"Continuar¨¢..."
Extracto del discurso pronunciado ayer por G¨¹nter Grass con motivo de la concesi¨®n del Premio de Literatura
Distinguidos miembros de la Academia Sueca, se?oras y se?ores: "Continuar¨¢...". En el siglo XIX, las obras en prosa se iban prorrogando con ese anuncio. Diarios y semanarios les ofrec¨ªan su secci¨®n especial. La novela por entregas florec¨ªa. Mientras se imprim¨ªa, negro sobre blanco, un cap¨ªtulo tras otro en r¨¢pida sucesi¨®n, la parte central del relato acababa de ser manuscrita y la parte final no se hab¨ªa imaginado a¨²n. Sin embargo, no eran s¨®lo triviales historias de terror o pasiones arrebatadoras las que cautivaban a los lectores. Algunas novelas de Dickens se publicaron as¨ª, a bocaditos. La Ana Karenina de Tolst¨®i fue una novela por entregas. Es posible que la ¨¦poca en que Balzac era un diligente y continuado proveedor de productos de consumo perecederos le ense?ara, cuando a¨²n no ten¨ªa un nombre, c¨®mo aumentar el inter¨¦s poco antes de interrumpir la columna. Y tambi¨¦n casi todas las novelas de Fontane aparecieron primero por entregas en peri¨®dicos y revistas, por ejemplo Errores y extrav¨ªos, que hizo exclamar indignado al propietario del Vossische Zeitung: "?Es que no va a acabar nunca esa historia de putas?".Sin embargo, antes de que siga hilando mi discurso o destorci¨¦ndolo en hebras, tendr¨ªa que mencionar que, desde el punto de vista puramente literario, esta sala y la Academia Sueca que me acoge no me son extra?as. En mi novela La ratesa, desde cuya publicaci¨®n pronto habr¨¢n transcurrido catorce a?os y de la que quiz¨¢ alg¨²n lector recuerde su catastr¨®fico desarrollo por niveles narrativos en pendiente, se pronuncia en Estocolmo una laudatio de la rata o, m¨¢s exactamente, de la rata de laboratorio, ante un p¨²blico igualmente heterog¨¦neo.
La rata ha recibido el premio Nobel. Por fin, habr¨ªa que decir. Porque hac¨ªa tiempo que figuraba en la lista de candidatos. Se la consideraba favorita. Como representante de millones de animales de laboratorio, desde los conejillos de Indias hasta los macacos rhesus, se honra ahora a la rata, de pelo blanco y ojos rojos. Ella, sobre todo ella -afirma el narrador en mi novela-, ha hecho posibles todas las investigaciones y hallazgos "nobelados" en la esfera de la medicina y, por lo que se refiere a los descubrimientos de Watson y Crick, tambi¨¦n premios Nobel, en el campo, pr¨¢cticamente ilimitado, de la manipulaci¨®n gen¨¦tica. Desde entonces se puede clonar, m¨¢s o menos legalmente, ma¨ªz y verduras, pero tambi¨¦n toda clase de animales. Por eso, las ratas-hombre que aparecen cada vez m¨¢s dominantes hacia el final de esa novela, es decir, en la ¨¦poca poshumana, se llaman watsoncricks. Re¨²nen lo mejor de ambas especies. Lo ratesco reside en lo humano y a la inversa. El mundo parece querer recobrar la salud gracias a ese cruce. Hab¨ªa llegado el momento en que, despu¨¦s del Big Bang, cuando s¨®lo sobrevivieran ratas, cucarachas y moscardas, y un resto de huevos de peces y ranas, se pusiera otra vez orden en el caos, concretamente con ayuda de los watsoncricks, que salieron milagrosamente bien librados.
Ahora bien, como ese hilo argumental pod¨ªa tener un "continuar¨¢..." y la laudatio de la rata de laboratorio no termina la novela con una especie de final feliz, puedo en principio ocuparme ahora a fondo de la narraci¨®n como forma de supervivencia y de arte. [...]
Nosotros, tan sumamente concentrados en lo escrito, hemos conservado el recuerdo de la narraci¨®n verbal, del origen oral de la literatura. Sin embargo, si olvid¨¢ramos que todo lo narrado sali¨® desde el principio de unos labios, unas veces mascullado, entrecortado, y otras apresurado, como impulsado por el miedo, o tambi¨¦n susurrado, como si el secreto revelado debiera ser protegido de demasiados c¨®mplices, y otras veces en voz alta, entre gritos de triunfo o preguntas que, doblando la trompa, olisqueaban las primeras o las ¨²ltimas cosas..., si hubi¨¦ramos olvidado todo eso en aras de lo escrito, nuestra narraci¨®n ser¨ªa s¨®lo seca como el papel y no algo transportado por un aliento h¨²medo.
