Beth Orton endulz¨® la noche
Estaban tocando Los Enemigos en el Moll de la Fusta y una traca lanzada por los diablos del correfoc llen¨® el cielo de estampidos. Josele, el cantante de la banda, mir¨® de reojo y sigui¨® cantando. Acabada la pieza, Fino, el bajista, dijo: "?Joder!, con tanto cohete parecemos los Suaves o los Stones". M¨¢s tarde, el inicio de los fuegos artificiales se solap¨® con otra canci¨®n de Los Enemigos, que entre la contrariedad de un p¨²blico que no estaba para pirotecnias tuvieron que concluir su actuaci¨®n sin que sonasen piezas como Septiembre y Antonio. An¨¦cdotas, s¨®lo un par de an¨¦cdotas de un festival, el BAM, que cabalga sobre las fiestas de la Merc¨¨ y que cuando el s¨¢bado ya era domingo concluy¨® tras tres d¨ªas de conciertos. A Los Enemigos se les fastidi¨® un tanto el suyo con eso de los fuegos, y tuvieron que marcharse justo cuando el p¨²blico comenzaba a entrar en su propuesta, un rock macerado en alcohol cantado con una voz que sale de las tripas. El cuarteto madrile?o, mejor en las cortas distancias que en los grandes escenarios, se despach¨® con su habitual turbulencia guitarrera, un carnal proleg¨®meno para lo que luego vendr¨ªa en la plaza del Rei, espacio que el BAM destina a los artistas sensibles o con problemas. Fue por ejemplo el caso de Astrud, el d¨²o m¨¢s controvertido del pop nacional. Manolo, camisa blanca y escarapela negra, no sonri¨® en toda la actuaci¨®n, y cant¨® los temas con ese rictus de empolloncete que responde preguntas en un examen de lat¨ªn. Tras ¨¦l Gen¨ªs sudaba actitud, bord¨¢ndola en la sublime gesticulaci¨®n que acompa?a a Bailando, junto a Esto deber¨ªa acabarse aqu¨ª y Cambio de idea, las piezas m¨¢s celebradas del concierto. Con la complicidad de un p¨²blico que conoc¨ªa el percal, Astrud super¨® el clich¨¦ de banda que s¨®lo sabe hacerse buenas fotos, y dej¨® en la plaza del Rei un buen sabor de boca. Entretanto Dorantes se acercaba al flamenco de c¨¢mara en la plaza de la Catedral y ante un p¨²blico m¨¢s bien pasmado dejaba ir su piano por una senda flanqueada por cuerda, caj¨®n, percusi¨®n, saxo, flauta y contrabajo el¨¦ctrico. Un abultado equipaje en las ant¨ªpodas del que luego necesit¨® Yann Tiersen para encoger la m¨²sica hasta su m¨ªnima expresi¨®n. Tocado por ese ¨¢ngel que ilumina a artistas como Pascal Comelade, Tiersen altern¨® guitarra, acorde¨®n, viol¨ªn, piano y teclado de juguete para elaborar un pop exquisitamente franc¨¦s que enmudeci¨® a la plaza del Rei: canciones resueltas con cuatro pinceladas minimales, melod¨ªas sugeridas y detalles esc¨¦nicos. Si Astrud fue la cara mundana del BAM, Tiersen devolvi¨® al p¨²blico a las penumbras del alma. Y al alma tambi¨¦n apunt¨® Beth Orton en su estupendo concierto. La cantautora inglesa regal¨® en Barcelona un repertorio alimentado con espl¨¦ndidas canciones como She cries your name, Stolen cards, Sweet decline, So much more y Central reservation, piezas en las que palpita un eco de Joni Mitchell que Orton no deja que se convierta en mimetismo. P¨¢lida y filiforme, la inglesa dej¨® entrever timidez, una timidez que se difuminaba cuando comenzaba a cantar. Y es que Beth Orton no s¨®lo es buena compositora, sino que adem¨¢s tiene una voz hermos¨ªsima y c¨¢lida que mantuvo en vilo al p¨²blico. Y ya como despedida, la traca final tuvo el sabor del techno todo a cien de Kenny Larkin, quien descubri¨® que la base del Jingo de Santana tambi¨¦n puede maquillarse con electr¨®nica. Pese a que su set result¨® demasiado manido y lleno de lugares comunes, el p¨²blico se abandon¨® al baile celebrando cada aceler¨®n r¨ªtmico del norteamericano con el tradicional enarbolamiento de brazos. Y a eso de las cinco, cuando m¨¢s lanzada estaba la gente, se acab¨® la m¨²sica. Y es que Barcelona es una ciudad tan contenida que ni en su fiesta mayor se permiten m¨¢s licencias de las estrictamente necesarias.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.