El demonio descansa
Tal vez no era el mejor sitio para una chica de ciudad, pero adoraba el Club de Mar y las noches de verano.-?Sin piedad! -dec¨ªa Sa¨²l al empezar las batallas, y ella, que no entend¨ªa la importancia del reto, ca¨ªa siempre derrotada. La fuerza de su hermano la pillaba una y otra vez por sorpresa. Se llamaba Virginia, pero todos le dec¨ªan Giny, y era, en palabras de su madre, demasiado joven para recordar.
-Si¨¦ntate con nosotras -dijo Ada, que se comportaba entre las otras chicas como la reina madre, a pesar de que apenas le llevaba a Giny diecis¨¦is meses.
-Gracias, Ada. Giny se sent¨® y encendi¨® un cigarrillo.
-?Y bien? -pregunt¨® Ada. -Y bien, ?qu¨¦? -respondi¨® Giny, que estaba cansada de las impertinencias de su prima.
-He visto a tu hermano Sa¨²l con esa loca uruguaya, quiero decir que lo hemos visto todas. Se abrazaban, se besaban, se dec¨ªan cosas horribles al o¨ªdo. Me preguntaba qu¨¦ pensamos hacer al respecto.
-No pensamos hacer nada -respondi¨® Giny-. Al parecer, es su novia.
-?Desde cu¨¢ndo? -dijo Ada, fingiendo una preocupaci¨®n excesiva. -Desde cu¨¢ndo, no lo s¨¦. Tendr¨¢s que pregunt¨¢rselo a ¨¦l. -Como si eso fuera posible. Tu hermano se ha convertido en un monstruo. No nos dirige la palabra. Se dir¨ªa que le hemos hecho algo. -?Se lo hemos hecho? -dijo Giny.
-Por supuesto que no. Dios sabe c¨®mo queremos a ese chico. Ada siempre hablaba en plural, y esa era la menos irritante de sus man¨ªas. Santiguarse despu¨¦s de mojar los dedos en el martini, era probablemente la peor. Aun as¨ª, Giny no pod¨ªa imaginar un verano sin su prima. Las otras dos chicas sentadas a su mesa, en la terraza del Club de Mar, eran Alicia y Laura. Dos hermanas silenciosas como ceniceros y tan aburridas como un par de tumbonas.
-?Qu¨¦ vamos a hacer esta noche? -pregunt¨® Giny. -Bueno, hay dos opciones bien diferenciadas; concierto de cuerda en la muralla o baile y champ¨¢n con los regatistas alemanes. Giny apag¨® su cigarrillo y busc¨® con la vista al camarero. Ada le ofreci¨® su martini.
-Bebe del m¨ªo, cari?o. Si esperas a que aparezca ¨¦se, te morir¨¢s de sed. ?Y bien? Ada pensaba que "y bien" era la expresi¨®n m¨¢s sofisticada del mundo.
-Bueno, dejemos que respondan nuestras queridas hermanas: Laura y Alicia se miraron un momento. -Vamos, vamos -les empuj¨® Ada-. Si tanto os cuesta decidir, tal vez os merezc¨¢is el concierto de cuerda.
-Regatistas -dijo finalmente Alicia, que era de lejos la m¨¢s atrevida de las dos. -Mierda, se ha vuelto a escapar -exclam¨® Giny, encendiendo un nuevo cigarrillo-. Este camarero me ignora.
-Si no te lo hubieras tirado, ya tendr¨ªas aqu¨ª tu martini. -Sabes muy bien que no me lo he tirado.
-Ah, yo, querida m¨ªa, no s¨¦ gran cosa, pero al parecer no es eso lo que cuenta el tal Paolo.
-No se llama Paolo. -Luego sabemos c¨®mo se llama. -Tambi¨¦n s¨¦ c¨®mo se llama el Papa, y no me lo he tirado.
-En fin, Giny, no me negar¨¢s, al menos, que es italiano.
