?Que vienen los ingleses!
Una visita a las librer¨ªas permite constatar que la rentr¨¦e literaria tiene este oto?o un marcado acento ingl¨¦s. La escuadra de autores del Reino Unido se ha permitido un desembarco fulgurante, con lo mejor de cada casa y con la visita a Barcelona, anunciada para las pr¨®ximas semanas, de pesos pesados de la categor¨ªa de Julian Barnes, Martin Amis y Hanif Kureishi. O sea que no s¨®lo podremos tener el placer de leer sus libros, sino que tendremos ocasi¨®n de asistir en directo a sus lecturas en el Instituto Brit¨¢nico. A este paso, se nos pondr¨¢ cara de ingleses y hasta es posible que sucumbamos a la tradici¨®n del te de las cinco. Julian Barnes, el m¨¢s afrancesado de los autores ingleses, tiene una de esas obras amplias y variadas que se degustan siempre con placer, con parada especial en su super¨¦xito El loro de Flaubert. Nos trae ahora Inglaterra, Inglaterra, obra que desde el mism¨ªsimo t¨ªtulo puede calificarse de muy inglesa. Se trata de una divertida novela en la que un millonario exc¨¦ntrico se permite recrear en la isla de Wight una reproducci¨®n de lo m¨¢s emblem¨¢tico de Inglaterra. Aunque esta visi¨®n c¨®mico-futurista pueda parecer absolutamente desmadrada, no hay m¨¢s que irse a Las Vegas para darse cuenta de que, una vez m¨¢s, la realidad supera la ficci¨®n. En la ciudad m¨¢s kitsch de Estados Unidos ya hay hoteles que reproducen en medio del desierto de Nevada los canales de Venecia, la torre Eiffel y las pir¨¢mides de Egipto. La locura global, en definitiva, y siempre a mayor gloria de los casinos y del d¨®lar. Ian McEwan, de la cosecha de 1948 y autor de novelas como El inocente y Los perros negros, publica ahora Amsterdam, una obra avalada por el prestigioso Premio Booker. McEwan est¨¢ en forma y lo demuestra con esta s¨¢tira social en la que sabe mezclar perfectamente lo negro y lo c¨®mico, algo que siempre se le ha dado bien. Martin Amis, un valor s¨®lido que lleva a?os en primera fila y que ha sobrevivido a toda clase de pol¨¦micas, nos trae los relatos de Mar gruesa, publicados en buena parte en revistas norteamericanas. Amis demuestra ser un maestro tambi¨¦n en este terreno. El siguiente en la lista es Hanif Kureishi, que como autor de Mi hermosa lavander¨ªa y El buda de los suburbios se gan¨® ya un buen club de lectores. En su nueva novela, Intimidad, Kureishi riza el rizo y pone su intimidad en primer plano, con la cr¨®nica de una separaci¨®n de un escritor que se parece mucho a ¨¦l. Graham Swift, ¨²ltimo de los desembarcados y autor de la inolvidable El pa¨ªs del agua, novela en Fuera de este mundo el horror de la guerra, con un atentado del IRA como punto de partida y con un fot¨®grafo en la primera l¨ªnea de una visi¨®n en teor¨ªa objetiva. Los cinco autores, en conjunto, componen un grupo generacional variado y de calidad. Podr¨ªamos a?adir otros seis nombres -por ejemplo, William Boyd, Kazuo Ishiguro, Salman Rushdie, Timothy Mo y Jonathan Coe- y ya tendr¨ªamos un equipo titular ingl¨¦s capaz de desafiar a cualquier selecci¨®n nacional. En el grupo hay de todo: tradici¨®n, toques afrancesados, rastros de Oxford, influencia norteamericana y restos del imperio brit¨¢nico sabiamente asimilados por autores de origen chino, paquistan¨ª o japon¨¦s. Desde Espa?a hemos visto otros intentos similares de desembarco generacional -de autores italianos, sin ir m¨¢s lejos- que se han desinflado con el tiempo.Los ingleses, en cambio, siguen siendo un valor s¨®lido y variado. ?Cu¨¢l es la f¨®rmula? ?ste es el secreto por el que pagar¨ªa una fortuna cualquier editor. Los responsables de la cultura oficial de por aqu¨ª han intentado crear de un modo artificial generaciones literarias de calidad, pero me temo que la cosa no ha funcionado. Y es que no es nada f¨¢cil. Los ingleses, de hecho, surgieron por generaci¨®n espont¨¢nea cuando todo el mundo daba por hecho que la literatura inglesa ya estaba acabada y que lo que se llevaba era la norteamericana. Quiz¨¢ ¨¦sta sea la f¨®rmula: jugar al despiste, proclamar que el pa¨ªs no da para m¨¢s y empezar desde cero a asimilar los restos de una decadencia para dejar que cada escritor haga su vida sin interferencias oficiales. S¨®lo entonces, cuando ya se pueda formar una selecci¨®n vistosilla surgida de modo espont¨¢neo, ser¨¢ el momento de que los organismos oficiales se atribuyan el m¨¦rito. Antes no, no vayan a estropearlo todo.
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