Jueces y soldados
El Estado, con todos sus defectos e inconvenientes, es algo serio. Cost¨® muchos siglos sacarlo a luz, separando el inter¨¦s p¨²blico de los privados y caracterizando las instituciones encargadas de su representaci¨®n y gesti¨®n por la permanencia y la generalidad. Y, en torno al Estado as¨ª concebido, se construy¨® su servicio, que, cualesquiera que fueran sus deficiencias, supon¨ªa un avance gigantesco respecto de situaciones anteriores. Se entraba al servicio del Estado por vocaci¨®n de cosa p¨²blica -jueces y funcionarios- o por cumplimiento de un deber c¨ªvico -servicio militar- pese a las m¨²ltiples carencias y molestias de uno u otro camino. Es claro que nunca hay una vocaci¨®n pura si est¨¢ hecha de carne y hueso, pero quienes desde hace generaciones conocemos directamente el servicio p¨²blico, sabemos cu¨¢nto de abnegaci¨®n en pro de lo permanente, general y objetivo, hubo, hay y debe de haber en ¨¦l.Hace d¨¦cadas, lo que el ilustre Alejandro Nieto llam¨® "La Piqueta", acometi¨® la demolici¨®n, entre otras cosas, del Estado y la idea de su servicio. Las relaciones "especiales" que vinculaban a los funcionarios con la Administraci¨®n tendieron a laboralizarse de una u otra manera y el resorte vocacional del servicio p¨²blico, civil, militar o judicial se substituy¨® por un resorte profesional. La cuesti¨®n no era ya servir a, sino vivir de, aun reconociendo que para ello era preciso trabajar en. Los hombres ¨¦ticos cedieron el paso a los meramente econ¨®micos. La izquierda, que desconfiaba del Estado porque dudaba en poderlo conquistar, fue pionera en esta labor de destrucci¨®n y reconversi¨®n, sin darse cuenta que al laboralizar abr¨ªa la puerta a la mercantilizaci¨®n tan cara a la derecha. Y a ¨¦sta, due?a del mercado, el Estado le importa muy poco sin comprender que el mercado sin Estado no pasa de la categor¨ªa de zoco.
En el mercadeo pol¨ªtico, que no presta atenci¨®n a las instituciones ni a los valores, todo se compra y se vende, toda presi¨®n es l¨ªcita y cualquier enga?o se da por bueno. As¨ª, la profesionalizaci¨®n de las Fuerzas Armadas que debiera ser objeto de una gran pol¨ªtica de Estado, sopesada y planeada con tiempo, consensuada entre todos y, una vez acordada, substra¨ªda al debate electoral, para ser analizada, programada y ejecutada por t¨¦cnicos, se substituy¨® por el demag¨®gico regateo sobre la supresi¨®n de la mili. Que el Estado cuente o no con un resorte id¨®neo de seguridad no parece importar a nadie. Pero todos se afanan, desde las campa?as iniciales del CDS hasta las ¨²ltimas propuestas del PSOE pasando por el PP, en atraer el voto de los mozos que pueden evitar el servicio militar. Si el necesario objetivo de fuerza se cumple o no antes o despu¨¦s, si las dotaciones son o no suficientes y coherentes con lo que dice ser nuestra pol¨ªtica en pro de la defensa europea, si el sistema de profesionalizaci¨®n puede o no tener riesgos de pretorianismo, eso no se discute. ?Lo que importa es reba?ar los votos de la quinta inmediata! ?C¨®mo puede extra?ar que, con tal ejemplo, Espa?a sea el para¨ªso de la insumisi¨®n y de la objeci¨®n de conciencia meramente instrumental?
A la vez que los pol¨ªticos dan tan brillante ejemplo de responsabilidad, los jueces (a quienes, dicho sea de paso, hay que rendir estos d¨ªas sincero homenaje por la ejemplar autodisciplina que han sabido ejercer en el caso Lia?o) plantean sus demandas salariales en t¨¦rminos laborales que no pueden menos de escandalizar a la opini¨®n. Que la justicia espa?ola tiene graves problemas de funcionalidad y calidad es algo bien sabido. Que el autogobierno de la judicatura planteee un conflicto entre los poderes del Estado con "el lenguaje de la fuerza", en pro de un incremento salarial, muestra que tambi¨¦n, en este caso, el motor vocacional ha cedido el paso a la pasi¨®n sindical.
No faltar¨¢n adalides del nuevo pluralismo que consideren tan descarnado conflicto de intereses una muestra de nuestro avance hacia una sociedad liberada y desinhibida, carente ya de prejuicios vocacionales, axiolo¨®gicos e institucionales. Pero tambi¨¦n cabe sospechar que sin tales elementos de regulaci¨®n ni siquiera el mercado es tal. Es m¨¢s bien un rastro. Un lugar peligroso para vivir.
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