-No veo por qu¨¦ habr¨ªa de negarlo.
-Bueno, bueno, bueno. Sabemos su nombre, estamos al corriente de su nacionalidad, nos han visto con ¨¦l en la mism¨ªsima piscina, pero no nos lo hemos tirado.
-As¨ª es, Ada, y te agradecer¨ªa que te dedicaras m¨¢s a tu vida sexual imaginaria que a la m¨ªa. Alicia se ri¨®, y eso era m¨¢s de lo que Giny pod¨ªa soportar.
-?Y t¨² de qu¨¦ te r¨ªes? Ahora resulta que tenemos sentido del humor. -Es por culpa de tu hermano -dijo Alicia.
-?Mi hermano? ?Qu¨¦ le pasa a Sa¨²l?
-La uruguaya esa se lo est¨¢ comiendo. Giny se dio la vuelta y vio a su hermano Sa¨²l tratando de aparcar el coche, mientras una tremenda morenaza, de al menos veinticinco a?os, le mord¨ªa en la nuca.
-?Mierda! ?Podr¨ªa ser su madre! -No, Giny, su madre no -le corrigi¨® Ada-, tal vez una hermana muy muy mayor. Sa¨²l acababa de cumplir los dieciocho, y aunque ten¨ªa ya el tama?o de un hombre, para Giny segu¨ªa siendo su hermano peque?o.
-Es un cr¨ªo. Lo hace para impresionarme.
-M¨¢s bien parece que trata de impresionarse a s¨ª mismo -dijo Ada-. ?Oh!, mira, aqu¨ª viene Paolo.
-Te he dicho que no se llama Paolo.
-Bueno, como se llame. Nos basta con que sea capaz de traerte un martini. El camarero se par¨® junto a su mesa.
-?Falta algo?
-Falta mucho -respondi¨® Ada-, pero por ahora nos conformamos con cuatro martinis. -Hola, Giny.
-Hola, Paolo. Giny baj¨® la cabeza y empez¨® a enredar con su sandalia izquierda, como si tratara de despegar algo invisible de la suela. El camarero dio media vuelta y se fue. Ada se quit¨® las gafas de sol. Lo cual, seg¨²n sus afectadas pautas de conducta, significaba: "Ahora voy a ser terriblemente honesta".
-No voy a decir nada, Giny. Siempre te he querido mucho. Ada mir¨® a las hermanas con un gesto de reprobaci¨®n, como si las rega?ara por algo que a¨²n no hab¨ªan hecho.
-Nada de risitas, por este lado -a?adi¨®.
-Gracias, Ada -dijo Giny, dejando en paz su sandalia.
-Olv¨ªdalo, cari?o. Te cojo un cigarrillo. ?Demonios! ?D¨®nde est¨¢ ahora este absurdo hermano tuyo? Giny se gir¨® de nuevo, pero Sa¨²l hab¨ªa desaparecido.
-Ni siquiera ha venido a saludarme -dijo Laura.
-Eso s¨ª que no -exclam¨® Ada-. ?La triste Laura! Han pasado ya tres veranos desde que te meti¨® la mano debajo de la faldita de tenis, y a¨²n crees que tiene la obligaci¨®n de saludarte. No sabes nada de hombres, cari?o. Seguramente recuerda mejor la marca de tu raqueta que tu nombre. Laura se sonroj¨®, pero como hac¨ªa mucho calor y estaban todas bastante agitadas, nadie se dio cuenta.
-No le hagas caso -dijo Giny-. Ada no conoce a Sa¨²l. Nunca le ha entendido. -No hay nada que entender. Son las hormonas. Tu hermano tiene tantas y tan furiosas como todos ellos
-No, no son s¨®lo las hormonas, es algo m¨¢s. Ha cambiado tanto desde que muri¨® mam¨¢. Ya nunca me cuenta nada. Y cuando le pregunto, se limita a sonre¨ªr como un perro distra¨ªdo. Su cabeza est¨¢ en otra parte.
