Una d¨¦cada despu¨¦s
En el empe?o de ir construyendo unas memorias del futuro, en estos d¨ªas me viene a la cabeza, con la reiteraci¨®n de la "pertinaz sequ¨ªa", ese gran acontecimiento que bautizamos en falso y seguimos llamando la "ca¨ªda" del Muro de Berl¨ªn. ?Recuerdan que no se cay¨®, sino que lo derribaron miles de seres humanos que quer¨ªan salir del "para¨ªso comunista" para sorpresa de expertos de inteligencia y responsables pol¨ªticos? Solo, sin ese impulso humano que mueve la historia, hubiera durado m¨¢s que la muralla china.Aquel jueves 9 de noviembre, despu¨¦s de subir del despacho y alertado por el eficiente gabinete telegr¨¢fico de Moncloa, contempl¨¦, asombrado y emocionado, la imagen no imaginable de una marea incontenible arrasando la Bastilla. Sent¨ª la irreversibilidad del hecho hist¨®rico y, en la madrugada, llam¨¦ a dos personas: H. K. y W. B. No sab¨ªa qu¨¦ decirles, salvo que quer¨ªa compartir las emociones que estaba seguro de que sentir¨ªan. La historia estaba cambiando ante nuestros ojos. El caballo pasaba al galope rompiendo la l¨ªnea divisoria de Alemania y de Europa, sin jinete, sin riendas, ante el estupor de unos, el miedo de otros, y el desconcierto y la sorpresa de todos. Todas las construcciones que he o¨ªdo o le¨ªdo a posteriori, de posturas previsoras, fueron tan falsas como in¨²tiles. Tan in¨²tiles como las de los que se pusieron a calcular, dentro y fuera de Alemania, costes y beneficios de la unificaci¨®n, frente a los saldos del mantenimiento de la divisi¨®n, sin ser capaces de comprender que no era una cuesti¨®n de razonamiento o de c¨¢lculo, sino de sensibilidad ante lo irreversible del acontecer hist¨®rico; de capacidad para captar el momento y aprovecharlo.
Todav¨ªa hace pocas semanas, en Francfort, pregunt¨¦ a H. K. en qu¨¦ minuto de aquella noche incre¨ªble hab¨ªa saltado al caballo desbocado que pasaba. No me interesaba el razonamiento, sino la percepci¨®n, porque si de razonar se hubiera tratado, evidentemente el caballo habr¨ªa pasado de largo.
Al d¨ªa siguiente, tras el Consejo de Ministros, no pod¨ªa dejar de pensar en lo ocurrido y, ahora s¨ª, en sus consecuencias. La preocupaci¨®n turb¨® el descanso nocturno, hasta que el s¨¢bado, muy temprano en la ma?ana, llam¨¦ al ministro Fern¨¢ndez Ord¨®?ez (Paco, para sus amigos y colegas de todo el mundo) sin acordarme de que iniciaba un viaje con su colega franc¨¦s, Roland Dumas, a T¨²nez.
Me lo pasaron mientras esperaba al ministro franc¨¦s, en el aeropuerto de Barajas, antes de la salida. La conversaci¨®n fue del siguiente tenor: "Ministro, no s¨¦ si has le¨ªdo Oraci¨®n por Owen Meany, de... Ya s¨¦ que sales para T¨²nez, a encontrarte con Arafat, en una misi¨®n de la troika del Consejo". Empez¨® a re¨ªr, descifrando anticipadamente la broma. "S¨ª", le dije, "es una magn¨ªfica novela que te hubiera venido bien haber le¨ªdo en este momento. El personaje, estudiante norteamericano, critica con acidez a su Gobierno por su intervenci¨®n en Vietnam, repitiendo a lo largo de la obra, y a medida que la implicaci¨®n se hac¨ªa mayor, una muletilla: me parec¨ªa que ¨ªbamos en la direcci¨®n equivocada. Y por eso te llamo, porque me parece que vamos en la direcci¨®n equivocada. Ahora toca Berl¨ªn". Se ri¨® con ganas y me pregunt¨® qu¨¦ hac¨ªamos.
"Aprovecha que vas a viajar con el ministro franc¨¦s", le dije, "para que convenza a Mitterrand de la necesidad de convocar, inmediatamente, una Cumbre Extraordinaria. Yo no quiero llamarlo directamente, porque s¨¦ lo que estar¨¢ pasando por su cabeza y puede resultar negativo. Se me va a resistir, pero ins¨ªstele al ministro". Tres horas m¨¢s tarde, desde T¨²nez, recib¨ªa la respuesta negativa. Dice Mitterrand, me comunicaron, que estamos a un mes de la cumbre ordinaria y que le parece mejor esperar. "Insistan de nuevo", les respond¨ª, "y si lo estim¨¢is necesario yo lo llamo".
