LA CR?NICA Un juego duro PON? PUIGDEVALL
No s¨¦ si alguien ha invertido parte de su tiempo en trazar una historia literaria del boxeo, una historia que narre la relaci¨®n entre el boxeo y los libros y que haga un recuento de las ocasiones en que un boxeador se erige como protagonista de un relato de ficci¨®n. Ignoro qu¨¦ inter¨¦s ni qu¨¦ clase de aceptaci¨®n podr¨ªa tener un libro de esta especie, pero no tengo ninguna duda de que uno de los lugares de honor deber¨ªa ocuparlo la novela que he le¨ªdo este fin de semana. La novela se llama M¨¢s dura ser¨¢ la ca¨ªda, fue escrita en 1947 por Budd Schulberg, ha sido publicada recientemente por la editorial Alba y su t¨ªtulo hizo fortuna gracias a la adaptaci¨®n cinematogr¨¢fica que realiz¨® Mark Robson, con Humphrey Bogart en el papel protagonista, un agente de prensa que colabora en el montaje de una falsa leyenda alrededor de un boxeador sin talento, el argentino Toro Molina. "Del mismo modo que lo peor de la muerte no es el difunto sino los que lloran, lo que horroriza no es el boxeador sino el p¨²blico, que desconoce la piedad y s¨®lo busca sensaci¨®n". Estas palabras que Djuna Barnes escribi¨® en una de sus cr¨®nicas sobre la Nueva York de los a?os veinte dibujan con exactitud las coordenadas donde se instala la tragedia que imagin¨® Budd Schulberg. Poco s¨¦ de su autor, s¨®lo que fue guionista de Hollywood, que colabor¨® con Scott Fitzgerald en un proyecto destinado al fracaso, que trabaj¨® de productor independiente, que frecuent¨® el periodismo deportivo y que otra de sus novelas, La ley del silencio, fue llevada al cine por Elia Kazan. Y poco s¨¦ de las leyes y las normas de este deporte, de los hitos y las haza?as de los protagonistas de este oficio tan arriesgado y lleno de frustraciones como puede ser el toreo. Pero mientras le¨ªa la novela de Schulberg con el mismo entusiasmo que si fuera una excelente novela negra, mientras iba conociendo de primera mano los entresijos y los negocios violentos que se cierran en la trastienda del mundo del boxeo, adivinaba tambi¨¦n en la cr¨®nica del fugaz ¨¦xito de Toro Molina las palabras que Hemingway no escribi¨® sobre el enigm¨¢tico pasado del sueco Ole Anderson. Hay libros que son como focos de luz y que, sin ning¨²n acuerdo previo, iluminan e informan sobre otras lecturas. Lo m¨¢s importante de la trama de Los asesinos, uno de los mejores cuentos de Hemingway, es un gran signo de interrogaci¨®n, un dato escondido que permite al lector especular con la respuesta adecuada a las dos preguntas cruciales que plantea la historia: por qu¨¦ un par de forajidos quieren matar al sueco Ole Anderson y por qu¨¦, cuando se le previene que hay un par de asesinos busc¨¢ndolo, ese misterioso personaje reh¨²sa huir o avisar a la polic¨ªa y se resigna con fatalismo a su suerte. El narrador s¨®lo proporciona unas pistas m¨ªnimas y el lector sabe que, antes de instalarse en el pueblo sin nombre donde espera la muerte, fue boxeador en Chicago, donde algo hizo (algo errado, dice ¨¦l) que sell¨® su destino. M¨¢s de setenta a?os despu¨¦s de su publicaci¨®n, Los asesinos es un cuento que a¨²n fascina y que estimula la imaginaci¨®n de autores j¨®venes como Jordi Punt¨ª, que se atrevi¨® a escribir un logrado relato en forma de homenaje en el volumen Pell d"armadillo, pero es en el cine donde m¨¢s veces se ha querido explicar la historia escondida del sueco Ole Anderson. No creo que Hemingway desde?ara la soluci¨®n propuesta por Robert Siodmak en Los forajidos, con una mujer peligrosa, un grupo de criminales y un bot¨ªn de medio mill¨®n de d¨®lares, pero no ha sido hasta este fin de semana, con la lectura de M¨¢s dura ser¨¢ la ca¨ªda, cuando el mundo de ficci¨®n de Budd Schulberg me ha sugerido que en el ascenso fulgurante y la ca¨ªda hacia la pena y el olvido y la nada del argentino Toro Molina pueden vislumbrarse los pasos desconocidos del sueco Ole Anderson, que detr¨¢s de su odisea no hay ninguna mujer excepcional ni ninguna aventura al borde del peligro, tan s¨®lo un af¨¢n de supervivencia, algo de fr¨¢gil ambici¨®n y, sobre todo, el sue?o de huir de la miseria en un ambiente codicioso y sin escr¨²pulos. No s¨¦ si alguien ha invertido parte de su tiempo en trazar una historia literaria de los camareros, pero de lo que no tengo ninguna duda es que uno de los lugares de honor deber¨ªa ocuparlo Charles, el camarero de M¨¢s dura ser¨¢ la ca¨ªda, aunque s¨®lo fuera por la precisi¨®n en el momento de definir el infierno moral que consigue que hombres de hierro como el sueco Ole Anderson o el argentino Toro Molina, forjados en tanta ilusiones, lloren como ni?os. "Embaucadores, estafadores, jugadores de tres al cuarto, peces gordos con negocios gordos y mentes mezquinas, representantes que prefieren ver morir a sus pupilos en vez de ganarse honradamente la vida y boxeadores que han besado tantas veces la lona que en vez de rodillas tienen bisagras. En los viejos tiempos, se?or, era un juego duro, pero ten¨ªa algo de... algo de car¨¢cter, de dignidad".
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