La versi¨®n de "Carmen" de Calixto Bieito juega y gana en el Festival de Peralada
El pol¨¦mico montaje de la ¨®pera de Bizet, ambientado en los sesenta, se salda con ¨¦xito
El Festival de Peralada (Girona) ha apostado por el riesgo y ha ganado. La carta de Calixto Bieito dirigiendo Carmen, de Bizet, ha resultado un acierto pleno, no del agrado de todo el mundo, lo que lo convierte todav¨ªa en m¨¢s exitoso. Hubo no pocos abucheos ante la osad¨ªa de la puesta en escena, que sit¨²a la acci¨®n en una Espa?a fronteriza, tur¨ªstica y cutre de la d¨¦cada de los sesenta. Pero, al final, se impuso la aprobaci¨®n. As¨ª es el azar, caprichoso y valiente, tanto el que rige los destinos del festival de m¨²sica como el que gobierna los del casino adjunto.
Una Carmen para la pol¨¦mica. Como debe ser. Esa moza, la de Merim¨¦e, aunque tambi¨¦n la mucho m¨¢s edulcorada de los libretistas Meilhac y Hal¨¦vy, no ha venido a este mundo a serenar las almas, sino a confundirlas sin piedad en el abismo de las pasiones. Que se lo pregunten, si no, a Don Jos¨¦, ese soldadote simpl¨®n, navarro por m¨¢s se?as, que un buen d¨ªa qued¨® atrapado en las redes del ardiente sur y ya no encontr¨® la salvaci¨®n. O a Nietzsche, que tampoco la hall¨® cuando intentaba asirse a la tabla de Bizet en medio de la feroz tormenta desencadenada contra Wagner, una tormenta destinada a acabar en naufragio. Ambos, Don Jos¨¦ y Nietzsche, constituyen sendas met¨¢foras del p¨²blico frente a esta obra que, desde su estreno en Par¨ªs en 1875, nunca ha dejado de remover lodos inconfesables, por m¨¢s que la siempre acomodaticia tradici¨®n haya pretendido encerrarla en correcciones emocionales de variado pelaje. Carmen no admite componendas de este tipo: no flojea ni ante su propia muerte por arma blanca, como corresponde a su fogoso temperamento.
Renegar de convenciones
Calixto Bieito busca esta indomabilidad primigenia del personaje con ah¨ªnco. En primer lugar reniega de las convenciones que remiten a las cristalizadas estampas de los viajeros rom¨¢nticos del XIX por tierras hisp¨¢nicas. Su propuesta precisa algo m¨¢s radical y contudente, un entorno m¨¢s hostil y duro capaz de justificar desde dentro tanta pasi¨®n desatada en el drama. Encuentra ese entorno en una Espa?a fronteriza -?Ceuta?, ?T¨¢nger?- rematadamente cutre, en la que el tercio de dragones se ha convertido en la Legi¨®n (sin cabra); la taberna de Lillas Pastia, en un chiringuito innoble junto a un mercedes desvencijado; la sierra de Ronda, en un cruce de carreteras secundarias presidido por el toro de Osborne, y los contrabandistas en unos sujetos chulescos de medio pelo que trapichean con tabaco, relojes, televisores, ventiladores, neveras... y su propia madre si la pagan bien. Aqu¨ª y all¨¢, acres pinceladas del turismo de sol y playa m¨¢s deleznable. No se salva ni la corrida de Escamillo, convertido en un vulgar pegapases que da gato por liebre a extranjeros desinformados. Adi¨®s, Romanticismo, adi¨®s.Como es natural, forzar el planteamiento hasta estos extremos implica no pocas descuadraturas del c¨ªrculo, momentos en que el chirrido entre la obra del XIX y la lectura de finales del XX llega a hacerse insoportable. En el primer acto, el m¨¢s flojo, Bieito se empecina en encerrarnos en el chusco ambiente cuartelario presidido por la bandera espa?ola, olvidando que la obra, en ese punto, es mucho m¨¢s coral. Parece como si el pueblo o el desfile de ni?os que imita al de los soldados no le cupiera en su negativa visi¨®n del asunto. M¨¢s tarde, la partida de cartas entre Carmen, Mercedes y Frasquita sobre el cap¨® de un coche pierde su fuerte car¨¢cter premonitorio para convertirse en una guerra de bragas poco edificante.
Por no hablar de rizaduras de rizo no siempre justificadas. Al principio, Lillas Pastia libera una paloma, no se sabe a cuento de qu¨¦. M¨¢s tarde, en el interludio entre el tercer y cuarto actos, aparece un torero en pelota picada pegando pases junto al toro de Osborne. "?Pas possible, pas possible!", exclamaba la se?ora francesa de al lado. ?C¨®mo explicarle que el ba?o de luna jam¨¢s se realiza con el vestido de luces puesto?
Poco importa. Otros momentos hab¨ªan de satisfacer a la madame por fuerza, como la escena del pueblo aclamando la llegada de los diestros, pura emoci¨®n teatral resuelta con sencillez y un talento de aqu¨ª te espero combinado con una magistral iluminaci¨®n. O la soledad final de los dos protagonistas. La propuesta de Bieito es arriesgada, pero seria y trabajada. Una producci¨®n hecha y derecha. Podr¨¢ gustar o no, pero lleva la fuerza indudable que s¨®lo da la coherencia de planteamientos.
En el plano musical, muchas virtudes y alg¨²n inconveniente. La supresi¨®n de recitativos da cierta sensaci¨®n de atropello de las melod¨ªas. Vocalmente, hubo una triunfadora neta: la soprano Angela Gheroghiu en el papel de Micaela, sabidur¨ªa y estilo perfectamente amalgamados. El tenor Roberto Alagna debutaba como Don Jos¨¦: a¨²n no posee del todo el personaje -lo acabar¨¢ teniendo: con ese material vocal no se le resistir¨¢ mucho tiempo-, pero ofreci¨® igualmente momentos memorables, en especial en los d¨²os. A Annie Vavrille, sin ser incorrecta, le falta alguna dosis de carnalidad para ser Carmen, y a Lucio Gallo, que su voz exhiba la misma chuler¨ªa que su porte para ser un cabal Escamillo. Muy bien trabajado el resto del reparto (Mireia Casas, Itxaro Mentxaca, Joan Cabero, Francisco Vas, Josep Ferrer) y el coro Lieder C¨¤mera. Brillante y matizada la direcci¨®n de Gianandrea Noseda al frente de la bien templada Orquesta de Cadaqu¨¦s.
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