Es una suerte que dispongamos de libros suficientes que, le¨ªdos en voz alta o baja, se conservan. Para m¨ª fueron ejemplares. Maestros como Melville o D?blin, pero tambi¨¦n el alem¨¢n b¨ªblico de Lutero, me indujeron, cuando era joven y capaz de aprender, a escribir hablando, mezclando tinta y saliva. Y as¨ª segu¨ª. Hasta este quinto decenio de mi servidumbre literaria, soportada con gusto, mastico frases fibrosas para hacer una papilla d¨®cil, mascullo para m¨ª en la m¨¢s hermosa soledad literaria y s¨®lo llevo al papel lo que, pronunciado, ha encontrado sus tonos cambiantes, demostrando su resonancia y su eco.
S¨ª, amo mi profesi¨®n. Me proporciona una compa?¨ªa que se expresa con muchas voces y quiere ser llevada lo m¨¢s fielmente posible a mis manuscritos. Lo que m¨¢s me gusta es encontrarme con mis libros, hace a?os extraviados o expropiados por el lector, cuando leo en p¨²blico lo que, escrito e impreso, encontr¨® su reposo. Entonces, frente a un p¨²blico joven, destetado pronto del lenguaje, o ante un p¨²blico anciano, pero no harto todav¨ªa, la palabra escrita y expresada se convierte de nuevo en palabra hablada. Y ese hechizo se produce una y otra vez. De esa forma se gana el sustento el cham¨¢n que hay en todo escritor. A ¨¦l, que escribe contra el tiempo que pasa, a ¨¦l, que miente reuniendo verdades durables, a ¨¦l le creen su promesa t¨¢cita: continuar¨¢...
[...] Al comienzo de los a?os cincuenta, cuando yo hab¨ªa empezado a escribir conscientemente, Heinrich B?ll era ya conocido, aunque todav¨ªa no reconocido. Con Wolfgang Koeppen, G¨¹nter Eich y Arnno Schmidt estaba al margen del aparato de la cultura, entonces restaurador. La joven literatura de la posguerra no ten¨ªa facilidad para la lengua alemana, que, bajo el dominio del nacionalsocialismo, se hab¨ªa corrompido. Adem¨¢s, en el camino de la generaci¨®n de B?ll, pero tambi¨¦n de los j¨®venes autores entre los que yo me contaba, se interpon¨ªa, como prohibici¨®n, una frase de Theodor Adorno. Cito: "Escribir un poema despu¨¦s de Auschwitz es algo b¨¢rbaro, y eso corroe tambi¨¦n la conciencia de por qu¨¦ se hizo imposible escribir hoy poemas...".
De manera que nada de "continuar¨¢...". Nosotros escrib¨ªamos, sin embargo. Evidentemente, teniendo que entender Auschwitz -como Adorno en su libro de 1951: M¨ªnima Moralia. Reflexiones desde la vida da?ada- como cesura y ruptura irreparable de la historia de la civilizaci¨®n. S¨®lo as¨ª se pod¨ªa esquivar aquella prohibici¨®n. Y, sin embargo, el fat¨ªdico presagio de Adorno ha tenido efectos hasta hoy. Contra ¨¦l tropezaron los autores de mi generaci¨®n, rechaz¨¢ndolo abiertamente. Nadie quer¨ªa, pod¨ªa callar. Porque hab¨ªa que sacar el idioma alem¨¢n del paso militar, hacerlo salir de lo id¨ªlico y las intimidades azuladas. Para nosotros, ni?os escaldados, de lo que se trataba era de renegar de las magnitudes absolutas, el blanco o el negro ideol¨®gicos. Nuestros padrinos eran la duda y el escepticismo; nos ofrecieron como regalo la gran variedad de grises. Por lo menos yo me impuse ese ascetismo, para descubrir entonces la riqueza de mi lengua declarada culpable de una forma demasiado global, su seductora delicadeza, su tendencia cavilosa hacia lo profundo, su dureza sorprendentemente flexible, s¨ª, su encanto dialectal, su simplicidad y ambig¨¹edad, sus extravagancias y su hermosura que florece en subjuntivos. Aquel talento b¨ªblico recuperado hab¨ªa que multiplicarlo, a pesar de Adorno o advertidos por el veredicto de Adorno. S¨®lo as¨ª se pod¨ªa seguir escribiendo -poes¨ªa o prosa- despu¨¦s de Auschwitz. S¨®lo as¨ª, convirti¨¦ndose en memoria y sin dejar que el pasado acabase, pod¨ªa la literatura germanohablante de la posguerra justificar la norma literaria de validez universal "continuar¨¢...", para s¨ª misma y ante los que nacer¨ªan despu¨¦s. Y s¨®lo as¨ª se pudo mantener abiertas las heridas y compensar el deseado y prescrito olvido con un tozudo "?rase una vez...".
