Catalanes en campa?a
El precalentamiento de la campa?a para las auton¨®micas catalanas sirvi¨® para que Maragall se acreditara como un candidato capaz de disputar el triunfo a Pujol, algo que no pod¨ªa darse por descontado. Pero la constataci¨®n de esa posibilidad por los sondeos ha puesto en movimiento el poderoso aparato electoral convergente, incluyendo sus medios de titularidad p¨²blica, hasta devolver a Pujol su aura de imbatible. El debate televisivo del viernes por televisi¨®n confirm¨® que es Pujol quien juega en casa y con el ¨¢rbitro comprado. Pero la prueba definitiva sigue planteada en t¨¦rminos de continuidad o cambio. Con la particularidad de que Pujol, la continuidad, pone el acento en su disponibilidad para la renovaci¨®n, y que Maragall, el cambio, no acaba de concretar qu¨¦ cosas cambiar¨ªa si gana.La idea de que una permanencia demasiado prolongada en el poder adocena a los gobernantes y produce vicios de funcionamiento -tendencia al abuso y corrupci¨®n- es un argumento poderoso de Maragall contra Pujol, pero insuficiente si no va acompa?ado de propuestas que diferencien su mensaje y venzan la inercia de votar a un pol¨ªtico que ha conseguido identificar el puesto con su persona como ning¨²n otro. La propuesta de catalanismo dialogante de Maragall, que aspira a recoger votos de un espectro social tan amplio como el que ha venido respaldando a Pujol, es incompatible con el enfrentamiento frontal. Cambio sin ruptura; lo conocido (ex alcalde de Barcelona) frente a lo demasiado conocido. De ah¨ª la apertura de las listas a los independientes y a Iniciativa per Catalunya, las cenas con empresarios y los gui?os c¨®mplices con los sindicatos.
El problema es que un mensaje demasiado pr¨®ximo al de CiU tal vez no motive suficientemente el voto de al menos una parte del electorado natural de los socialistas. En las generales de 1996, el PSC, con Felipe Gonz¨¢lez todav¨ªa en el cartel, obtuvo 200.000 votos m¨¢s que los cosechados por Pujol en las auton¨®micas de 1995. A Maragall le bastar¨ªa asegurarse la fidelidad de ese mill¨®n y medio largo de electores para ganar. Pero aun as¨ª necesitar¨ªa seguramente el apoyo de Esquerra, adem¨¢s del de Rib¨®, para gobernar.
La polarizaci¨®n obliga a los dem¨¢s a buscar su lugar como bisagra. La lista del PP que encabeza Alberto Fern¨¢ndez D¨ªaz puede servir, como ha se?alado Aznar, para moderar a Pujol, pero no es una alternativa frente a CiU. A pesar de las discrepancias sobre pol¨ªtica ling¨¹¨ªstica o sobre el r¨¦gimen fiscal, perfectamente medidas en su escasa virulencia, es evidente que la preferencia del PP se llama Pujol, y que una derrota del aliado catal¨¢n de Aznar ser¨ªa interpretada como una derrota del partido del Gobierno. Una victoria sin mayor¨ªa de Pujol permitir¨ªa al PP vender su apoyo externo en Catalu?a a cambio de obtener lo mismo en Madrid. Pero una derrota del socio de Aznar significar¨ªa la ruptura del modelo: aunque Pujol contara con los diputados que necesita el PP en Madrid, sin el gobierno en Catalu?a dejar¨ªa de tener sentido el cobro de dividendos para una Generalitat de otro color.
Iniciativa per Catalunya, que lidera Rafael Rib¨®, s¨®lo presenta lista diferenciada en Barcelona, mientras que en Girona, Lleida y Tarragona se ha integrado en el modesto olivo maragalliano, junto a los independientes de Ciutadans pel Canvi. Su aportaci¨®n no es una alternativa distinta, pero aporta credibilidad al intento de Maragall de ensayar una apertura pol¨ªtica y organizativa que desborde el ¨¢mbito del PSC. Una victoria de Maragall ser¨ªa una baza para Almunia con vistas a las elecciones generales.
La lista de Esquerra Republicana, encabezada por Josep Llu¨ªs Carod-Rovira, es la ¨²nica que dice ofrecer una alternativa distinta y equidistante entre Pujol y Maragall, con la esperanza de convertirse en el ¨¢rbitro del futuro Gobierno en caso de que ni CiU ni PSC tengan mayor¨ªa suficiente. Sobre ERC pesa el negativo antecedente de su alianza con Pujol en 1980, cuando obtuvo la presidencia del Parlamento, pero al precio de su difuminaci¨®n pol¨ªtica. Su incorporaci¨®n a un Gobierno de Maragall dar¨ªa lugar a una mayor¨ªa de izquierdas parecida a la que encabeza Francesc Antich en Baleares. Pero su integraci¨®n en una mayor¨ªa nacionalista con Pujol conducir¨ªa a un Gobierno f¨¢cilmente radicalizable en la l¨ªnea de la Declaraci¨®n de Barcelona. La posici¨®n de Esquerra le permitir¨ªa vender m¨¢s nacionalismo para un Gobierno de izquierdas con Maragall o m¨¢s izquierdismo para un Gobierno nacionalista con Pujol. Pero su tentaci¨®n consiste en vender ¨²nicamente m¨¢s radicalizaci¨®n nacionalista para ambos casos.
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