"Yo no estoy loco" Los vecinos describen al acusado como un joven mimado y solitario
La puerta del 2? C est¨¢ precintada con cinta azul y blanca de la polic¨ªa. Mar¨ªa, la vecina del 2? B, quiere ponerle cordura a la tristeza. Veinti¨²n a?os de convivencia cordial con Mercedes y Rafael, y tambi¨¦n con sus hijos, a los que ella vio crecer d¨ªa a d¨ªa, se merecen un epitafio certero, alejado del sensacionalismo de algunos medios. "El chaval era lo que era hasta que hizo lo que hizo, yo s¨¦ lo que me quiero decir", explica Mar¨ªa y tiene raz¨®n. Quiere decir, por ejemplo, que es mentira que J. R. P. fuese un chaval raro. Nunca lo fue. Mal estudiante, s¨ª. Reservado, tambi¨¦n. Pero nada m¨¢s. Saludaba con una sonrisa al cruzarse por la escalera, no trasnochaba, ni beb¨ªa, y hab¨ªa empezado a fumar -un cigarrito de vez en cuando- hac¨ªa s¨®lo unas semanas. "El ordenador", explica Mar¨ªa, "lo que le gustaba era el ordenador; se pasaba encerrado en su habitaci¨®n las horas muertas".Muchas noches cenaba solo en su cuarto. Su madre le llevaba all¨ª la comida y lo ve¨ªa enredado en las teclas, mand¨¢ndole mensajes a sus amigos de Internet, enganchado a la v¨ªdeoconsola. Un chaval normal. Mimado, eso s¨ª. Al padre, camionero, le iban bien las cosas . Hab¨ªa semanas que superaba sin problemas las 100.000 pesetas limpias y de ah¨ª sacaba para muchos caprichos de J. R. P. Un ordenador ¨²ltimo modelo comprado hace un a?o por m¨¢s de 300.000 pesetas, conexi¨®n a Internet, una v¨ªdeoconsola Play Station, la matr¨ªcula del gimnasio, dinero para los fines de semana, el sable de samurai...
Y otros lujos que Rafael ni llegaba a intuir. Mercedes, la gran protectora de su hijo, lleg¨® a ocultarle que, durante dos meses seguidos, la factura del tel¨¦fono se hab¨ªa disparado hasta 100.000 pesetas por culpa de la afici¨®n a Internet. Lo que s¨ª ten¨ªa J. R. P. era vocaci¨®n de solitario. Y eso choca frontalmente con la presunci¨®n de que los juegos de rol estuvieran detr¨¢s del crimen.
Hace un a?o, J. R. P. ya intent¨® irse de casa. Le iba mal en los estudios y dej¨® el colegio. Se escap¨®, pero su padre sali¨® a buscarle y dio con ¨¦l. Se lo cont¨® estos d¨ªas a la polic¨ªa, buscando quiz¨¢s una justificaci¨®n para su acci¨®n. "Quer¨ªa estar solo", relat¨® en comisar¨ªa, "tener nuevas experiencias, vivir otras cosas". ?Y por qu¨¦ no te fuiste sin m¨¢s?, le pregunt¨® un comisario. "Porque mis padres", respondi¨® seguro, "siempre me hubieran encontrado". ?Y no sabes que te pueden juzgar? "La ¨²nica justicia que temo es la de Dios, la que pueda venir de ¨¦l". ?No sabes que aqu¨ª tambi¨¦n hay Justicia y te van a juzgar? "?Y cu¨¢nto me puede caer...?".
Fue su primer acercamiento a la realidad, su primer s¨ªntoma de decaimiento tras la fuga y posterior captura. Su tranquilidad, su buen ¨¢nimo incluso, dej¨® helados a los agentes. Pero no fue chuler¨ªa. "Si me pregunta qu¨¦ siento hacia ¨¦l", se sincera un agente con dos d¨¦cadas de servicio, "no puedo decir nada negativo. Tengo l¨¢stima y una enorme incertidumbre por saber qu¨¦ se le pudo pasar por la cabeza".
No hizo falta ser duro con J. R. P. Desde el primer momento asumi¨® los hechos, y no tuvo empacho en explicar los detalles y sus razones. Tampoco eludi¨® referirse a Dios, su gran juzgador. "Yo creo", les explic¨®, "que la vida es como un vaso de agua. Si el cristal se rompe, el agua se desparrama, pero sigue existiendo". Quiz¨¢s por eso, reflexionan los agentes, J. R. P. no ha ca¨ªdo todav¨ªa en la desesperaci¨®n. El agua desparramada de sus padres, de su hermana, debe seguir fluyendo por alg¨²n lugar.
Hay m¨¢s vecinos que comparten la opini¨®n de Mar¨ªa al rechazar la rareza de J. R. P. Consuelo, de su misma edad, vecina de escalera, dec¨ªa ayer muy enfadada: "Hay mucha gente que est¨¢ saliendo en la tele diciendo que eran sus amigos y es mentira. Era un chaval normal". Tanto que Guillermo, ¨¦ste s¨ª su mejor amigo, no le dio importancia a su confidencia de hace una semana. "Voy a matar a mis padres", le anunci¨® J. R. P.
"?Y por qu¨¦ se lo dijiste?", quiso saber el comisario. "Porque", respondi¨® r¨¢pido J. R. P., "era una manera de obligarme, de ejecutar el plan que ten¨ªa decidido".
Otra de las obsesiones de la polic¨ªa durante los interrogatorios era saber si detr¨¢s del crimen se escond¨ªa alg¨²n juego de rol, la emulaci¨®n de alg¨²n h¨¦roe virtual. El hallazgo de dos libros en su cuarto -Ave Lucifer y El poder de la magia- desat¨® las especulaciones. Incluso se le quiso hacer parecer a Squall, protagonista de una v¨ªdeoaventura -Final Fantasy VIII- que ten¨ªa en su cuarto. "?Y te cortaste el pelo as¨ª?", le preguntaron, "?por Squall?": "?Qu¨¦ va...!".
Por si acaso, insistieron. Hablaron de magia, de k¨¢rate, de ritos sat¨¢nicos... y result¨® que J. R. P. hab¨ªa o¨ªdo algo de todo, pero no sab¨ªa en realidad de nada. Ante Sonia, hablaba de farol. Queriendo impresionarla, le contaba por ejemplo que lograba encender velas negras con s¨®lo concentrarse sobre ellas. Ante la polic¨ªa, admiti¨® que era mentira.
Ahora, s¨®lo ante el futuro, un porvenir muy distinto al que hab¨ªa planeado, J. R. P. ni siquiera podr¨¢ desmentir a los que sin dudar lo tachan de samurai loco. "?l estaba convencido", dice un amigo suyo, "de que era un guerrero japon¨¦s, ten¨ªa un libro que se llama Dojo y que explica cu¨¢l debe ser el comportamiento de los samurai. Pero no era violento. Presum¨ªa y poco m¨¢s".
Ayer pas¨® a disposici¨®n judicial. Los polic¨ªas que lo han tratado durante estos d¨ªas tardar¨¢n alg¨²n tiempo en recuperarse. Hubiera sido mucho m¨¢s f¨¢cil si en alg¨²n momento, da igual del d¨ªa o de la noche, consciente o inconscientemente, J. R. P. hubiera dado s¨ªntomas de locura, de mente enferma, de alg¨²n tipo de odio extra?o. Tardar¨¢n tiempo en olvidar una de sus ¨²ltimas frases.
-Yo no estoy loco.
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