-No lo dudo. Ah, aqu¨ª vienen los martinis. El camarero dej¨® las copas y volvi¨® a marcharse
-?Adi¨®s, Paolo! -dijo Ada-, y ahora, brindemos por la pronta recuperaci¨®n de tu encantador hermano Sa¨²l. Giny levant¨® su copa, pero todo el asunto hab¨ªa dejado de hacerle gracia. Cenaron tarde, como siempre, y despu¨¦s, su padre se puso la chaqueta y se fue al casino a jugar al mus.
-Buena suerte -dijo Sa¨²l. Su padre respondi¨® enfadado:
-El mus no es un juego de suerte. Sa¨²l corri¨® entonces a la nevera y sac¨® una cerveza. Giny termin¨® de recoger la mesa.
-D¨¦jalo -dijo Sa¨²l-, ya lo har¨¦ yo luego. -No, no lo har¨¢s, nunca lo haces. -No me das tiempo. Giny dej¨® los platos en la cocina y volvi¨® al jard¨ªn. Hac¨ªa una noche estupenda. Se o¨ªa la m¨²sica del Club de Mar, las risas de la gente y el ruido de las olas. Sa¨²l se quit¨® la camisa y se tumb¨® sobre la hierba. Giny se sent¨® a su lado.
-Dime una cosa, Sa¨²l.
-?Qu¨¦ cosa? -?Te acuerdas de la hermana de Alicia? -?Qu¨¦ Alicia? -Mi amiga, Alicia. -Qu¨¦ pasa con ella.
-?Te acuerdas del a?o que estuviste jugando al tenis con su hermana?
-Creo que s¨ª. Ten¨ªa una Dunlop, ?no? Ah, no, ¨¦sa era la noruega. La hermana de Alicia ten¨ªa una Head de fibra de vidrio. ?Le ha pasado algo?
-?A qui¨¦n? -A la hermana de Alicia.
-No, no le ha pasado nada.
-?Y a la otra?
-?A Alicia? -S¨ª, a ¨¦sa. -No, tampoco le ha pasado nada. -Me alegro. Oye, me pasar¨ªa la noche entera hablando de la salud de tus amigas, pero es que he quedado. Sa¨²l se levant¨® de un salto, termin¨® la cerveza de un trago y recogi¨® su camisa.
-Bueno, te veo luego.
-Oye, Sa¨²l -le dijo Giny cuando ya se marchaba.
-?S¨ª?
-?Est¨¢s enamorado de esa chica?
-?De la uruguaya? Claro que no. ?Qui¨¦n te ha dicho esa tonter¨ªa?
-Nadie.
-Seguro que ha sido Ada, se pasa el d¨ªa espi¨¢ndome. Bueno, hermanita, me largo. Cu¨ªdate. Giny vio a su hermano cruzar corriendo el jard¨ªn hasta la verja. Por el camino,salt¨® por encima de una silla plegable y dos maceteros, como un saltador de vallas profesional. Despu¨¦s subi¨® al coche, arranc¨® y se esfum¨® en un segundo. Giny se tumb¨® en la hierba y, a pesar de que era demasiado joven para recordar, se acord¨® de su madre, de los otros veranos, de c¨®mo Sa¨²l y ella peleaban encima de las camas hasta caer rendidos, de los paseos junto al agua con un pie dentro y otro fuera, de la nuca de su hermano y de c¨®mo pens¨® que ninguna otra chica lograr¨ªa alcanzarla. Hac¨ªa una noche estupenda y, sin embargo, no pudo evitar pensar en la muerte y en c¨®mo la muerte es s¨®lo una de las maneras que tienen las cosas de cambiar para siempre. La hierba estaba fresca. Trat¨® por todos los medios de quedarse dormida, pero el aire estaba a¨²n caliente. En las noches de verano, pens¨® Giny, el demonio descansa, y por eso no es posible conciliar el sue?o.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.