?Y la mente de Pinochet?
No lo puedo evitar: tengo adentro de mi cabeza un maldito traductor. M¨¢s all¨¢ de la inmediata tristeza y enfado que me caus¨® recibir la noticia de que Jack Straw no iba a permitir la extradici¨®n del General Augusto Pinochet a Espa?a en el proceso que se le sigue por tortura, no pude dejar de fijarme obsesivamente en la peculiar palabra, "minded", que utiliz¨® el ministro del Interior brit¨¢nico para se?alar que estaba inclinado a liberar al dictador chileno. En efecto, Straw ten¨ªa en mente (mind) esa intenci¨®n: no estaba mandando a Pinochet de vuelta a Chile en el mismo instante del anuncio, pero era lo que pensaba hacer de aqu¨ª a siete d¨ªas.Si aquella palabra minded me interesa tanto y me parece clave es porque con ella Straw estaba afirmando sutilmente que ¨¦l posee discernimiento, una conciencia que hab¨ªa calibrado cuidadosamente los informes m¨¦dicos y que en virtud de ¨¦stos, el cuerpo del General no estaba en condiciones de soportar las largas etapas del proceso de extradici¨®n que se avecinaban.
?Y la mente de Pinochet? Por deteriorado que est¨¦n sus piernas, su coraz¨®n, su pr¨®stata, ?tiene acaso suficientes facultades mentales como para entender lo que le est¨¢ pasando, seguir los vaivenes del proceso en su contra, dar instrucciones a sus abogados?
Siempre so?¨¦ con el momento milagroso en que ese hombre soberbio acusado de cr¨ªmenes contra la humanidad iba a tener que mirar la cara de sus v¨ªctimas y escuchar sus lentos testimonios y reconocer el da?o que les hab¨ªa causado, pero tengo que reconocer, a rega?adientes, que si este inculpado (o cualquier otro) carece de una conciencia eficaz, no tendr¨ªa sentido someterlo a juicio. Se estar¨ªa juzgando a un remedo de ser humano, a un mero vegetal de-mente o sin mente, es decir, a alguien que ya no es efectivamente Pinochet.
?Es el caso del General chileno? Sospecho que no, aunque sin tener acceso a los ex¨¢menes patol¨®gicos practicados al paciente es dif¨ªcil saber a ciencia cierta. Creo que Pinochet es todav¨ªa plena y astutamente s¨ª mismo, es decir, recuerda con claridad qui¨¦n es y exactamente qu¨¦ hizo, qu¨¦ ¨®rdenes dio. Estoy seguro de que es capaz de responder a preguntas muy sencillas, como por ejemplo, ?qu¨¦ tom¨® Usted hoy al desayuno? Y hablando de desayunos, ?recuerda los que compart¨ªa Usted en Chile cada ma?ana con el Jefe de su Polic¨ªa Secreta, General Manuel Contreras, una hora y media cada d¨ªa durante a?os? Durante tantas horas y tanto caf¨¦ con leche, ?nunca hablaron, ni una sola vez, de las desapariciones de los opositores del r¨¦gimen? ?Ni una vez se mencion¨®, mientras masticaban tostadas y mermelada, aquello que ocurr¨ªa en los s¨®tanos oscuros que comandaba Contreras, de los aullidos que sal¨ªan de esos s¨®tanos y que buscaban el terror de la poblaci¨®n y la seguridad del r¨¦gimen? ?Nunca Contreras le consult¨® a Usted, que era su superior y Comandante en Jefe, si hab¨ªa que matar o no a Orlando Letelier en Washington y a tantos otros en Chile?
Estas preguntas y tantas otras quedan por responder, y si es probable que, por decisi¨®n de Straw, ya no se le podr¨¢n hacer en Espa?a, todav¨ªa queda la posibilidad, sin embargo, de buscar las minuciosas respuestas en Chile. Despu¨¦s de todo, el Gobierno chileno ha insistido incesantemente en que hay condiciones para juzgar al General Pinochet en su patria y a partir de la semana que viene habr¨¢, al parecer, una oportunidad para ver si tales declaraciones obedec¨ªan a la realidad o si eran falsedades, una mera hipocres¨ªa. Por cierto que se podr¨¢ aducir que si el dictador no est¨¢ capacitado para afrontar un juicio agobiante en el exterior, ?c¨®mo podr¨ªa llevarse a cabo ahora uno en Chile mismo?
