Memoria del olvido
A. R. ALMOD?VAR
Justicia hist¨®rica para un hombre justo. Pero, adem¨¢s, reparaci¨®n de la memoria colectiva. Eso ha sido, en esencia, la inhumaci¨®n de los restos de Mart¨ªnez Barrio en su ciudad natal, a la que am¨® con la l¨²cida desesperaci¨®n del exilio.
Repaso estos d¨ªas, no sin cierto sobrecogimiento, un libro excelente, imprescindible: Sevilla 1936. Del golpe militar a la guerra civil (Editorial Vistalegre, C¨®rdoba, 1998), del catedr¨¢tico de instituto Juan Ortiz Villalba. Es curioso, y significativo, que haya tenido que ser un cordob¨¦s quien viniera a poner orden y luz sobre la que fue sin duda la m¨¢s tenebrosa y b¨¢rbara actuaci¨®n de los sublevados, la de Sevilla, a manos de un general s¨¢dico y profesional de la traici¨®n, Queipo de LLano. El que llen¨® de sangre nuestras calles para darse a valer ante Franco y Mola. 3.028 fusilados, que al fin se han podido esclarecer -da v¨¦rtigo esa lista del horror que publica el libro-, m¨¢s los que quedan por averiguar (Varela Rendueles llega a los 8.000). A muchos los dejaron pudrirse al terrible sol de julio. Con los dedos de la mano, en cambio, pueden contarse las v¨ªctimas civiles de la furia popular. Verdades incontrovertibles, como tambi¨¦n estas palabras del propio Queipo, en sucesivas traiciones: "Alfonso XIII es esperanza y orgullo de la patria" (1924). "El ej¨¦rcito ser¨¢ el m¨¢s firme basti¨®n de la Rep¨²blica" (1931). "?Usted sabe que soy hombre de honor y republicano de los pies a la cabeza!", le dijo, por cierto, a Mart¨ªnez Barrio, a primeros de mayo de 1936, cuando el sevillano ejerc¨ªa de jefe de Estado interino. Y todav¨ªa tuvo la desfachatez de pedirle, por carta de 23 de junio de ese a?o fat¨ªdico, ni un mes antes del fat¨ªdico d¨ªa, una recomendaci¨®n para su sobrino Gonzalo. Y lo que dijeron de ¨¦l sus superiores: "Queipo es enemigo de s¨ª mismo (...), consagr¨¢ndose a enaltecer su figura destruyendo la de los dem¨¢s" (Primo de Rivera). "Indisciplinado, d¨ªscolo y dif¨ªcil de ser mandado". (Informe que lo pas¨® a la reserva, en 1928).
El contraste con la figura de Mart¨ªnez Barrio es sencillamente brutal. Hombre ¨¦ste de concordia y de mesura inteligente, se granje¨® las simpat¨ªas de toda la izquierda sevillana, como republicano y dem¨®crata insobornable. La pena es que no hubo muchos como ¨¦l. (Indalecio Prieto, Besteiro, entrar¨ªan en esa breve n¨®mina de los que pudieron remediar lo que pareci¨® irremediable, y no les dejaron).
Y la otra pena, la que tambi¨¦n se describe con dolorosa evidencia en el libro de Ortiz Villalba: la desuni¨®n de la izquierda, desgarrada entre anarco-sindicalistas y comunistas, principalmente, reparti¨¦ndose los barrios, sin coordinaci¨®n alguna. Todo un preludio de lo que iba a ser la guerra total. M¨¢s la explosi¨®n anticlerical, a la que Ortiz dedica estas palabras de extraordinaria comprensi¨®n: "Fue un auto de fe al rev¨¦s (...) El hurac¨¢n iconoclasta tal vez no rechazaba la religi¨®n en s¨ª, sino su envoltura de lujo y riquezas". Otros muchos m¨¦ritos acumula este trabajo riguroso (que no ha salido de ninguna universidad), como la recogida, in extremis, de testimonios orales, de gente que, al fin, se ha decidido a hablar, a hacer memoria del olvido.
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