El abismo
Pareciera, de pronto, que el pa¨ªs se nos va de las manos. ETA, con su permanencia en la escena pol¨ªtica, con su negativa a disolverse, con su brutal escalada, ha logrado, parad¨®jicamente, dejar de ser el problema. Lo que tenemos hoy ante nosotros es algo, si cabe, a¨²n peor que ETA: un pa¨ªs que amenaza con dislocarse, un panorama que puede dar al traste con logros de varias d¨¦cadas, una sociedad que comienza a desmembrarse en un proceso de alocada espiral cuyo final es imprevisible. Hoy nos vemos, por vez primera desde el inicio de la transici¨®n, ante el abismo. Un abismo que podemos intuir vagamente a trav¨¦s de los recuerdos y los relatos de nuestros mayores, o por las im¨¢genes que la televisi¨®n nos muestra de otros lugares. Recuerdos e im¨¢genes que, pens¨¢bamos, poco ten¨ªan que ver con nosotros. Cosas de otros tiempos o de otros contextos.Hoy, el v¨¦rtigo ante el abismo comienza a palparse en muchas conversaciones a media voz, en las miradas que dirigimos a nuestros hijos y que proyectan el temor por su futuro, en la ansiosa b¨²squeda a nuestro alrededor de un liderazgo que ponga fin a tanto disparate, en el comentario del amigo que necesita encontrar alguien que comparta sus amargas sensaciones.
Algunos pol¨ªticos tratan de explicar que todo cambiar¨¢ el 13 de marzo. Que ese d¨ªa habr¨¢ un nuevo escenario en el que, supuestamente, podr¨¢n ir encaj¨¢ndose las piezas. Mensaje poco halag¨¹e?o, pues pareciera anunciar que en los pr¨®ximos d¨ªas a¨²n veremos subir el tono del disparate. Debemos resignarnos, al parecer, a aguantar impasibles que un se?or llame agentes del Cesid a quienes ejercen su libertad de expresi¨®n, y que otros se?ores digan que ser¨ªa escandaloso manifestarse junto al lehendakari para luego rasgarse las vestiduras porque ¨¦ste se retire al acabar la manifestaci¨®n por ¨¦l convocada. Debemos resignarnos, supuestamente, a que unos conviertan la manifestaci¨®n de dolor y repulsa de la ciudadan¨ªa en una romer¨ªa de afirmaci¨®n partidista, y a que otros aprovechen el final de la misma para realizar una especie de mitin electoral sin una sola alusi¨®n a ETA, cuyo rechazo hab¨ªa convocado tantas voluntades.
Es posible que quienes han actuado de forma tan irresponsable no hayan sido conscientes de la gravedad de sus gestos, sumidos como estaban en la conmoci¨®n, el dolor, la impotencia, o la frustraci¨®n producida por los brutales asesinatos de ETA. Pero ya est¨¢ bien. Si se elige ser representante p¨²blico, no puede actuarse como un hincha en un partido de f¨²tbol. El pa¨ªs -al menos una gran parte del mismo- reclama a gritos cordura y unidad. Aqu¨ª todo el mundo ha ensayado f¨®rmulas para acabar con ETA, desde negociar directamente con ella sus reivindicaciones -Argel- , hasta intentar atraer a sus representantes de HB a las instituciones -Lizarra-. Y todos han fracasado. Y ninguno ha impedido nuevos asesinatos. Nadie, salvo las v¨ªctimas, tiene demasiadas credenciales para exigir explicaciones. Y todos tenemos, en cambio, bastantes motivos para la reflexi¨®n y la autocr¨ªtica.
Si los pol¨ªticos que as¨ª act¨²an piensan de verdad que pueden exasperar los ¨¢nimos hasta el l¨ªmite, para luego negociar acuerdos el 13 de marzo, demuestran no ser conscientes del sentimiento que embarga a la mayor¨ªa de la poblaci¨®n de Euskadi. El camino que se recorra de aqu¨ª al d¨ªa 12 no s¨¦ si podr¨¢ desandarse en la cafeter¨ªa del Parlamento, pero es posible que no sea tan f¨¢cil de desandar en la calle.
El fantasma de la divisi¨®n social comienza a tomar forma. Constatar, cual notario, que dicha divisi¨®n se consolida, y no hacer nada por evitarla, es desalentador. Si los pol¨ªticos siguen jugando a la destrucci¨®n del adversario, tal vez sean los movimientos sociales quienes deban encabezar la vertebraci¨®n de la sociedad, y el rechazo moral y pol¨ªtico hacia ETA. Los miles de ciudadanos que desfilaron por las calles de Vitoria tras los representantes de Gesto por la Paz as¨ª parecieron entenderlo.
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