Cari?osa despedida
El p¨²blico de Las Ventas despidi¨® con cari?osos aplausos a Cristina S¨¢nchez, que se retiraba del toreo. Y eso fue todo. Su ¨²ltima actuaci¨®n vestida de luces no pasar¨¢ a la historia. Incluso puede que a la torera le haya dejado un mal sabor.El ¨²ltimo toro que la sacaron fue de susto. Las figuras no los torean as¨ª de grandes y as¨ª de mansos. A las figuras les sale uno de esos -626 kilos, cara de pocos amigos, huidizo y bufador- y se ponen a decir que no ve, para que se lo devuelvan al corral. Y se lo devuelven. Los actuales presidentes, con las figuras, ya se sabe: a la orden.
Nadie pidi¨®, por supuesto, la devoluci¨®n del toro pese a que tom¨® incierto el capote de Cristina S¨¢nchez y de poco se lo quita, pese a que se rebotaba de las varas y sal¨ªa despendolado, pese a que desbordaba a la torera en sus desafortunados intentos de brega... Est¨¢bamos en Madrid, claro, con la afici¨®n conspicua alerta, un p¨²blico complaciente y una facci¨®n feminista que la jaleaba ol¨¦s y hasta el vuelo de media ver¨®nica cualquiera inspir¨® en el foco el inesperado grito de "?Las mujeres al poder!".
Eulogios / Cepeda, Conde, Cristina
Cuatro toros de Los Eulogios (dos fueron rechazados en el reconocimiento), de escasa presencia, flojos, boyantes, excepto 6?, grande y manso. De Gabriel Rojas: 3?, anovillado, impresentable e inv¨¢lido; 5?, bien presentado, pastue?o. Fernando Cepeda: pinchazo perdiendo la muleta, otro hondo, rueda de peones -aviso-, bajonazo descarado y dos descabellos (silencio); estocada contraria perdiendo la muleta (silencio). Javier Conde: bajonazo descarado (silencio); pinchazo hondo y, a toro arrancado, otro descordando (divisi¨®n). Cristina S¨¢nchez, que se desped¨ªa del toreo: dos pinchazos, dos pinchazos bajos perdiendo la muleta y dos descabellos (silencio); media atravesada, estocada tendida tirando la muleta y saliendo por pies, y dos descabellos (silencio); aplausos de despedida a los que corresponde con saludos. Plaza de Las Ventas, 12 de octubre. 7? y ¨²ltima corrida de la Feria de Oto?o (fuera de abono). Cerca de dos tercios de entrada.
Al poder, de acuerdo, si bien en tauromaquia y en la ocasi¨®n presente no hab¨ªa posibilidad. El primer toro que le sacaron a Cristina S¨¢nchez era una birria. Gracias a que justo cuando saltaba a la arena recreci¨® la lluvia de forma torrencial y a que, efectivamente, le correspond¨ªa a Cristina S¨¢nchez en trance de retirada, la afici¨®n conspicua, el p¨²blico afectuoso y el feminismo militante prefirieron arrebujarse bajo los paraguas y aguardar tiempos mejores.
Llegaron al iniciar la torera su faena de muleta porque asom¨® entonces un t¨ªmido sol. Y pese a que el torillo se desplomaba, y los derechazos y los naturales de Cristina S¨¢nchez resultaban incompletos pues al animalito se le quedaban cortas las embestidas, rugieron los ol¨¦s y se encendieron las ovaciones. Luego mat¨® fatal y hubo un respetuoso silencio.
Lo de matar fatal no fue exclusivo de Cristina S¨¢nchez. Sus compa?eros de terna, con la espada ten¨ªan m¨¢s peligro que D"Artagnan en una noche de copas. Fernando Cepeda le peg¨® al primer toro un bajonazo infamante, otro Javier Conde al segundo, y este diestro le meti¨® tan siniestra cuchillada en las v¨¦rtebras al quinto, que lo descord¨®.
No es que los toros les hubieran hecho nada malo a Fernando Cepeda y Javier Conde; nada que clamara venganza. Antes al contrario, desarrollaron una generosa boyant¨ªa que les pon¨ªa a su alcance, a guisa de regalo, las peludas orejas. Mas que si quieres arroz...
Que si quieres arroz, Catalina: lo mismo les habr¨ªa dado que los toros salieran broncos pues Cepeda los lanceaba echando el paso atr¨¢s, los muleteaba fuera cacho, sin la reuni¨®n que reclaman los toros buenos. Y Javier Conde se dedicaba a ensayar pinturer¨ªas de afectado porte.
A Fernando Cepeda se le fueron sus dos toros sin torear y menos mal que al cuarto no lo acuchill¨® como al primero. A Javier Conde tambi¨¦n se le fueron sin torear pues torear no es poner ademanes de tablao, presentar el pico de la muleta y embarcar por la lejan¨ªa con aires de que les estaba inspirando un ¨¢ge (el ¨¢ngel andalus¨ª, enti¨¦ndase), seg¨²n mont¨® su faena al segundo de la tarde, un anovillado esp¨¦cimen de borrega condici¨®n. Al quinto, de Gabriel Rojas, pastue?o e ideal para interpretar el toreo de c¨¢lidas esencias, le lig¨® desde la verticalidad tres tandas de derechazos, apunt¨® naturales mediocres y acentu¨® tanto la flamenquer¨ªa de sus desplantes que lleg¨® a ponerse esperp¨¦ntico. Perpetr¨® finalmente el cruel descordamiento, que si ven¨ªa inspirado ser¨ªa por el ¨¢ngel exterminador.
Mayor m¨¦rito ten¨ªa Cristina S¨¢nchez, que hubo de medirse con el torazo de la tarde y si la llev¨® por la calle de la amargura con muleta y espada, consigui¨® cazarlo a golpe de descabello. Y se acab¨® la presente historia.
El p¨²blico aguard¨® a que Cristina S¨¢nchez, siguiendo la tradici¨®n, se cortara la coleta. Mas no se la cort¨®. Habr¨ªa sido una barbaridad, pues la tiene natural y bien hermosa. Y la despidi¨® con aplausos. No tan fuertes como la ovaci¨®n que la dedic¨® en el pase¨ªllo, pero constituyeron un testimonio de cari?o y de respeto. Qu¨¦ menos -?verdad?- despu¨¦s de tanto traj¨ªn.
Babelia
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