Milosevic maniobra
Milosevic ha emprendido una urgente operaci¨®n para relegitimarse pol¨ªticamente en Serbia coincidiendo con los primeros signos de rechazo al hombre que ha perdido Kosovo tras los masivos bombardeos de la OTAN. Los soldados reclaman en la calle pagas prometidas, la fragmentada oposici¨®n convoca manifestaciones provinciales, los simpatizantes de los equipos futbol¨ªsticos de Belgrado vociferan contra el caudillo. Hasta los obispos de la Iglesia ortodoxa le acusan de haber desamparado los lugares m¨¢s sagrados de Serbia. El patriarca Pavle ha llegado a decir que si el ¨²nico medio de hacer una Gran Serbia es a trav¨¦s del crimen, mejor es que Serbia desaparezca. Pero la jerarqu¨ªa religiosa nunca se pronunci¨® de manera tan tajante en el apogeo de la represi¨®n contra los albanokosovares en nombre de la identidad nacional. Nadie puede negar al pluriderrotado presidente yugoslavo un instinto supremo para la supervivencia.Milosevic domina el arte del divide y vencer¨¢s en un pa¨ªs donde la siempre incipiente oposici¨®n prefiere pelearse entre s¨ª y la clase pol¨ªtica sufre una inclinaci¨®n incontrolable a participar a cualquier precio del pastel del poder. La maniobra en marcha -malherido como est¨¢, pese a presentarse ante los suyos como ganador- consiste en implicar a todos los partidos representados en el sui g¨¦neris Parlamento yugoslavo (Serbia m¨¢s Montenegro) para que se corresponsabilicen en un nuevo Gobierno reformista, de talante m¨¢s liberal. Milo Djukanovic, el presidente prooccidental de la Rep¨²blica vasalla de Montenegro, se ha negado a seguir el juego y exige en cambio renegociar el papel de su min¨²sculo pa¨ªs en la Federaci¨®n.
El G-8 ha acordado un programa ambicioso y todav¨ªa vago para reconstruir Kosovo y rehabilitar la sociedad civil en los Balcanes con dinero e instituciones representativas. Una suerte de Plan Marshall. En el caso de Serbia, su reintegraci¨®n a la convivencia internacional pasa ineludiblemente por la desaparici¨®n de Milosevic, pero ¨¦sta no es condici¨®n suficiente. Requiere la recomposici¨®n moral de un tejido social roto hace ya muchos a?os y que por acci¨®n y omisi¨®n ha permitido Kosovo, como antes cerr¨® los ojos ante Bosnia.
Es muy cierto que muchos serbios viven secuestrados por un r¨¦gimen propagand¨ªstico de factura comunista que les impide atisbar la realidad. Pero tambi¨¦n lo es que una clase educada y con acceso a la informaci¨®n ha mantenido un espeso silencio mientras Kosovo se pudr¨ªa; y lo han prolongado en el largo a?o en el que las fuerzas de Milosevic han desatado el terror sobre cientos de miles de personas para llevarlas a la sumisi¨®n final y absoluta. Lo mismo que los partidos pol¨ªticos del te¨®ricamente plural Parlamento de Belgrado. En la Serbia aglutinada por la insania de Milosevic, muchos de los que ahora protestan no claman contra el perpetrador de un nuevo exterminio ¨¦tnico, procesado como criminal de guerra por un tribunal de la ONU. M¨¢s bien exigen cuentas a quien ha perdido una guerra tras prometer que semejante cosa era sencillamente impensable. Para mirar adelante, los serbios deber¨¢n reconciliarse con esta cruda realidad.
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