Color de rosa
JOS? MANUEL ALONSO Hubo un tiempo en que la literatura era testimonio del horror o del dolor de la ¨¦poca, con una visi¨®n pesimista y/o probablemente realista de la vida. Hoy, sin embargo, es frecuente o¨ªr o leer c¨®mo se describe la realidad o c¨®mo se interpreta lo que ocurre confundiendo lo que deber¨ªa ser (lo ideal) con lo que es y los protagonistas transforman los hechos ver¨ªdicos en ficciones, dando a ¨¦stas el car¨¢cter y paisaje de aquellos en su sentido m¨¢s dulce o rosa, adem¨¢s de su adoctrinamiento. Eso que es frecuente hoy no precisamente desde la literatura, no lo era tanto a mediados del XIX, cuando un escritor vizca¨ªno, Antonio Trueba, ped¨ªa a Dios que "nos libre de horrores, aunque sean sublimes". A trav¨¦s de su poes¨ªa y sus cuentos, sorprendi¨® y confundi¨® al lector de entonces debido, dec¨ªa, a "esa facilidad que tengo yo de recordar, y tomar todo de color rosa aunque sea negro como noche sin luna ni estrellas". Pero Trueba era sincero y ya advert¨ªa que una cosa son los cuentos y otra muy distinta los sucedidos, es decir, "cuentos que no lo son". Hace unos d¨ªas se presentaba en Bilbao un libro de una catalana, Montserrat Amores, dedicado a Antonio de Trueba y sus cuentos populares, m¨¢s de 130, en los que el escritor da una aut¨¦ntica visi¨®n "del color de rosa". La autora demuestra que "en Trueba exist¨ªa esa voluntad de olvidar los problemas de su tiempo, de recrear una imagen idealizada de la realidad, lo que pudo alejarle de algunos militantes del realismo, pero tambi¨¦n atrajo a otro p¨²blico y supuso la ra¨ªz de su ¨¦xito". El que fuera cronista de Vizcaya se inspiraba en su Pa¨ªs Vasco, y en concreto en la vida rural, para -"desde los ojos h¨²medos y el coraz¨®n agitado"- destacar de ella lo mejor que tiene y diferenciarla de la vida ciudadana. Lo peor del precedente de Trueba es el hecho de servirse de la pura ficci¨®n para ejercer de ide¨®logo y adoctrinar al pueblo, un pueblo que ten¨ªa muy poco que ver con el que describ¨ªa y un pueblo que utilizaba Trueba anulando por completo su participaci¨®n como lector, es decir, su libertad de juicio. Despu¨¦s de Trueba llegaron otros muchos...
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