Una regi¨®n atomizada
La primera Cumbre Iberoamericana sirvi¨® para salvar las apariencias o, como se dice en M¨¦xico, para taparle el ojo al macho, e incidentalmente, para blanquear a dos de los ¨²ltimos reg¨ªmenes autoritarios de Am¨¦rica Latina. En efecto, la Cumbre de Guadalajara, de 1991, permiti¨® disimular pr¨®xima la celebraci¨®n espa?ola del 500 aniversario del descubrimiento de Am¨¦rica sin herir susceptibilidades latinoamericanas, y le ofreci¨® a Carlos Salinas de Gortari y a Fidel Castro un magn¨ªfico escaparate para remozar su imagen y realidades antidemocr¨¢ticas. Dado ese vicio de origen, las cumbres siguientes no pod¨ªan m¨¢s que mejorar y crecer en legitimidad y utilidad, y as¨ª ha sucedido.La actual reuni¨®n de La Habana, como aquellas que la precedieron, no arrojar¨¢ resultados fecundos ni producir¨¢ grandes definiciones, pero, de todas maneras, se anotoja ¨²til y pertinente. Lo es por dos tipos de razones, unas v¨¢lidas para todas las conferencias de jefes de Estado de cualquier regi¨®n y otras espec¨ªficamente relacionadas con la actual situaci¨®n latinoamericana. Los presidentes del hemisferio aprenden mucho los unos de los otros, y aunque el intercambio de opiniones con la pen¨ªnsula Ib¨¦rica no es necesariamente decisivo, tambi¨¦n resulta interesante.
Cierto que muchos de los participantes se repiten; la longevidad pol¨ªtica de los gobernantes democr¨¢ticos del conjunto de pa¨ªses representados, sin alcanzar las de las dictaduras pasadas y presentes, es considerable, y ello le resta pertinencia al factor "oportunidad de conocerse" como justificaci¨®n de las cumbres. Pero quizas incluso las repetidas comparecencias de Carlos Menem, Alberto Fujimori, Fernando Henrique Cardoso y del propio Fidel Castro son importantes. Junto con la del rey Juan Carlos, su experiencia, sabidur¨ªa acumulada y vocaci¨®n de poder, al ser compartidas con sus colegas regionales, pasan a formar parte del acervo pol¨ªtico de mandatarios siempre carentes de instrumentos suficientes para gobernar. Las reuniones en la cumbre tal vez no contribuyen a dise?ar y poner en pr¨¢ctica pol¨ªticas comunes, pero facilitan la generaci¨®n de bases informativas y de enfoques comunes. Y no es poco.
Pero los c¨®nclaves sirven sobre todo por otro motivo, vinculado muy particularmente a la nueva fragmentaci¨®n latinoamericana. Jam¨¢s existi¨® la amplia comunidad de intereses, metas y puntos de partida que en ocasiones se esgrime para hablar con grandilocuencia de la vasta "Am¨¦rica Latina", pero hoy m¨¢s que nunca la regi¨®n se atomiza, al conformarse paulatinamente varias nuevas divisiones del subcontinente que act¨²an como fuerzas centr¨ªfugas y alejan a unas naciones latinoamericanas de otras.
As¨ª, M¨¦xico, Centroam¨¦rica y el Caribe poseen actualmente una relaci¨®n con EE UU, para bien o para mal, que los distingue radicalmente de los dem¨¢s pa¨ªses: la enorme concentraci¨®n norteamericana del comercio y de los flujos financieros y el tema migratorio sencillamente no son asimilables al resto de Am¨¦rica Latina. Pero tampoco lo son los rasgos propios de la integraci¨®n econ¨®mica y de la convergencia pol¨ªtica del Cono Sur, tanto por los crecientes paralelismos de comportamiento pol¨ªtico electoral como por el peso creciente de Mercosur.
Los dilemas, las soluciones y las problem¨¢ticas de Brasil y Argentina, sobre todo, pero tambi¨¦n de Uruguay y Chile, son cada vez m¨¢s exclusivos de esos pa¨ªses. Y si bien muchos de los retos enfrentados por Colombia y Venezuela -guerrillas, narcotr¨¢fico, desigualdad, violencia social, tensiones con EE UU- son absolutamente comunes a muchos otros pa¨ªses, la intensidad de la din¨¢mica bilateral comienza a arrollar cualquier preocupaci¨®n de otra ¨ªndole.
De tal suerte que la comunidad de problemas y obsesiones de otras ¨¦pocas -el desarrollo, la intervenci¨®n extranjera, la deuda externa, la democratizaci¨®n- empieza a verse sustituida por una atomizaci¨®n de situaciones. En este contexto, las cumbres, y su consiguiente c¨²mulo de comunicados y conversaciones, constituyen un conducto indispensable para la conservaci¨®n de afinidades existentes, por disminuidas que est¨¦n, y para construir nuevas convergencias por remotas que parezcan. A un m¨®dico coste, reproducen cada a?o la noci¨®n de Am¨¦rica Latina, en Am¨¦rca Latina y en la pen¨ªnsula Ib¨¦rica. ?Para qu¨¦ prescindir de ellas?
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