La memoria de Michnik
Diez a?os hace ahora de aquella negociaci¨®n ins¨®lita que fue la Mesa Redonda en Polonia. Por primera vez en su historia, un r¨¦gimen comunista se sentaba con la oposici¨®n para discutir, ni m¨¢s ni menos, la forma de abandonar el poder y proclamar oficialmente el triunfo de la siempre denostada democracia burguesa. All¨ª estaban los carceleros y los encarcelados, y juntos dictaminaron que Polonia necesitaba una salida a la esperanza, que la l¨®gica carcelaria hab¨ªa fracasado definitivamente y que la revancha era una tragedia que aquel maltratado pueblo no pod¨ªa permitirse.Dos de los m¨¢ximos protagonistas de aquellas jornadas, dos personalidades muy distintas -el entonces presidente y general Wojciech Jaruzelski y el entonces disidente y preso pol¨ªtico sistem¨¢ticamente reincidente llamado Adam Michnik-, han evocado desde entonces muchas veces la transici¨®n espa?ola como ejemplo que sirvi¨® a ambos para dejar definitivamente de ser carcelero y encarcelado, respectivamente.
Ambos hicieron mucho por Polonia, por toda Centroeuropa y por el continente en general. Conscientes los dos del pasado y responsables ante el futuro, hoy nadie puede entender bien la fascinante historia de este fin de siglo sin estos dos grandes e implacables rivales que un d¨ªa se vieron remando juntos. No s¨®lo no hubo naufragio, sino que iniciaron una ejemplar traves¨ªa que ha llevado a Polonia por primera vez en siglos a lo que el gran escritor polaco Szypiorsky, llama "soberan¨ªa, paz con los vecinos y libertad para todos y cada uno de nosotros. ?Qu¨¦ m¨¢s quer¨ªamos? ?Qu¨¦ m¨¢s hemos podido desear tanto tiempo los polacos".
Michnik ha vuelto ahora a Espa?a, a su ya tradicional estancia estival en San Sebasti¨¢n, con motivo del encuentro centroeuropeo de la Asociaci¨®n de Periodistas Europeos. Y ha hablado de la memoria. Con tanto intelectual desmemoriado como circula por nuestro pa¨ªs y tanta amnesia selectiva, los encuentros con Michnik son siempre un vendaval de frescura, lucidez y eso, capacidad de retenci¨®n honesta del recuerdo. Cierto es que ¨¦l tiene m¨¢s facilidad para recordar, porque no tiene en el pasado verg¨¹enzas que olvidar y ocultar, ni complicidades con dictaduras, favores delatores o loas impresas a caudillo alguno. Pero sobre todo tiene memoria para pensar en largos espacios y luchar contra la inevitable tendencia de los pol¨ªticos de juzgar situaciones sobre la base del momento inmediato.
Este polaco, profundamente antiviolento y posiblemente el que m¨¢s ha hecho en Polonia para evitar cazas de brujas anticomunistas, ha defendido con su claridad de siempre la tr¨¢gica necesidad que hubo de intervenir militarmente en los Balcanes, y, como tantos otros de su generaci¨®n y talante como Joschka Fischer o Daniel Cohn-Bendit, considera que m¨¢s condescendencia hacia el brutal r¨¦gimen de Milosevic habr¨ªa supuesto un inmenso peligro para la seguridad de todo el continente. Michnik recuerda cu¨¢les son las consecuencias de ceder ante la barbarie, y sabe, por memoria, lo que ¨¦sta se envalentona ante unas democracias d¨¦biles e indecisas.
Los Balcanes tendr¨¢n, tras la ca¨ªda de Milosevic, la oportunidad de embarcarse en una singladura con las mismas esperanzas que hace diez a?os albergaban los centroeuropeos y que hoy, pese a todas las dificultades, es la historia de un ¨¦xito en Polonia, la Rep¨²blica Checa, Hungr¨ªa y ya felizmente tambi¨¦n Eslovaquia.
Gran parte del esfuerzo habr¨¢n de asumirlo ellos, pero la comunidad internacional que finalmente ha ayudado a poner coto al crimen hasta ahora impune no puede permitirse ser ahora cicatera en la lucha por la paz y estabilidad definitiva en la regi¨®n. Acallados los ca?ones y los pelotones de ejecuci¨®n, Occidente corre de nuevo el peligro de olvidar la regi¨®n. La amnesia puede serles oportuna a algunos individuos, pero los pueblos que la sufren pueden pagarla cara muy pronto.
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