A la caza de una sombra en el cielo
ENVIADA ESPECIAL"?S¨ª, va a ser dif¨ªcil! Perseguiremos una sombra que se mueve a un kil¨®metro por segundo. Cuando la veamos sobre el horizonte faltar¨¢ un minuto y medio para el contacto total". ?Una secuencia de la Guerra de las galaxias? No, son las palabras emocionadas del astr¨®nomo irland¨¦s Leo Metcalfe, de la Agencia Europea del Espacio (ESA), al subir al avi¨®n desde el que trata de ver el ¨²ltimo eclipse total del milenio. Otro astr¨®nomo, tres t¨¦cnicos audiovisuales y esta enviada especial de EL PA?S escuchamos sus instrucciones en el aeropuerto de Shannon, en la costa oeste de Irlanda.
A las 9.30, una cortina de densas nubes amenaza con censurar el espect¨¢culo a los observadores en tierra. Falta media hora para despegar. El piloto, Peter, lee un documento: WestAir, la compa?¨ªa propietaria del avi¨®n, no se hace responsable en caso de "sufrimiento, dolor, heridas o cualquier tipo de da?o" derivado de la observaci¨®n del eclipse.
Como astronautas
En realidad, salvado el ocular, el m¨¢ximo riesgo de la aventura es el del mareo: el plan de vuelo incluye un afilado giro en el aire de hasta 90 grados en el que la fuerza de gravedad se sentir¨¢ el doble de lo normal (2 G), s¨®lo un tercio menos que la que sufren los astronautas en un despegue del transbordador espacial. Y eso ocurrir¨¢ a las 11.03, unos instantes antes de que el eclipse sea total, as¨ª que el que no aguante perder¨¢ sus dos minutos de gloria, los dos minutos que dura la totalidad del eclipse, con su impresionante anillo de diamantes: el aro luminoso en torno a la Luna. Despegamos a las 10.11, hora local. Llueve. Los prados verdes irlandeses se acaban, y ya entre las nubes alguien grita: "La fase parcial ha empezado". La Luna y el Sol acaban de darse el primer beso, que enseguida se convertir¨¢ en una larga mordida circular de ella a ¨¦l. "?Ey!, poneos las famosas gafas", advierte Metcalfe. A sus 40 a?os lleva para siempre en el ojo derecho la marca del eclipse que vio en Chile en 1994: "Me qued¨¦ embelesado y seguramente por eso me quem¨¦ la retina. No me pasar¨¢ esta vez".Por encima de las nubes, el cielo est¨¢ azul. Volamos a 29.000 pies, y ya est¨¢ claro que la visibilidad ser¨¢ completa. En las ventanas del Hawker Siddely 125, avi¨®n para ocho pasajeros y tres tripulantes, nos api?amos en las ventanas. Faltan 15 minutos para la totalidad, y el avi¨®n empieza su primer giro para enfrentarse a la sombra. "Tenemos un avi¨®n delante y otro detr¨¢s. Debe de haber varios en la zona, todos a lo mismo", dice la azafata, Dolores. Uno de los c¨¢maras pide "estabilidad, por favor. La imagen del eclipse baila en los monitores". Brian McBreen, el astr¨®nomo de la Universidad de Dubl¨ªn, grita: "?Veo la sombra acercarse!". ?l tiene 57 a?os y apenas recuerda su primer eclipse, hace dos d¨¦cadas. "?ste ser¨¢ el primero de verdad. ?Que por qu¨¦ quer¨ªa venir? Creo que hay que ver para creer. Puedes leer un libro miles de veces, pero jam¨¢s ser¨¢ como ver lo que estamos viendo".
A las 10.59, el cielo ya no es azul, sino negruzco. A las nubes les ha salido una cresta oscura, como olas en un mar de algod¨®n que se vuelve gris, y m¨¢s gris... Llega el segundo y definitivo giro. Gritos. El horizonte de nubes se inclina. Resistimos, gafas en ristre. 11.03. "?Mirad ahora! ?Aguantad ah¨ª quietos! Chicos, ?ten¨¦is los filtros bien? ?Preparados! ?Quedan segundos para la totalidad! ?El anillo de diamantes... y ah¨ª est¨¢ la corona!".
Venus, en el horizonte
De repente no se ve nada. Fuera las gafas: el sol est¨¢ rodeado de un anillo brillant¨ªsimo -el de diamantes- que se desvanece en unos segundos, y aparece la corona, la atm¨®sfera del Sol, s¨®lo apreciable cuando se cubre el disco solar. Se ve como un halo blanquecino, vaporoso, siempre en movimiento. El cielo est¨¢ negro y el planeta Venus brilla sobre el horizonte. A esta cronista se le olvida cerrar la boca. Habla Dolores: "Incre¨ªble". Metcalfe suspira. Silencio. Y un minuto despu¨¦s, el mismo ritual, mientras la Luna se separa del Sol. El cielo se aclara poco a poco de nuevo y aparece una botella de champa?a."Encontramos el eclipse total exactamente a 50 grados norte, 11 grados oeste", explica el piloto a la vuelta. "El giro fuerte ha sido de 60 grados, he tratado de suavizarlo". Fergus, su copiloto, recuerda despu¨¦s haber visto las luces de otro avi¨®n durante el eclipse total. No es raro: "Hab¨ªa unos 30 aviones, incluidos dos Concordes, en nuestra misma ruta a distintas alturas". Alguien cae en la cuenta de que, con la emoci¨®n, nadie midi¨® cu¨¢nto pudo prolongarse el eclipse. Uno de los c¨¢maras repasa su grabaci¨®n, han sido dos minutos y cinco segundos, pero a nadie le importa no haber alcanzado los dos minutos y medio previstos. "Ha sido m¨¢s bonito todav¨ªa de lo que me esperaba", dice Metcalfe.
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