La respuesta la va a dar, creo yo, el General mismo. No me extra?ar¨ªa que la conciencia alerta de Pinochet que yace y vigila dentro del cuerpo enfermo de Pinochet, resucitara prodigiosamente al desembarcar en su tierra natal, no me extra?ar¨ªa que la mente de Pinochet que el ministro Straw cree incompetente para seguir los vericuetos de su enjuiciamiento, se pusiera a emitir opiniones repentinas por medio de sus labios dolientes, reivindicando su inocencia y, qu¨¦ duda cabe, saludando con efusiva claridad y hasta coherencia a los partidarios fascistas que han de congregarse para celebrar la impunidad mutua.
Si esto llegara a suceder, en el caso veros¨ªmil de que el General Pinochet demostrara con pasmosa rapidez estar en sus cabales, los hombres que gobiernan a Chile tienen, si son decentes, s¨®lo dos opciones. Una es apurar los juicios contra el dictador, hacerse parte en todas las querellas e indagaciones, poner tanto ¨¦nfasis y energ¨ªa para enjuiciar a Pinochet como han puesto en los ¨²ltimos quince meses en defenderlo. La otra opci¨®n, a¨²n m¨¢s dr¨¢stica, se dar¨ªa en el caso de reconocerse que es imposible, como siempre hemos sostenido, que tal proceso contra Pinochet se verifique en Chile, y entonces el Gobierno deber¨ªa devolver al General al Reino Unido o -?por qu¨¦ no?- enviarlo directamente a Espa?a.
Esto es lo que debemos exigir: a la primera opini¨®n p¨²blica de Pinochet, el primer indicio de que a¨²n tiene mente, mind, lucidez, la primera vez que es un ser que piensa y sabe y recuerda, hay que ponerlo frente a un tribunal. O meterlo en la c¨¢rcel. Que vaya Straw a buscarlo a Chile. Que muestre as¨ª su discernimiento.
Es una ficci¨®n, ya lo s¨¦, mi mente se ha afiebrado, ha discernido castigos donde no los habr¨¢, ha conjeturado futuros de justicia tal vez inalcanzables, sue?os de un mundo donde nadie puede colocarse fuera de la ley
Y, sin embargo, hay un juicio al que Pinochet no puede escaparse.
Es el juicio de la humanidad.
La humanidad tambi¨¦n tiene, como Pinochet, como Jack Straw, como tantos hombres y mujeres que Pinochet mand¨® torturar y matar, una mente. Esa mente no es una entidad m¨ªstica, ni tampoco es una ilusi¨®n ut¨®pica proclamar su existencia. Lo que nos constituye como especie es el intento, en forma balbuciente e insegura, a trav¨¦s de los milenios, de determinar exactamente qu¨¦ significa ser humano y cu¨¢les son nuestros derechos por el mero hecho de nacer y c¨®mo asegurar que quienes vulneren sistem¨¢ticamente esos derechos no puedan evadir su responsabilidad ¨ªntima y ¨²ltima.
El caso de Pinochet va a perdurar como un hito fundamental en esta b¨²squeda de una humanidad mejor, de una mente mejor para una humanidad diferente, la construcci¨®n ardua de una conciencia universal. Lo que pas¨® con el cuerpo insignificante y remoto de un peque?o dictador va a importar menos, con el paso del tiempo, que la ejemplaridad de su detenci¨®n y proceso de extradici¨®n. El retorno accidental de Pinochet a Chile no invalida los avances logrados a partir de su captura. Ah¨ª sigue vigente el inapelable principio refrendado por tribunales espa?oles e ingleses de que cuando un crimen se comete contra la humanidad le toca a esa misma humanidad herida, herida y entera, juzgar y castigar al culpable. Y es un principio que tiene efectos pr¨¢cticos: hoy en el mundo hay miles de hombres viles que destruyeron la vida de sus semejantes, que violaron esos cuerpos y los torturaron, y que no podr¨¢n, a ra¨ªz del juicio contra Pinochet, viajar alegremente, como sol¨ªan hacerlo, al extranjero, hombres que est¨¢n desde ahora en adelante encarcelados dentro de los confines de su propio pa¨ªs.
Durante el siglo que se abre, no van a volver a dormir tranquilos. Ahora les toca a ellos sentir miedo.
Es el regalo final del General Pinochet a la humanidad.
Gracias, General.
Ahora les toca a Ustedes sentir miedo.
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