Calamaro, el rey del rock
Levitaba La Riviera, impulsada por el entusiasmo de las 2.500 personas que cada d¨ªa pagaron por entrar, m¨¢s el nutrido grupo de invitados que redondeaban el lleno total. El viernes, en el exterior, se lamentaba un pu?ado de adolescentes con acn¨¦: "Claro que ten¨ªamos entradas pero dicen que somos menores de edad. ?No podemos ver al Rey!".Nuestro particular Rey del Rock lleva muchos meses girando, presentando su desparramado Honestidad brutal, primero en peque?os auditorios y ahora en espacios m¨¢s amplios. Honestidad brutal no resulta una obra f¨¢cilmente digerible, con sus desniveles creativos, sus grabaciones crudas, sus ripios monumentales, sus exabruptos contra la persona amada y la actual Rep¨²blica Argentina, su obsesi¨®n con Diego Armando Maradona, sus dylanismos exacerbados. Pero Honestidad brutal contiene verdad, retazos sucios y contradictorios de una vida turbulenta, en contraste con tantos discos pulidos y repletos de bellas mentiras, productos nacidos para vender y vacunados contra el peligro de agitar las neuronas.
Esos discos relucientes y calculados, jaleados por unos medios que celebran la irrelevancia, acceden inmediatamente a lo alto de las listas, acumulan premios de la industria. Radicalmente contracorriente, Honestidad brutal se conforma con llegar lentamente a un p¨²blico que est¨¢ dispuesto a navegar entre el caos de un disco doble hasta llegar a las canciones iluminadoras, a los arrebatos certeros que surgen del dolor. De hecho, los espectadores de Andr¨¦s Calamaro parecen oscilar entre j¨®venes que paladean esos estribillos superadhesivos y un sector m¨¢s adulto que ha pisado infiernos parecidos a los que describe Honestidad brutal.
Recuerdos
Como es habitual, Calamaro convierte sus conciertos en actos reivindicativos. Reivindica la tradici¨®n del rock en espa?ol, siempre amenazado por enterradores vocacionales y descerebrados detractores de su propia lengua y cultura. A tal fin, hubo recuerdos para Enrique Urquijo, recreaciones de dos piezas de Gabinete Caligari con Jaime Urrutia y fervientes recorridos por Una noche sin t¨ª y Mueve tus caderas, dos cl¨¢sicas de ese grupo maltratado que es Burning. Los habituales insertos de canciones ajenas -The Police, Bob Marley, The Rolling Stones, Led Zeppelin- en su glorioso repertorio remachan que el rock en espa?ol es pariente leg¨ªtimo del rock anglosaj¨®n, que ofrece modelos de emulaci¨®n y no patrones intocables. Cierto que Calamaro insiste en algunos vicios que sabotean el ritmo de sus conciertos. Presenta dos veces a los m¨²sicos de la banda. Divaga sobre la historia del rock. Vuelve a recordar la ilustre biograf¨ªa de Ciro Fogliatta (y verdaderamente se podr¨ªa prescindir de esa interpretaci¨®n a duo de Nobody knows you when you"re down and out, por mucho que su mensaje sea ahora tan v¨¢lido como cuando lo cantaba Bessie Smith). Sus parrafadas se alargan y alargan, aunque la interacci¨®n con los oyentes proporciona momentos reveladores: "Cada vez que enciendo un porro, la gente me aplaude... tendr¨¦ que pensar en dedicarme a la pol¨ªtica" (el respetable responde con gritos de "?presidente, presidente!"). Con todo, los suyos son recitales embriagadores, donde tambi¨¦n se desliza un modelo ¨¦tico: en vez de usar el paraguas de un patrocinador generoso, Calamaro entrega un peque?o porcentaje de la taquilla a M¨¦dicos Sin Fronteras. Dar o tomar, tal es la cuesti¨®n.
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