El vecino Claudio
?Qu¨¦ quer¨ªa decir el autor de estos versos: "La oscuridad del t¨®rax, la cal de uva del labio,/ la penumbra del hueso y la penumbra/ de la saliva"? ?Qu¨¦ cosa es un olor "a la armon¨ªa de la ropa al raso"? ?Es bella o s¨®lo extra?a la imagen "el ombligo que aclara tanto beso"? Durante muchos a?os record¨¦ yo, incapacitado para memorizar palabras, las ocho de una invocaci¨®n: "C¨®mo cantaba mayo en la noche de enero", y mantuve rondando un buen tiempo en la cabeza, hasta encarnarlas, dos l¨ªneas de las que present¨ªa un alma reveladora: "Con la prudencia de la encina oyendo/ la se?al de la liebre". Conf¨ªo en que la voz de Claudio Rodr¨ªguez haya quedado en alg¨²n sitio, pero no s¨®lo recitando. Si le registraron en cinta una lectura de los poemas de su ¨²ltimo libro, Casi una leyenda, de los que he tomado mis citas, es posible que una inflexi¨®n de voz, un acento, una pausa que nosotros no har¨ªamos, dieran la clave de acceso al fondo del signo. Pero si lo que alguien -una televisi¨®n, una radio, un pirata de las grabadoras- conserva es la voz natural, el habla de Claudio,ser¨¢ mucho m¨¢s f¨¢cil para el futuro lector entrar en el misterio de su inmaculada dualidad, condici¨®n que el poeta reci¨¦n muerto compart¨ªa con Novalis y Hopkins, con Miguel Hern¨¢ndez, con Pessoa, exaltados de la palabra transfigurada sujetos a una vida externa de simples.En mi vida le vi muchas veces, sobre todo en la ¨¦poca universitaria, cuando Claudio formaba parte del grupo amistoso de poetas mayores (Bouso?o, Brines, Hierro, Ang¨¦lica Becker, Nieva) que nos preced¨ªan (a Carnero y Az¨²a, Ana Mar¨ªa Moix, Leopoldo Mar¨ªa y yo, entonces pre-nov¨ªsimos) en el culto de admiraci¨®n cercana a Vicente Aleixandre. La afabilidad, la sencillez, el vino de Claudio; ya se ha hablado mucho de estas caracter¨ªsticas. A m¨ª me fascinaba, como le intriga al ni?o o¨ªr al adulto de todos los d¨ªas que es su padre intrincadas conversaciones de negocios, que el autor de Conjuros y Alianza y condena, una poes¨ªa de reverberaciones tras la que el pensamiento de un vidente nos hace sagrados, mirase de madrugada a las chicas como un pe¨®n caminero y se trabucara al contar chistes. O tuviese f¨¢cil la l¨¢grima en las desgracias, ¨¦l, que nunca en un poema se permiti¨® ponerse sentimental.
Hace pocos a?os lo encontr¨¦ entrando como Pedro por su casa en el portal de la m¨ªa, y me hizo un gesto de contrariedad sufrida: el matrimonio hab¨ªa perdido su acogedor piso alquilado de la calle de Lagasca, y estaba refugiado en el que la madre de su mujer, Clara, ten¨ªa dos plantas por debajo del m¨ªo. Pronto se hizo el pr¨ªncipe del barrio y sus barras, querido incluso por los que all¨ª reinan desp¨®ticamente, los porteros, que s¨®lo al verle en la tele franquear la Academia de frac y recibir los millones del Pr¨ªncipe de Asturias se convencieron de que aquel bonach¨®n con aliento vinoso a media ma?ana era alguien. Vestido siempre impecablemente, se me quejaba de no poder disponer de sus libros, guardados en cajas, del honor engorroso de ser acad¨¦mico, y su relato inconexo se paraba en seco si una mujer de carnes suficientes pasaba por la acera.
La inconexi¨®n de Claudio. Muchos creen que el arte dif¨ªcil es la coartada del antip¨¢tico o el resentido. Cuando se lee su poes¨ªa, como yo le¨ª Casi una leyenda desbrozando el sendero que lleva a nuestra parte m¨¢s primordial, como he rele¨ªdo ayer mismo su Vuelo de la celebraci¨®n, la dificultad obliga a detenerse, a recapacitar, a hacer c¨¢balas o apuestas de sentido, a buscar en lo oscuro la claridad de una palabra hermosa y siempre bien encontrada. Ese mismo Claudio chispeantemente dislocado de las ma?anas era, me consta, inteligente y articulado cuando daba una clase o un discurso, como el de recepci¨®n en la Academia aquel 29 de marzo de 1992. ?Y por la noche?
Nunca he sabido a qu¨¦ hora del d¨ªa escribi¨® su obra, ni si al hacerlo entraba en trances de m¨¦dium, pero estoy convencido de los dos Claudios. Uno ha muerto, y esto es una certeza cient¨ªfica. El otro escribi¨® un poema, La contemplaci¨®n viva,que entiendo perfectamente. Evoca el encuentro con una mujer, su profunda mirada: "y no s¨¦, no sabe ella,/ y la ignorancia es nuestro apetito". S¨®lo deseo que del segundo Claudio, el ignorante genio que para m¨ª ha sido un or¨¢culo,hayan quedado muchos versos in¨¦ditos para seguir rompi¨¦ndonos la cabeza de verdad.
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