aun as¨ª, da la sensaci¨®n de que los resultados de esta "gran haza?a del siglo XX" no est¨¢n ausentes de peligros. Si reconocer esa realidad es importante, no cabe la menor duda tambi¨¦n de que tiene que ser conservada en su contenido m¨¢s puro y sustancial, como elemento fundacional de un r¨¦gimen democr¨¢tico. ?ste siempre est¨¢ construido de material muy fr¨¢gil, porque es humano.
A los polacos les agobia a menudo un exceso de recuerdo del pasado. Es l¨®gico que as¨ª sea porque una dictadura totalitaria dista mucho de otra que no lo es y la imposici¨®n del comunismo en Polonia fue algo tan antinatural como ensillar una vaca (Stalin dixit). Pero el g¨¦nero de oposici¨®n por principios engendrado por la dictadura puede tener sus contraindicaciones: suele provocar posiciones fundamentalistas, carecer de sentido de la realidad y, sobre todo, quedar anclado en el pasado. A cualquiera que se ponga en contacto con la clase dirigente polaca le asombrar¨¢ un exceso de moralismo y una fijaci¨®n en el recuerdo que a medio plazo resulta pernicioso por lo obsesivo. Se pudieron o¨ªr, por ejemplo, propuestas de procesamiento de Jaruzelski que ni siquiera tienen sentido desde el punto de vista de la justicia atemporal, porque durante su mandato no se produjo una represi¨®n parecida a la de Pinochet. Da la sensaci¨®n de que algunos quer¨ªan conseguir una especie de estado de pureza original mediante la purga. Con un obvio paralelismo con la Polonia poscomunista, se record¨® que Maquiavelo hab¨ªa recomendado al nuevo Pr¨ªncipe eliminar desde el comienzo a sus adversarios, como si ¨¦sa fuera buena doctrina aplicada a una democracia.
El problema de los chilenos es el acabamiento de su democracia.Vista desde la nuestra, no obstante, es posible no darse verdadera cuenta de la magnitud de lo que hasta ahora han hecho. En Espa?a nunca fue necesario eso que Patricio Alwyn ha definido como "el reencuentro de los dem¨®cratas" tras lo sucedido en 1973, Pasa a la p¨¢gina siguiente Viene de la p¨¢gina anterior porque se dio de forma espont¨¢nea desde los a?os sesenta, aunque s¨®lo de forma sucesiva. Entre nosotros tampoco estuvo en cuesti¨®n el sistema econ¨®mico, como all¨ª. Y los esfuerzos por conocer el pasado y sancionarlo han sido, aunque incompletos, sinceros y respetabil¨ªsimos.
Nuestro interrogante -el que nos hemos de plantear los espa?oles- se refiere a la banalizaci¨®n de ese proceso de transici¨®n. Una especie de pudor dominar¨ªa a quien tratara de reivindicarla hoy entre nosotros como "la mayor haza?a del siglo XX". La verdad es que durante ella las dos Espa?as se amnistiaron la una a la otra, pero cabe preguntarse si no hemos pecado al mismo tiempo de exceso de amnesia.No recordamos lo que hicimos y, por lo tanto, no lo valoramos cuando la transici¨®n es la ¨²nica verdadera historia en com¨²n que hemos tenido en libertad. No se entiende, por tanto, la propensi¨®n a ningunearla o a contradecirla frontalmente en la pr¨¢ctica con disensos prepotentes e injustificados, como ha sucedido no hace tanto tiempo y nos recordaba Juan Luis Cebri¨¢n. Y se comprende a¨²n menos c¨®mo en esta Espa?a democr¨¢tica que tanto le debe puede suceder lo que contaba Santiago Carrillo, uno de los protagonistas decisivos de ese magno proceso hist¨®rico. En los ¨²ltimos meses ha tenido que dejar de pasear por el Retiro con su nieto porque pulula un g¨¦nero de jovencillos, entre gambrerros y fachas, que se dedica a acosarle.Eso no puede ser una an¨¦cdota;es s¨ªntoma de un mal social colectivo, remediable, pero, sin duda, existente. Se empieza banalizando y se acaban perdiendo las ra¨ªces m¨¢s aut¨¦nticas.
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