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Difama, que algo queda. Y ya lo creo que queda. Queda una carrera pol¨ªtica arruinada o, cuando menos, truncada porque alguien o algunos dejaron caer o difundieron la especie de que algo ol¨ªa a podrido. As¨ª le ha sucedido a Fernando Abad, uno de los pol¨ªticos m¨¢s brillantes y coherentes de la Federaci¨®n Socialista Madrile?a, donde no est¨¢n precisamente muy sobrados de notables. Al se?or Abad le acusaron, junto al ex consejero de Gobernaci¨®n, Virgilio Cano, de haberse enriquecido irregularmente y de atesorar un patrimonio supuestamente m¨¢s abultado del que sus ingresos le permit¨ªan conseguir. Nunca fue una acusaci¨®n documentada, s¨®lo la recopilaci¨®n de rumores, dimes y diretes que, debidamente vertidos o aireados en el lugar y momento justos, causaron un efecto letal sobre la honorabilidad de estas personas. Esa circunstancia les hizo caminar a ambos pol¨ªticos juntos en esta peripecia cuando los suyos eran casos muy diferentes.El cargo que ocup¨® el se?or Cano durante su permanencia en el Gobierno de Leguina le permit¨ªa manejar unos presupuestos multimillonarios y distribuir, con un considerable margen de discrecionalidad, las inversiones que la Comunidad destinaba para el desarrollo de los municipios de la regi¨®n. La suya, en consecuencia, siempre fue para la oposici¨®n una gesti¨®n bajo sospecha, hasta el extremo de que el grupo popular lleg¨® a ponerle entre las cuerdas por el llamado caso Atocha. Nada pudo demostrarse ni prosperar en el terreno judicial, pero hab¨ªa circunstancias que pod¨ªan abonar los recelos y las suspicacias con respecto al personaje en cuesti¨®n.
Con Abad no era el caso. Ni la posici¨®n que ocupaba ni su actividad profesional permit¨ªan en lo m¨¢s m¨ªnimo suponer que tuviera siquiera la oportunidad de prestarse a cualquier turbio manejo. Un dato significativo es que ni en su lejana etapa como alcalde de Legan¨¦s, los rivales pol¨ªticos cuestionaron en ning¨²n momento su honorabilidad. Entre ellos sorprendi¨® tanto verle en esa tesitura que, cuando aparecieron las primeras informaciones apuntando la posibilidad de que fuera excluido de las listas del PSOE por motivos ¨¦ticos, recibi¨® varias ofertas de significados dirigentes del Partido Popular manifestando su disposici¨®n a apoyarle en el trance certificando su integridad. Nada de eso sirvi¨® para nada. Sin tener la menor prueba fehaciente de que existiera un comportamiento irregular del que Fernando Abad tuviera que avergonzarse, De la Quadra tom¨® la determinaci¨®n de requerir su exclusi¨®n de la candidatura socialista a la Asamblea de Madrid, en la que hasta entonces ten¨ªa asegurado un puesto relevante. No fue una tibia sugerencia, sino una postura contundente, que defendi¨® incluso amenazando al partido con dimitir cuando Cipri¨¢ Ciscar, desde la Comisi¨®n Federal de Listas, recomendaba mantener a Abad en la lista de Madrid. Algo que el arbitrario inquisidor tendr¨¢ que tragarse ante los resultados del expediente abierto a instancias del propio Abad sobre sus ingresos y patrimonio. Esa comisi¨®n ha significado "no tener elemento alguno, ni siquiera indiciario, que permita dudar de la honorabilidad y adecuado proceder en cuanto a su situaci¨®n patrimonial". En sus conclusiones a?ade que los acontecimientos inducen a pensar que hubo filtraciones o comentarios insidiosos que no se corresponden con la verdad de lo sucedido. Demasiado tarde, el da?o ya est¨¢ hecho.
Las elecciones del 13 de junio han pasado, y ahora, desde el punto de vista pol¨ªtico, no queda ni la posibilidad de reclamar al maestro armero. Abad, sin embargo, quiere hacer sangre, y quiere, en primer t¨¦rmino, arremeter contra la diputada Elena V¨¢zquez, a la que considera la principal responsable de propagar las injurias y calumnias que le han privado de su derecho constitucional a presentarse como diputado auton¨®mico. Si as¨ª fuere y se demuestra taxativamente la autor¨ªa de tales acusaciones, la ex consejera de Integraci¨®n Social deber¨¢ responder pol¨ªticamente por ello, adem¨¢s de ofrecer una explicaci¨®n bien documentada de qu¨¦ fue lo que la indujo a denigrar de manera tan da?ina a un compa?ero de partido. Una responsabilidad a la que tampoco debe escapar el propio Tom¨¢s de la Quadra, quien, teniendo tantas posibilidades de ejercer la labor depuradora que le fue encomendada en su partido, se entretuvo ceb¨¢ndose en una persona sobre la que nunca hubo indicios fundamentados de corrupci¨®n. No es posible asear ¨¦ticamente un partido sin aplicar el principio de inocencia mientras no se demuestre lo contrario. El PSOE tiene una deuda con Fernando Abad.
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