[...] En mi impiedad, s¨®lo puedo doblar la rodilla ante el santo que, hasta hoy, me ha sido de m¨¢s ayuda y ha hecho rodar los pe?ascos m¨¢s pesados. Por eso imploro: ?Santo S¨ªsifo, nobelado por la gracia de Camus, te lo ruego, haz que la piedra no se quede arriba y podamos seguir haci¨¦ndola rodar, para que, como t¨², podamos ser felices con nuestro pe?asco, y la historia narrada de nuestra penosa existencia no tenga fin.
?Se escuchar¨¢ mi hondo suspiro? O, seg¨²n los m¨¢s recientes rumores, ?ser¨¢ s¨®lo el ser humano seleccionado producido por clonaci¨®n el que ser¨¢ capaz de asegurar la continuaci¨®n de la historia humana? Con ello he vuelto al principio de mi discurso y abro otra vez La ratesa, en cuyo cap¨ªtulo quinto se habla de la concesi¨®n del Premio Nobel a la rata de laboratorio, como representante de millones de millones de otros animales de experimentaci¨®n al servicio de la ciencia investigadora. Y enseguida me resulta claro qu¨¦ poco pudieron contribuir todos los m¨¦ritos hasta ahora premiados a eliminar del mundo el hambre, ese azote de la humanidad. Es verdad que se ha conseguido dar unos ri?ones nuevos a cualquiera que pueda pagarlos. Se puede trasplantar corazones. Telefoneamos de forma inal¨¢mbrica por el mundo. Los sat¨¦lites y las estaciones espaciales giran sol¨ªcitamente a nuestro alrededor. Se han inventado y fabricado sistemas de armas, como consecuencia de investigaciones premiadas, con cuya ayuda sus poseedores pueden protegerse de la muerte de muchas formas. Todo aquello de lo que es capaz el cerebro humano ha sido asombrosamente plasmado. S¨®lo el hambre sigue sin resolverse. Incluso aumenta. All¨ª donde el hambre era como hereditaria, se transforma en depauperaci¨®n. Por todo el mundo se desplazan corrientes de refugiados; el hambre las acompa?a. Y no hay voluntad pol¨ªtica, acompa?ada de conocimientos cient¨ªficos, decidida a poner fin a esa miseria que prolifera.
Cuando en 1973, en Chile, apoyado por la activa benevolencia de los Estados Unidos, golpe¨® el terror, Willy Brandt, como primer canciller federal alem¨¢n, pronunci¨® su discurso de ingreso en las Naciones Unidas. Habl¨® de la depauperaci¨®n universal. Su grito de "?Tambi¨¦n el hambre es una guerra!" fue tan convincente que se ahog¨® en un aplauso inmediato.
Yo estaba presente cuando se pronunci¨® ese discurso. En aquella ¨¦poca escrib¨ªa mi novela El rodaballo, en la que se trata de la base primaria de la existencia humana, la alimentaci¨®n, es decir, de la carencia y la abundancia, de grandes comilones e innumerables hambrientos, del placer del gusto y de las migajas de la mesa del rico.
Ese tema nos ha quedado. A la riqueza que se acumula responde la pobreza con mayores tasas de crecimiento. El Norte y el Oeste opulentos, ansiosos de seguridad, pueden seguir queriendo protegerse y afirmarse como fortaleza contra el Sur pobre; las corrientes de refugiados los alcanzar¨¢n, sin embargo, y ninguna reja podr¨¢ contener la afluencia de hambrientos.
De eso habr¨¢ que hablar en el futuro. En definitiva, la novela de todos nosotros debe continuar. E incluso aunque un d¨ªa no se escriba o pueda escribirse o imprimirse ya, cuando no se disponga ya de libros como medios de supervivencia, habr¨¢ narradores que nos hablar¨¢n al o¨ªdo, devanando otra vez las viejas historias: en voz alta o baja, jadeante o demorada, a veces pr¨®xima a la risa y a veces pr¨®xima al llanto.
Babelia
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