Los editores
En una reuni¨®n reciente de escritores j¨®venes, uno de ellos describi¨® as¨ª a los editores: son gente que se junta para hablar de dinero. Dichas as¨ª las cosas, quienes las oyen no tienen m¨¢s remedio que pensar: cu¨¢nta raz¨®n tiene. La verdad es que cuando se juntan los editores no hablan de dinero, o al menos no hablan tan groseramente del dinero. ?Por qu¨¦? ?Les asalta el pudor, ocultan su poder econ¨®mico para no humillar al contrario? ?Lo hacen para no excitar las pituitarias de las agentes? ?Por ocultar sus ganancias? Alguien que haya pasado cierto tiempo en la profesi¨®n de editar sabe que la respuesta es m¨¢s simple: si los peri¨®dicos se ocuparan de las consecuencias econ¨®micas del esfuerzo de editar en la secci¨®n de Econom¨ªa, ¨¦sta no dedicar¨ªa a semejante rengl¨®n de los negocios ni una cu?a. Los lectores tienen derecho a conocer unos datos: en Espa?a, un libro de ¨¦xito relativo es uno que ha logrado ventas de 12.000 ejemplares; la tirada m¨¢s gloriosa de un libro en Argentina es de 5.000 ejemplares; las cifras por el mismo concepto siguen as¨ª: en M¨¦xico, ¨¦xito se considera vender 3.000 ejemplares; en Colombia se dan con un canto en los dientes cuando venden 2.000, etc¨¦tera. En Espa?a, un libro que venda m¨¢s de 10.000 ejemplares deja feliz a cualquier editor... El editor habla de dinero, claro, pero en la intimidad y con un miedo enorme, porque se pasa la vida contando: lo que ha pagado, lo que cobra, la promoci¨®n, los restos del almac¨¦n... ?sta es la situaci¨®n: el editor, sediento de ¨¦xito, o por lo menos de ciertas satisfacciones que le saquen de su sentimiento de culpa, observa que cierto libro se est¨¢ moviendo (as¨ª se dice en el sector) y entonces encarga que se reedite; con ese libro, el editor regresa a la librer¨ªa; ¨¦sta est¨¢ saturada, pero lo admite; luego, como no ha garantizado su venta, regresa al almac¨¦n del editor. No siempre es as¨ª, pero eso se cuenta menos que lo que dijo aquel escritor en la reuni¨®n de los j¨®venes.
En realidad, este art¨ªculo no iba a ser sobre los editores, sino sobre un editor, Joaqu¨ªn D¨ªez Canedo, que acaba de morir en M¨¦xico. Un d¨ªa, D¨ªez Canedo, que ha llegado a ser un mito dentro de esta profesi¨®n, fue a su almac¨¦n, que se conoc¨ªa de memoria. "?Falta una caja de libros!", exclam¨® ante el encargado de aquella fila interminable de vol¨²menes no vendidos. El almacenero, asustado por la ira de don Joaqu¨ªn, dio esta explicaci¨®n plausible: "Es que se vendi¨®". Y el editor, fuera de s¨ª, de cabreo o de asombro o de estupefacci¨®n, grit¨® de nuevo:
-?No puede ser! ?Seguro que alguien se la rob¨®!
Los editores suelen ser silenciosos acerca de sus ¨¦xitos y de sus fracasos; saben que sus ¨¦xitos son los de los autores y que los fracasos son suyos; en la canci¨®n del negro al que matan tanto si trabaja como no, el editor es el negro. Pero, a pesar de su silencio obligado y obligatorio -es la sombra, no el sol-, algunos dejan no s¨®lo una excelente n¨®mina de descubrimientos acertados, como el propio D¨ªez Canedo, sino una retah¨ªla gloriosa de an¨¦cdotas que se convierten en leyenda. Se dice de D¨ªez Canedo, cuya editorial se llama Joaqu¨ªn Mortiz, que recib¨ªa las cartas de su madre en un apartado de Correos mexicano a nombre de alguien que se llamaba M. Ortiz; un error de la direcci¨®n dej¨® en Mortiz ese nombre y ya se hizo Mortiz tambi¨¦n la empresa de Canedo. Y de Canedo es esa famosa an¨¦cdota que cont¨® un d¨ªa en la Casa de Am¨¦rica de Madrid Jos¨¦ Manuel Lara hijo: un escritor mexicano le reprochaba a Canedo que no le publicara en Espa?a, mientras que s¨ª lo hac¨ªa en Suecia, Italia o Alemania. ?Por qu¨¦?, inquiri¨® el creador herido: "Porque en Espa?a no tengo quien te traduzca", respondi¨® el editor, que se sab¨ªa de memoria las cajas de su almac¨¦n.
As¨ª pues, ?de qu¨¦ hablan los editores cuando se juntan?
Babelia
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