La huida de Porfirio Abel
Un fugado de las atrocidades vuelve a Dili tras vagar con su familia por las sierras de Timor
ENVIADO ESPECIALEl buenazo de Porfirio Abel est¨¢ convencido de que la Virgen Mar¨ªa Auxiliadora, de la que es fiel devoto, salv¨® milagrosamente a su familia de la muerte a manos de las milicias y el Ej¨¦rcito indonesios. El 3 de septiembre, 24 horas antes del anuncio de los resultados del refer¨¦ndum y del inicio de las atrocidades, Porfirio Abel, su mujer y sus cuatro hijos, la mayor de 12 a?os, estaban refugiados en el centro salesiano Don Bosco, en las afueras de Dili. "Estamos desesperados", comentaba entonces a este peri¨®dico el t¨¦cnico de Obras P¨²blicas, de 38 a?os, miembro de una conocida familia independentista de Timor Oriental.
Las milicias proindonesias hab¨ªan amenazado con asaltar el centro religioso en busca de los separatistas. All¨ª se encontraban cerca de 4.000 personas, entre ellas la madre adoptiva del jefe de la milicia proindonesia Aitarak, Eurico Guterres. El superior del centro, el padre filipino Rolando Fernandes, estaba exhausto por la tensi¨®n y las noches en vela. Horas despu¨¦s, los periodistas tuvimos que abandonar Timor y los paramilitares, con el apoyo del Ej¨¦rcito, sembraron el terror durante m¨¢s de quince d¨ªas.
Nada m¨¢s regresar a Dili, fui al centro religioso. Estaba destruido. Pero encontr¨¦ a Porfirio d¨ªas despu¨¦s, todav¨ªa atemorizado. Acababa de llegar del centro de refugiados en Dare, junto a las monta?as que se alzan tras la capital. Por azares de la fortuna, su casa no hab¨ªa sido incendiada. S¨®lo saqueada. El relato de su cautiverio es un ejemplo m¨¢s del sufrimiento de miles de timorenses en estos d¨ªas.
"El padre Rolando", dice, "llam¨® a Eurico Guterres para pedirle clemencia. El jefe de Aitarak lleg¨® en la tarde del d¨ªa 3. El padre reuni¨® a todos los refugiados, y Eurico Guterres nos prometi¨® que los milicianos no asaltar¨ªan Don Bosco. Nos dijo que estaba trabajando para todos los timorenses y que respetaba el resultado del refer¨¦ndum". Fue a visitar a su madre adoptiva, Mar¨ªa da Costa, de 72 a?os, la mujer que le hab¨ªa criado hasta que se cas¨®. El jefe de los paramilitares de Dili dijo que no hab¨ªa podido visitarla porque estaba muy ocupado. Le cont¨® que sal¨ªa para Yakarta al d¨ªa siguiente y prometi¨® que regresar¨ªa inmediatamente para evitar desmanes.
"Le esperamos hasta el d¨ªa 5, pero no volvi¨®. Esa tarde recibimos el ultim¨¢tum de las milicias. Ya est¨¢bamos all¨ª cerca de 10.000 refugiados".
A la siete de la ma?ana lleg¨® un grupo de paramilitares armados. El padre Rolando les suplic¨® que le llevaran a ¨¦l pero que dejaran tranquila a la gente. Los milicianos le replicaron que regresar¨ªan en unas horas para trasladar a los refugiados hacia los campos de Atambua y Kupang, en el ¨¢rea occidental de la isla.
Porfirio y su familia no ten¨ªan tiempo que perder: "Pens¨¦ que si iba a la polic¨ªa me matar¨ªan, porque toda mi familia es independentista y bien conocida en Dili. Decid¨ª salir con mi coche hacia el centro religioso de Taibessi, a cinco kil¨®metros al sur de Dili. Llev¨¦ a mi mujer y a mis hijos. Est¨¢bamos aterrorizados. Vi a las milicias trasladar a gente hacia los cuarteles del Ej¨¦rcito y la polic¨ªa. Pasamos m¨¢s de diez controles militares y pararon a todos los coches menos el m¨ªo. A¨²n no puedo creerlo. Sent¨ª que Mar¨ªa Auxiliadora nos ayud¨®". Llegaron hasta el centro de Taibessi, dirigido por el padre Karim, que ser¨ªa asesinado despu¨¦s.
All¨ª pasaron la noche, pero las milicias irrumpieron de madrugada. Tuvieron que salir en tres coches, escoltados por dos jesuitas y un salesiano. "A un kil¨®metro", explica, "vimos un control del Ej¨¦rcito. De lejos, entend¨ª por sus gestos que nos ped¨ªan tabaco. No ten¨ªa cigarrillos y les ofrec¨ª un mill¨®n de rupias (unas 20.000 pesetas). No las aceptaron, pero nos dejaron pasar. As¨ª conseguimos llegar a las monta?as de Dare".
Porfirio Abel dej¨® a su familia y regres¨® al d¨ªa siguiente hacia Taibessi para buscar comida. "Los soldados estaban robando en la casa de los jesuitas. Las puertas estaban reventadas.
El padre Karim apunt¨® con el dedo ¨ªndice a la frente de uno de los oficiales y le espet¨®: "Os dije que no entr¨¢seis en la casa de Dios". Poco despu¨¦s nos topamos con las milicias y le dijeron que eran soldados los autores de los saqueos". El padre Karim le acompa?¨® hasta el palacio del gobernador, en el centro de Dili, y regres¨® a Taibessi. "Aquella noche", relata Porfirio, "los militares entraron en la casa de los jesuitas. El padre Karim sali¨® con una linterna para ver lo que ocurr¨ªa. Desde la oscuridad, le gritaron en bahasa : "?Matikan lampu!" . Y dispararon un tiro al aire. El jesuita no hizo caso de las amenazas. Le advirtieron de nuevo. A la tercera, le dispararon en el pecho. Muri¨® desangrado".
Porfirio y su familia sobrevivieron en las monta?as de Dare. "Ten¨ªamos agua de los manantiales", dice, "y conseguimos en el campo mandioca y ma¨ªz. Nosotros pudimos resistir, pero muchos beb¨¦s murieron. Por la noche hac¨ªa mucho fr¨ªo y no ten¨ªamos casi nada con que cobijarnos. Adem¨¢s tem¨ªamos cualquier ataque de las milicias o el Ej¨¦rcito. Afortunadamente no llegaron a las monta?as".
La fortuna volvi¨® a reunirnos junto al hotel Turismo, donde se concentr¨® un grupo de tropas australianas y algunos periodistas. Acompa?amos a Porfirio a su casa, que estaba completamente saqueada. Al salir, nos dijo: "En las monta?as, la gente no llora por sus casas; s¨®lo quiere que Indonesia salga de Timor Oriental".
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