Un Weill espa?ol
Ser¨ªa una l¨¢stima que el carisma de dos artistas formidables, Ana Bel¨¦n y Miguel R¨ªos, oscureciese el acontecimiento. La gente comprar¨¢ su nuevo doble disco conjunto, disfrutar¨¢ oyendo a unos int¨¦rpretes que admira y llenar¨¢, estoy seguro, los conciertos con orquesta que est¨¢n dando estos d¨ªas por Espa?a. ?Y Weill? Las leyes del mercado obligan a poner en la car¨¢tula m¨¢s grande el nombre de los cantantes que el del compositor, aunque luego el bien producido libreto reproduce las letras y rinde el debido homenaje al m¨²sico alem¨¢n. Insisto. Oigamos todos una y otra vez estas canciones que la Bel¨¦n y R¨ªos tan espl¨¦ndidamente hacen suyas, pero no pasemos por alto el significado de la iniciativa.Porque acontecimiento es que tres artistas seguros del ¨¦xito popular en su campo (junto a Ana y Miguel est¨¢ V¨ªctor Manuel firmando la adaptaci¨®n de la mayor parte de las canciones) aborden un repertorio distinto al suyo y tan ajeno a la tradici¨®n espa?ola y lo hagan a lo grande, con muy buenos arreglos y un m¨²sico del calibre de Josep Pons dirigi¨¦ndoles al frente de la Orquesta de Granada. ?Y Weill?
Yo tengo una debilidad por ¨¦l que no es enfermiza; nada lo puede ser en torno al m¨¢s robusto compositor del siglo XX, muerto, sin embargo, en la a¨²n joven plenitud de su talento, un mes despu¨¦s de cumplir los 50. Y tanta es mi debilidad que me gustan los dos Weill, el berlin¨¦s y el hollywoodiense, el innovador de la ¨®pera ¨¦pica y el acomodaticio (pero brillante) seguidor del musical de Broadway, el gran admirador del Wozzeck de Alban Berg y el que, en una carta de 1940, tom¨® distancias de la llamada Escuela de Viena: "Estoy convencido de que muchos compositores modernos se sienten superiores respecto a su p¨²blico. Sch?nberg, por ejemplo, ha dicho que escribe para un tiempo posterior en 50 a?os a su muerte. Pero los grandes compositores cl¨¢sicos escrib¨ªan para su p¨²blico contempor¨¢neo. Quer¨ªan que quienes escuchasen su m¨²sica la entendiesen, y as¨ª suced¨ªa. En cuanto a m¨ª, escribo para hoy. Me importa un pito la posteridad".
La posteridad le ha perdonado ese desd¨¦n, regal¨¢ndole con su favor. Las primeras ¨®peras y operetas de cabaret se representan en los grandes templos del bel canto, las compa?¨ªas graban hasta sus m¨¢s oscuras piezas de juventud, y su fascinante artisticidad anfibia provoca una respuesta muy singular, a la que el disco que comentamos se une: son muchos los cantantes pop que se han sentido libres de probar suerte con la m¨²sica de este impuro cl¨¢sico de su tiempo.
La apuesta mayor del doble CD de la Bel¨¦n y R¨ªos est¨¢ en la primera parte, donde, a d¨²o y en solitario, interpretan canciones legendarias de los a?os en que Weill trabaj¨® con Bertolt Brecht. Miguel R¨ªos saca adelante con un adecuado br¨ªo rockero la Balada de Mackie el Navaja, pero Ana Bel¨¦n, que lo tiene m¨¢s crudo por las posibles comparaciones con Lotte Lenya, Ute Lemper o Milva (s¨®lo algunas de las celeb¨¦rrimas artistas que se encararon antes con el mismo repertorio), consigue maravillosas versiones, conmovedoramente l¨ªrica en las canciones de Salom¨®n y Polly, oscura y picante donde tiene que serlo (memorable su Jenny la de los piratas).
Para m¨ª, con todo, la sorpresa m¨¢s deliciosa la reserva el segundo compacto. Aqu¨ª hay siete canciones tomadas de los musicales que Weill compuso para Broadway (algunos adaptados con ¨¦xito al cine), y, contra lo que pudiera parecer, la Granada est¨¢ en Berl¨ªn de entreguerras como el chorus line de la Calle 42. Trabajando con la orquesta en pleno o con un conjunto m¨¢s reducido, Ana (Canci¨®n de septiembre) y Miguel (brav¨ªsimo en su Speak low cantada en ingl¨¦s) consiguen la ilusi¨®n, la doble ilusi¨®n: la suya de hacer sonar plausible a Weill en espa?ol, la nuestra de seguir entendi¨¦ndolas, unas letras y m¨²sicas de tan remota originalidad.
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