Pero no fue necesario. En la tarde del s¨¢bado, Giscard d"Estaing salt¨® a la televisi¨®n criticando a la Presidencia por no convocar el Consejo ante hecho tan importante para Europa como la ca¨ªda del Muro. Mitterrand reaccion¨® entonces con una declaraci¨®n, en estilo de petit frase tan habitual, para decir a la opini¨®n p¨²blica que ya se estaba estudiando la convocatoria inmediata por los miembros de la troika.
Una semana m¨¢s tarde nos reun¨ªamos en Par¨ªs, en un extra?o Consejo extraordinario, que me dio la impresi¨®n de estar convocado para cubrir el expediente y ganar tiempo para calcular la reacci¨®n. A¨²n hoy me parece pronto para hablar de los entresijos de aquellos encuentros, que devolvieron a todos la memoria hist¨®rica adormecida, rompiendo algunos lazos pol¨ªticos y personales y recreando o reforzando otros.
La d¨¦cada de los ochenta, presentada a bombo y platillo como la del reaganismo y thatcherismo, la del avance incontenible del nuevo conservadurismo, iba a terminar con la ca¨ªda del Muro, la derrota del comunismo. Era l¨®gica la exaltada y simplista reacci¨®n de las derechas: "Es el fin de la historia, el triunfo del pensamiento ¨²nico, de valor universal, que equipara democracia y mercado".
La izquierda democr¨¢tica, desconcertada ante la avalancha y ante la fuerza arrogante del nuevo fundamentalismo, se puso a la defensiva, tratando de marcar las distancias entre el modelo comunista, del llamado "socialismo real", y la identidad pluralista y libertaria de la socialdemocracia.
Han pasado 10 a?os. Ha comenzado una nueva era, de la que fue s¨ªmbolo pol¨ªtico la ca¨ªda del Muro. La derecha ha pagado cara la interpretaci¨®n simplista de la realidad, su agresiva arrogancia. El electorado se ha vuelto hacia los desconcertados, como ¨¦l mismo, hacia los que tem¨ªan, defensivamente, el arrasamiento de conquistas sociales, la confusi¨®n entre mercado y democracia. Pero no hemos salido del desconcierto. La incertidumbre contin¨²a y los triunfos pueden ser ef¨ªmeros. La Tercera V¨ªa corre el peligro de convertirse en el camarote de los hermanos Marx, al que suben en mont¨®n figuras descre¨ªdas o tan de derechas que dicen que no son ni de izquierdas ni de derechas. Vean al se?or Aznar, que proclamaba la muerte del socialismo democr¨¢tico y ahora se reclama de la Tercera V¨ªa, pasando sin transici¨®n de la pasi¨®n thatcherista a la blairista. Esperando cambiar de nombre, de camisa o de lo que haga falta, ma?ana. En Am¨¦rica Latina hay profusi¨®n de terceristas. Blair y Giddens deben pensar que el verdadero fin de la historia es la Tercera V¨ªa, por la que circulan todos, sean cuales sean sus valores o sus objetivos.
Sin embargo, la Tercera V¨ªa ha sido un esfuerzo a tener en cuenta seriamente frente a la resignaci¨®n. Es su m¨¦rito principal. Es m¨¢s una propuesta de futuro que una defensa del pasado. Pero su vocaci¨®n universalista, en cuanto a los instrumentos, ha creado la confusi¨®n, facilitando el viaje a todos los oportunistas sin convicciones y sin espacio.
Para m¨ª, el Muro fue derribado por la gente que intu¨ªa que el modelo que les ofrec¨ªan no ten¨ªa futuro. No s¨®lo era opresor de las libertades, irrespetuoso con la naturaleza, discriminatorio como el peor capitalismo, sino perdedor en la competencia por la carrera de las nuevas tecnolog¨ªas y, por eso, perdedor del futuro.
El error de la derecha neoconservadora fue su arrogancia. Pensar, como lo hicieron, que las gentes se hab¨ªan rebelado contra una sociedad solidaria, convertida al nuevo dios del mercado. Poco tardaron los partidos comunistas, poco creyentes en su doctrina totalizadora, en cambiar su oferta frente a esta agresi¨®n del nuevo fundamentalismo, recuperando, mediante los votos, el apoyo que sab¨ªan que les faltaba mediante las botas.
El error de la izquierda socialdem¨®crata fue la confusi¨®n entre instrumentos y objetivos. La resistencia al cambio, producida por la ceguera interpretativa de los acontecimientos.
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