Amores de verano
ESPIDO FREIRE Parece ser que el verano, el sol, el calor, en lugar de ayudar a curar males, los agrava. Con el buen tiempo surgen gran parte de las neurosis, rebrotan anorexias y bulimias, se agudizan los problemas de alcoholismo y drogadicci¨®n, y aumentan tanto los accidentes que, si no fuera porque los que no son de tr¨¢fico ocurren en el hogar, ganas le dan a uno de encerrarse en casita y en la ba?era. Por desgracia, el precio de los pisos sube por momentos, (parece que en Bilbao, en Abandoibarra, sin ir m¨¢s lejos, se pagar¨¢n 100 millones de pesetas por los de tres habitaciones) y la conciencia ecol¨®gica nos hace sentir agudamente los remordimientos ecol¨®gicos si llenamos la ba?era, de modo que tampoco eso se revela como una soluci¨®n eficaz. Hace a?os, las cosas no presentaban tantas complicaciones. Al terminar el verano uno se quedaba un par de semanas amodorrado, mientras se le iba el moreno a capas y ronroneaba sobre el amor¨ªo del verano. Por definici¨®n, el romance hab¨ªa tenido lugar fuera del pueblo natal, y los franceses, por eso de la proximidad, eran preferidos a los suecos. Alg¨²n atrevido habr¨ªa que se buscaba un ligue de verano en su propia localidad, atrevidos que saludados como maestros, porque en el Pa¨ªs Vasco, ¨²nico lugar del mundo civilizado en el que en los bares los chicos y las chicas se separan y donde los obreros dirigen una silenciosa y t¨ªmida mirada a las mujeres que pasan para dedicarse luego a continuar diligentemente con su trabajo, un romance de esas caracter¨ªsticas exig¨ªa m¨¢s valor que enfrentarse a un mihura. Luego apareci¨® el sida, y se acab¨® por un tiempo la alegr¨ªa que hab¨ªa comenzado con los a?os del destape. Como con casi todo, Euskadi iba a la cabeza del Estado en nuevos casos, y entre eso y el terrorismo, ser m¨¢s vasco que el ¨¢rbol de Gernika no vend¨ªa mucho fuera. Est¨¢ por comprobar si el efecto Guggy ha beneficiado los usos amorosos, del mismo modo que los perjudic¨® el sida. Otro factor interesante ha sido la trivializaci¨®n de esos amor¨ªos. Pese a la insistencia de la Iglesia en que contemplemos a los seres humanos como personas completas, y no como meros objetos de placer, la tentaci¨®n aumenta cuando se sabe que no debe verse al cacho de carne como tal. Y, aparte de favorecer la variedad y frecuencia de los ligoteos, (y, por consiguiente, las exageraciones sobre ellos) eso ha atenuado la melancol¨ªa que sigue a un coraz¨®n roto. La angustia, el tel¨¦fono que no suena, la sensaci¨®n de haber desaprovechado el tiempo en la playa en lugar de con el objeto codiciado, desaparecen: qu¨¦ importa eso, si esa misma noche en la discoteca habr¨¢ un sustituto ansioso por cubrir la vacante (esa ansiedad depende seg¨²n el grado de imaginaci¨®n del que lo cuenta, claro est¨¢) Pero, sea liberalidad de las costumbres, sea sana conducta, sea desinhibici¨®n de los instintos, una realidad m¨¢s cruda subyace en este comportamiento; una soledad terrible, un aislamiento que est¨¢ atacando a los ciudadanos de los pa¨ªses m¨¢s desarrollados del mundo, que han conquistado la independencia, la igualdad. La misma que convierte las fechas de Navidad en d¨ªas negros y los veranos en un intento desesperado por encontrar diversi¨®n, olvido y un placer que tal vez no exista, pero que se ha vendido como el ideal. Tal vez, en este caso, los viejos tiempos s¨ª fueran mejores. Es muy posible que la evoluci¨®n, la riqueza, nos haya pillado con el paso cambiado, y que comencemos a pagar en breve su precio. O quiz¨¢s la corriente milenarista nos haya atrapado y busquemos, ante el fin del mundo, el modo m¨¢s r¨¢pido de poblar la tierra.
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