Hubo toros
Hubo toros: gran novedad. Viene uno de un periplo de siglos por esas plazas de Dios y se encuentra con que el toro de lidia existe. No hab¨ªa m¨¢s que mirarlos: su cuajo y su alzada, su cornamenta, su seriedad y su poder. Los toros que present¨® Jos¨¦ Mar¨ªa Manzanares en Madrid ten¨ªan ese aspecto. Luego, en cuanto a comportamiento, ya habr¨¢ reservas, pero nadie es responsable de c¨®mo alienten los temperamentos ni de c¨®mo vibren los corazones.
De entrada, el toro con trap¨ªo y con integridad f¨ªsica: eso es lo que justifica la fiesta, eso es lo que requiere lidia y eso es lo que exige la afici¨®n.
Se est¨¢n viviendo tiempos taurinos oscuros, uno mejor dir¨ªa tenebrosos, en los que da la sensaci¨®n de que se han hecho con el dominio de la tauromaquia los mayores golfos del reino. Seg¨²n se ha podido comprobar en el periplo de siglos por esas plazas y aquellas ferias, la banda est¨¢ operando con absoluta impunidad para meter de matute en las corridas que torean las figuras unos toros sin edad aparente, sin trap¨ªo, manipulados en cuerpo y alma, que no tienen fuerza ni para tenerse en pie. Claro que si operan desde la impunidad ser¨¢ porque les ampara la inoperancia o la connivencia de los funcionarios y los pol¨ªticos que est¨¢n obligados a defender los derechos del p¨²blico y combatir la corrupci¨®n, en cuyo caso el esc¨¢ndalo trascender¨ªa el ¨¢mbito taurino y alcanzar¨ªa a las instituciones del Estado.
Manzanares / Madrile?o, Mart¨ªn, Cham¨®n
Toros de Jos¨¦ Mar¨ªa Manzanares, bien presentados y armados, cumplieron con los caballos aunque algunos mansearon, faltos de fijeza y dificultosos; 5? noble.El Madrile?o: estocada corta delantera, dos descabellos -aviso- y descabello (aplausos y saludos); aviso antes de matar y estocada corta baja (aplausos). Miguel Mart¨ªn: tres pinchazos y estocada (silencio); estocada corta atravesada, rueda insistente de peones, descabello -aviso- y descabello (minoritaria petici¨®n y vueta). Cham¨®n Ortega: tres pinchazos, rueda de peones -primer aviso-, dos descabellos -segundo aviso- y cuatro descabellos (silencio); pinchazo -aviso-, pinchazo hondo y dos descabellos (silencio). Plaza de Las Ventas, 5 de septiembre. Media entrada.
Y ah¨ª estamos. En semejantes trances anda metida la fiesta, hasta que pegue un estallido. El d¨ªa menos pensado ser¨¢n los aficionados quienes tomen venganza de las estafas; de esos toros sangrando por los pitones como el que le echaron a Jos¨¦ Tom¨¢s en el San Sebasti¨¢n llamado Donosti; o con las astas salvajemente destrozadas como los miuras en el otro San Sebasti¨¢n llamado de los Reyes; o descoordinados y viendo visiones como los Zalduendo de la Goyesca de Ronda.
La gran injusticia es que cuando sueltan toros aut¨¦nticos, los han de lidiar toreros modestos, y as¨ª ocurri¨® en Madrid. Y, encima, hay que mirarlos con lupa. Toreros poco placeados, algunos de tan pocos contratos que su llegada a Las Ventas se deber¨ªa considerar una reaparici¨®n.
Fue el caso de El Madrile?o quien vino muy concienciado, dispuesto a sacar partido de los toros. No lo logr¨® plenamente pues le correspondi¨® uno con genio, otro descastado, probones ambos, con los que, sin embargo, derroch¨® torer¨ªa e incluso cuaj¨® lances y muletazos de exquisita interpretaci¨®n. Entre otros, unas ver¨®nicas, unos redondos bien ligados, un monumental kikirik¨ª rodilla en tierra al estilo Joselito el Gallo, que sol¨ªa entonar ese canto y de ah¨ª el nombre de la suerte.
Miguel Mart¨ªn ci?¨® las chicuelinas y realiz¨® sendos trasteos voluntariosos. De poco fuste el primero, acaso porque el toro se le revolv¨ªa presto; suave y reposado el segundo, en perfecta armon¨ªa con el toro, que result¨® pastue?o. Los derechazos le salieron largos y los instrument¨® ligados. Los naturales tambi¨¦n. Ocurri¨®, no obstante, que de esta ¨²ltima marca s¨®lo dio una tanda y volvi¨® a los derechazos, que -dir¨ªan los padres de la tauromaquia- es suerte menor. Y, en fin, que abusando de los derechazos -muy bien rematados mediante ajustados pases de pecho, por cierto- construy¨® una faena de excesiva duraci¨®n para el celo del toro, para la paciencia del p¨²blico y para el sentido com¨²n. Y una oreja que pudo cortar no la cort¨®.
En los mismos excesos incurri¨® Cham¨®n Ortega. Desbordado y repetidas veces desarmado por el tercer toro, que topaba sin fijeza, avisado adem¨¢s dos veces, aplic¨® a la nobleza del sexto una faena por derechazos de buena factura. Pero lo pas¨® de faena y de derechazos y el toro, que ya ven¨ªa cantando su mansedumbre desde el tercio de varas, se cans¨® de los derechazos, dio en huir y le cost¨® cuadrarlo, por lo que oy¨® otro aviso. No estuvo bien Cham¨®n, es evidente, mas las figuras quiz¨¢ lo habr¨ªan hecho peor. Cabe sospecharlo. A¨²n no se las ha visto con toros ¨ªntegros, que romanean a las plazas montadas y desmontan a los individuos del castore?o, como hicieron cuatro de los toros que envi¨® Jos¨¦ Mar¨ªa Manzanares a Madrid.
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