Mirones
JUVENAL SOTO Leo en la prensa que el Tribunal Supremo acaba de enmendarle la plana a la Audiencia de M¨¢laga, cosa, por otra parte, absolutamente com¨²n en la pr¨¢ctica judicial. La Audiencia malague?a dict¨® una sentencia seg¨²n la cual un tipo llamado Abdelkader H.M. resultaba condenado a 48 a?os de c¨¢rcel, y el Supremo estim¨® que dicha sentencia no se ajustaba a Derecho, raz¨®n por la que la m¨¢xima instancia judicial decid¨ªa anular la condena del tal Abdelkader. Hasta ah¨ª, como digo, rien de tout.
Contin¨²o leyendo la noticia y enciendo un cigarro: "La Audiencia de M¨¢laga consider¨® probado que el 14 de mayo de 1997, en las proximidades de una explanada en Melilla, Hichman E.I. abord¨® a una ciudadana argelina, F.R., que se encontraba ilegalmente en Espa?a, le tap¨® la boca con la mano y la arrastr¨® a un lugar pr¨®ximo en donde estaban Hamed M.H., Reduan H.A., Mohamed A.D. y Abdelkader H.M., todos ellos sin antecedentes penales".
Sigo fumando, sigo con la noticia: "Durante el tiempo que dur¨® la violaci¨®n anal a la mujer, Abdelkader estuvo de pie mirando. As¨ª, el Supremo, ante el que recurri¨® este hombre, entiende que Abdelkader H.M. "no aport¨® esfuerzo f¨ªsico para la consumaci¨®n de las agresiones". Otro cigarrillo, m¨¢s lectura: "La Sala de lo Penal del Tribunal Supremo considera que permanecer mirando de forma pasiva una violaci¨®n m¨²ltiple no es punible, por lo que ha decidido anular la condena...". Tiro lo que quedaba del cigarrillo, dejo de leer, cierro el peri¨®dico.
En el tiempo que han durado esos casi dos cigarrillos usted y yo podemos ser testigos de una violaci¨®n, mirando de forma pasiva, sin que usted ni yo tengamos responsabilidad alguna por nuestra pasividad. En el tiempo que duran casi dos cigarrillos usted y yo podemos contemplar c¨®mo un individuo destroza a golpes la cara de una mujer sin que, supongo por extensi¨®n -para eso est¨¢ la analog¨ªa-, nuestra pasividad nos haga ni remotamente responsables a efectos penales del crimen perpetrado por ese hombre que destroza la cara de una mujer. El conocimiento anal¨®gico nos permite a usted y a m¨ª concluir que podr¨ªamos pasar el resto de nuestras vidas fumando al tiempo que contempl¨¢bamos los m¨¢s horrendos cr¨ªmenes, sin que el Derecho Penal considerase punible nuestra pavorosa indiferencia.
Ahora termino de comprender por qu¨¦ quien es testigo de una ejecuci¨®n tampoco es c¨®mplice del asesinato cometido al aplicar la pena de muerte. Tambi¨¦n entiendo ahora, gracias a la doctrina de la Sala de lo Penal de nuestro Tribunal Supremo, por qu¨¦ la OTAN y Rusia pueden arrasar con toda la fuerza de sus armas lo que les venga en gana sin que usted ni yo -ni aquel alem¨¢n, ni ese ruso, ni este ingl¨¦s- tengamos algo que ver con las masacres de Yugoslavia y de Chechenia.
Ahora termino de tragarme lo que desde siempre cre¨ª entender: el Derecho es s¨®lo un instrumento -el m¨¢s exquisito, el m¨¢s sofisticado- para perpetuar el dominio de los poderosos sobre los d¨¦biles, sin que los ¨²ltimos tengan ni la posibilidad de rechistar. Y me consta que en todas las situaciones existen dos bandos: el poderoso y el d¨¦bil. Ante semejante artima?a perversa, d¨ªgame usted qu¨¦ puedo hacer. ?Dejo de fumar, o dejo de leer la prensa?
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