Peluquer¨ªa unamuniana
ENRIQUE MOCHALES
Mientras me cortaba el pelo, en una aut¨¦ntica barber¨ªa, le¨ªa en el peri¨®dico que este a?o la Tate Gallery de Londres tuvo que cerrar durante unos momentos como consecuencia de la pelea de almohadas que mantuvieron dos hombres, mientras saltaban sobre una cama desecha llena de tapones de champ¨¢n, condones usados y ropa interior sucia. Era la obra Mi cama, de la artista Tracey Emin. Cuando fueron detenidos por el personal de la Tate Gallery, los dos amigos alegaron que s¨®lo intentaban mejorar la exposici¨®n. La catarsis que les produjo la contemplaci¨®n de la obra de Emin les impuls¨® a saltar sobre la misma, entre carcajadas, mientras se golpeaban con las almohadas bajo una previsible nevada de plumas. La exposici¨®n se titulaba: ?Es esto arte?, y fue sin duda lo que debieron pensar los dos hombres. Aunque tambi¨¦n es posible que quisieran organizar su propia performance y creyeran que esta era la forma id¨®nea de llevarla a cabo.
De pronto, el peluquero, que parec¨ªa tener ojos para cortarme el pelo y leer el peri¨®dico por encima de mi hombro, dijo: "Casos como ¨¦se ha habido muchos, y, sin duda, m¨¢s graves, desde disparar sobre un cuadro de Andy Warhol hasta cargarse un dedo de una escultura de Miguel ?ngel de un martillazo". Mientras hablaba, el peluquero segu¨ªa tijereteando: "?Qu¨¦ es lo que impulsa a estos individuos a atentar contra el arte?. En algunos casos, el atentado es producto de la profunda envidia que provoca la contemplaci¨®n de las obras geniales. En otros casos, la cosa se reduce a la mitoman¨ªa o el odio enfermizo hacia el artista. En el asunto particular de la Tate Gallery estar¨ªamos ante una agresi¨®n blanda -las armas eran almohadas- provocada por el desprecio hacia la obra de arte. ?No le parece a usted?". "S¨ª", afirm¨¦, "pero a veces el atentado cultural forma parte de una elaborada reflexi¨®n sobre el mundo de la cultura, que conlleva esa misma agresi¨®n como forma de llamar la atenci¨®n. Este es el caso de un peque?o suceso acaecido en Bilbao hace a?os. Varios artistas vascos robaron una peque?a escultura del Museo de Bellas Artes de Bilbao y dijeron que con su acci¨®n intentaban denunciar la falta de seguridad y vigilancia del museo. La acci¨®n no tuvo mayor relevancia, se devolvi¨® la estatua al museo, y todo qued¨® como una especie de broma. Sin embargo, el objetivo de llamar la atenci¨®n de los medios se hab¨ªa cumplido". "Si nos ponemos as¨ª", dijo mi peluquero, "est¨¢ la cuesti¨®n de los atentados culturales m¨¢s comprometidos: aquellos que responden a motivos pol¨ªticos. Con ello parece quedar demostrado que el mundo de la cultura est¨¢ sujeto a las veleidades pol¨ªticas. En la historia del mundo han abundado las quemas de libros y la destrucci¨®n de obras de arte. En el caso particular de las estatuas, a muchas de ellas se les cambia la cabeza, conservando su cuerpo".
"En Bilbao nos encontramos con un caso concreto: las estatuas no se derriban sino que se roban al pueblo. Me refiero a la cabeza de Unamuno. A Unamuno le han hecho un buen corte de pelo. Es un monumento que ha sido vulnerado por cuestiones pol¨ªticas. Los ladrones no hubieran podido llevarse, por ejemplo, la estatua del Sagrado Coraz¨®n, pero consiguieron que el robo de la cabeza tuviera cierta repercusi¨®n. No s¨¦ si el pr¨®ximo monumento que le pongan al pobre Unamuno ser¨¢ m¨¢s grande para que no puedan afanarlo. Pero el caso es que por muchas cabezas de Unamuno que se lleven de la plaza, jam¨¢s podr¨¢n evitar que sus libros se sigan leyendo, ?no cree?". El peluquero me frot¨® los hombros con un cepillo y me mostr¨® un cogote en el que se ve¨ªa, impecablemente rasurada, la efigie de Unamuno. "Si hubiera sabido que le gustaba Unamuno", me dijo, "tambi¨¦n le hubiera dejado un libro suyo para leer mientras le cortaba el pelo". Impresionado, le contest¨¦: "Volver¨¦ cuando me crezca el pelo, o cuando me apetezca leer a Unamuno".
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