Jos¨¦ Manuel Esnal, "Man¨¦"
El f¨²tbol es democr¨¢tico y clasista a la vez. Un misterio. Una actividad emp¨ªricamente asamblearia y, sin embargo, econ¨®micamente capitalista (pura y dura). Otro misterio. El tercer misterio teologal son los ¨¢rbitros, pero ah¨ª la interpretaci¨®n se advierte est¨¦ril. No se sabe si el f¨²tbol perdura por el misterio, o por la convicci¨®n, o por la supremac¨ªa de lo natural (la pasi¨®n) sobre lo artificioso (lo complejo de la estructura empresarial). Cuando uno se queda sin palabras surgen respuestas insoslayables. Que el Alav¨¦s se salve a pesar de las encuestas de intenci¨®n de voto (futbol¨ªstico), o que el Eibar destroce a todo aquel que alardee de conocedor exhaustivo del medio. Y el f¨²tbol sigue. Por esas cosas y por personajes como Jos¨¦ Manuel Esnal, Man¨¦ (Balmaseda, 1950), indiscutible en el ramo de los entrenadores con templanza, analista que se f¨ªa por igual de los n¨²meros que del puls¨®metro emocional del colectivo (el f¨²tbol no son esquemas, sino personas). Man¨¦ ha conseguido su primer vellocino de oro. En su historial figuraba en primer lugar el ascenso a Primera con el Lleida. Pero el f¨²tbol, como la Bolsa o los peri¨®dicos, devora los d¨ªas sin piedad alguna. Al a?o siguiente, el Lleida descendi¨®, y en un mercado sin alternativas razonables el fracaso es siempre m¨¢s contundente que el ¨¦xito: lo novedoso fue que el Lleida ascendiera; lo l¨®gico, que bajara. Todo lo contrario que el efecto producido. Lo reintent¨® sin ¨¦xito en el Mallorca y volvi¨® a las andadas en el Alav¨¦s. En Vitoria subi¨® en el escalaf¨®n natural del balompi¨¦: ascendi¨® al Alav¨¦s y lo mantuvo. Dio dos pasos en vez de uno. El dilema entre el juego democr¨¢tico del f¨²tbol (once contra once, el bal¨®n, el ingenio, la voluntad, y tantas cosas intangibles) se sobrepon¨ªa a la condici¨®n de ¨¦xito o fracaso que impone el clasismo de este deporte, en el que no se sabe bien qui¨¦n gana y qui¨¦n pierde. Man¨¦, un extremo cuando ejerc¨ªa de futbolista profesional y ahora de feliz jugador en las tardes libres, ha aprendido algo de la historia. El extremo es un futbolista espec¨ªfico, que se mueve en un reducido espacio de terreno y que tiene la obligaci¨®n de mirar a la vez a la pierna y a los ojos del defensor: quien se adelante gana y sigue adelante; quien se equivoque fracasa y perder¨¢ credito. En cierto modo, el extremo ejemplifica la vida cotidiana del entrenador de f¨²tbol: ninguno ha perdido un partido en la pizarra y son muchos los que los han ganado en la improvisaci¨®n. En el mus ocurre algo similar: la mirada y la valent¨ªa sustituyen las carencias del juego. Una cuesti¨®n de habilidad, de gesti¨®n de posibles y futuribles o de ingenier¨ªa de la escasez. En Vitoria, Man¨¦ ha hallado por igual la calma y la humildad. Como en el cine -otra de sus pasiones-, ha esperado su momento. Su pel¨ªcula no era una sucesi¨®n de bellas im¨¢genes, bien ordenadas e incardinadas, sino la expresi¨®n de una historia realista con un final indescriptible. La pel¨ªcula acab¨® bien por los protagonistas y por los actores secundiarios -Extremadura y Villarreal-. Es el otro misterio del f¨²tbol: los equipos, presos de las estad¨ªsticas, s¨®lo se juegan los cuartos en el ¨²ltimo partido, como si lo anterior fuera un ensayo interminable, una especie de tomas falsas de la pel¨ªcula definitiva de 90 minutos. Man¨¦ se conoce el gui¨®n al dedillo. Casi nada le sorprende que no venga del esfuerzo y la actitud, y en su fuero interno constata (como Lotina en el Numancia o Barasoain en el Eibar) que el Real Madrid, subcampe¨®n, ha fracasado, y el Alav¨¦s, el quinto de la fila, ha triunfado. En sus tiempos de Lleida se le interrogaba sobre su capacidad para dirigir a un club de ¨¦lite, como si eso fuera un asunto de curr¨ªculo en vez de una noche de capricho del presidente de turno; como si uno fuera subsidiario de las elucubraciones de un mandatario en vez de los atributos futbol¨ªsticos en el campo. Lector asiduo de la prensa econ¨®mica, reservado hasta la saciedad (un pecado en el f¨²tbol moderno), sin pedigr¨ª como futbolista, curtido en la corteza terrestre del f¨²tbol, a pie de obra (esto es lo que hay), sin demasiados aditivos ni conservantes, se ha acostumbrtado a sacar partido a un rey y una sota, simulando que tiene m¨¢s juego del que parece, frente a los directivos y prestidigitadores, que s¨®lo se juegan la partida con cuatro reyes a la grande. Con dos ases elimin¨® al Madrid de la Copa y con un caballo ha trotado en la Liga. ?Cartas?
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