Una se?al
PEDRO IBARRA
Bueno, pues aqu¨ª estamos y por lo que parece nada grave ha sucedido, lo cual, por otro lado, parec¨ªa bastante previsible. ?O no? Ahora es f¨¢cil ir de listo y decir que uno ya hab¨ªa dicho que nada iba a pasar, que los agoreros eran unos milenaristas exaltados o unos avispados comerciantes de ordenadores. Pero la verdad es que s¨ª hemos estado (yo s¨ª) algo preocupados. Porque tenemos respeto reverencial a los aparatos; se les ve bastante arrogantes, con ganas de demostrarnos qui¨¦nes son los que mandan. Y ¨²ltimamente hay demasiadas cat¨¢strofes meteorol¨®gicas como para pensar que tenemos todo controlado. Por lo que algo de canguelo s¨ª hab¨ªa. Mezcla de canguelo y fascinaci¨®n. Miedo y, al tiempo, deseo de que pasase algo inexplicable. Un efecto ordenador pero con un poco de misterio; como una descontrolada confluencia de tecnolog¨ªa irritada y oscuras fuerzas de la naturaleza. Como si de repente se oyese un gemido grande en las tripas de la tierra y simult¨¢neamente se escuchase en los ordenadores un apagado llanto.
Nada ha pasado. La normalidad provoca un cierta desilusi¨®n. Nuestra generaci¨®n, a pesar de haber sido reconvertida en todas a las variantes ilustradas de la racionalidad, sigue manteniendo una especie de barrunto trascendente. Un hundido y escondido murmullo. Pero est¨¢. Y a veces se convierte en voz. En aquella voz que nos cont¨® que la Historia tiene un sentido, que es una Narraci¨®n que alguien escribi¨® para nosotros; y que en el transcurrir de la historia hay quienes van en ese (buen) sentido y los que lo impiden. Y que ¨¦stos son los culpables que antes o despu¨¦s ser¨¢n castigados.
Pero ocurre que la historia sigue y que la raz¨®n nos recuerda una y otra vez que eso depende, que nada est¨¢ escrito y que, por supuesto, la realidad hist¨®rica (no la Historia, que no existe) demuestra que un buen mont¨®n de culpables se mueren tan ricamente en la cama. Y que, es m¨¢s, ni siquiera est¨¢n claros los criterios por los que podemos adjudicarles culpabilidad alguna. En resumen, que la justicia no resplandece y que no pasa nada.
Con esto del milenio, ese murmullo -ya voz- asoma un poco y nos dice que quiz¨¢s la ocasi¨®n sea buena para que aparezca un signo de la Historia. Un signo, en el segundo de cambio de milenio, por el que quede claro que el mundo no esta contento de como van las cosas; un gesto que simbolice tanto ese malestar como la existencia de una marcha de la historia que debe ser reconducida.
Obs¨¦rvese que lo que ese anhela no es la fulminaci¨®n -mediante el correspondiente rayo- de los culpables, sino algo que nos recuerde la existencia de un vulnerado devenir hist¨®rico situado mas all¨¢ de nuestros confusos afanes cotidianos. Y obs¨¦rvese que este murmullo ide¨®logico que, en se?aladas ocasiones vuelve a ser voz, es bastante presentable, casi pol¨ªticamente correcto. No habla de divinidades enojadas, sino tan solo de un mundo secular que se vive mal, que no se siente a gusto, aunque, como es voz mas intuitiva que reflexiva, no se plantea qu¨¦ demonios es eso de un mundo secular. Lo ¨²nico que pide es un poco de esperanza de que la cosa tenga sentido; y que esa esperanza no se sostenga (no, por favor) en el discurso de gobernante memo o similares bocazas, sino que sea algo mas serio. Todo lo serio que puede ser algo situado al otro lado de la realidad.
Pues nada. Nada gimi¨®. Ni un sollozo en Internet. Yo me fui a ver los fuegos artificiales al puente de Deusto. Mi mujer y yo ¨¦ramos los ¨²nicos que estabamos en el puente viendo el espect¨¢culo. No es que creyese que algo iba a pasar ah¨ª. Pero s¨ª parece que, de pasar algo, ese era un escenario muy adecuado. Pues nada paso. Y, por lo que parece, nadie dedic¨® un segundo a preguntarse si pod¨ªa existir la remota posibilidad, y un sitio apropiado, para tal posibilidad de que algo pasase. Y el personal se quedo en casa. Y nada pas¨®. Alivio. Para la raz¨®n, por supuesto.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.