Proceso a Jes¨²s de Nazaret
El proceso y la muerte de Jes¨²s de Nazaret han sido interpretados en clave sacrificial, conforme a la l¨®gica de la violencia de lo sagrado, inherente a la mayor¨ªa de las religiones cultuales. La formulaci¨®n m¨¢s extrema de esta interpretaci¨®n es obra del te¨®logo medieval san Anselmo. Seg¨²n ella, Jes¨²s, v¨ªctima inocente, se somete a la muerte por decisi¨®n de Dios, su Padre, para reparar la ofensa cometida por la humanidad contra ?l. Como la ofensa es infinita, debe ser reparada por una persona que sea al mismo tiempo humana y divina. Esa persona es Cristo. Y la forma de pagarla es la muerte. Pero no una muerte cualquiera, sino la m¨¢s dolorosa que mente humana alguna pueda imaginar: la crucifixi¨®n.Cristo habr¨ªa cargado gustoso con la cruz camino del G¨®lgota y habr¨ªa aceptado la muerte sin rechistar en cumplimiento de la voluntad de Dios. En ¨¦l se har¨ªa realidad, en su literalidad, la descripci¨®n que hace el profeta Isa¨ªas de la figura simb¨®lica del Siervo de Yahv¨¦: "Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y rechazado por todos, abrumado por los dolores y familiarizado con el sufrimiento, ante el que se ocultan los rostros. ?l soport¨® nuestros sufrimientos y aguant¨® nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado. Sufri¨® el castigo por nuestro bien y con sus llagas nos cur¨®... El Se?or carg¨® sobre ¨¦l todas nuestras culpas. Cuando era maltratado, se somet¨ªa y no abr¨ªa la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudec¨ªa y no abr¨ªa la boca... El Se?or quiso triturarlo con el sufrimiento y entregar su vida como expiaci¨®n" (Isa¨ªas 53, 3-7).
El Dios que aparece en esta interpretaci¨®n tiene un gran parecido con los se?ores feudales del medievo. El trato que da a su hijo es peor incluso que el dado por aqu¨¦llos a los siervos de la gleba. Se trata de un Dios violento, vengativo, sin entra?as, m¨¢s sanguinario que Moloc, que exig¨ªa el sacrificio de ni?os para aplacar su ira y conseguir sus favores; un Dios no s¨®lo impasible e insensible a los sufrimientos humanos, sino causante de ellos; un Dios que necesita el derramamiento de la sangre de su hijo, hasta la ¨²ltima gota, para sentirse rehabilitado en su honor herido.
El sacrificio de la muerte de Cristo tendr¨ªa car¨¢cter expiatorio: una v¨ªctima inocente paga por todos, y, as¨ª, la humanidad es redimida de sus pecados y consigue la salvaci¨®n. El mismo Cristo habr¨ªa dado sentido redentor a su muerte, entregando su vida como rescate por todos los seres humanos y derramando su sangre para el perd¨®n de los pecados.
Esta interpretaci¨®n sintoniza, en cierta medida, con el sentido salvador atribuido a la muerte de determinados personajes m¨ªticos o hist¨®ricos. Es el caso de Andr¨®meda, encadenada a una roca para ser devorada con el fin de apaciguar al monstruo que hab¨ªa arrasado el pa¨ªs, o de Ifigenia, sacrificada por su padre, Agamen¨®n, para lograr que el viento se tornara favorable a los griegos y pudieran conquistar Troya. No han faltado revolucionarios de los diferentes movimientos de liberaci¨®n que han dado un sentido redentor a su muerte, como han puesto de manifiesto el escritor AlbertCamus y el fil¨®sofo ErnstBloch en dos textos antol¨®gicos. El primero, en Los justos, donde el revolucionario Kaliayev define su muerte como "mi suprema protesta contra el mundo de l¨¢grimas y sangre". El segundo, en El principio esperanza, donde presenta al h¨¦roe rojo sacrificando su vida en aras de un mundo mejor para todos los proletarios del mundo.
La interpretaci¨®n sacrificial del proceso y de la muerte de Jes¨²s ha sido la m¨¢s extendida en la historia del cristianismo, la que m¨¢s influy¨® en la piedad cristiana y la que m¨¢s marcas, incluso f¨ªsicas, ha dejado en los cuerpos macerados de los penitentes y en los cuerpos violados y violentados de las mujeres maltratadas. Desde ella se ha justificado la necesidad de las v¨ªctimas como condici¨®n necesaria para la reconciliaci¨®n de los seres humanos.
Y, sin embargo, no parece que ¨¦sa sea la m¨¢s acorde con los hechos. La vida y la muerte de Jes¨²s constituyen la m¨¢s rotunda negaci¨®n de la violencia de lo sagrado y de la l¨®gica sacrificial, como se ha encargado de demostrar con gran lucidez Girard en su obra El misterio de nuestro mundo y como se deduce de las m¨¢s recientes investigaciones hist¨®ricas al respecto.
Jes¨²s no fue sacerdote, ni perteneci¨® a ninguna familia sacerdotal. Puso en marcha un movimiento religioso igualitario de hombres y mujeres, entre los que no hab¨ªa ning¨²n cl¨¦rigo. Vivi¨® y se comport¨® como un laico cr¨ªtico con la instituci¨®n sacerdotal y con sus pr¨¢cticas cultuales legitimadoras del orden religioso y pol¨ªtico establecido. Asist¨ªa con frecuencia a la sinagoga, lugar de reuni¨®n y de proclamaci¨®n de la palabra de Dios como Buena Noticia de liberaci¨®n para los oprimidos. Su relaci¨®n con el templo fue, sin embargo, distante, cr¨ªtica y conflictiva, como muestran la expulsi¨®n de los vendedores y el anuncio de su destrucci¨®n. Vivi¨® en permanente conflicto con las autoridades religiosas, desafi¨® a los poderes pol¨ªticos y denunci¨® sin contemplaciones a quienes oprim¨ªan a los pobres.
Las razones de fondo alegadas en el proceso contra Jes¨²s ante el tribunal romano son preferentemente de car¨¢cter pol¨ªtico. Jes¨²s no es condenado por blasfemo, sino por incitar a la naci¨®n a la rebeli¨®n, por prohibir el pago del tributo al C¨¦sar y por pretender ser rey (Lc,23,2). Esta ¨²ltima acusaci¨®n fue la que m¨¢s pes¨® en el juicio, como consta en la tablilla de la cruz: "Jes¨²s el Nazareno, Rey de los jud¨ªos", que es recogida por los cuatro evangelistas y cuenta con una s¨®lida base hist¨®rica. Arrogarse la realeza de Israel constitu¨ªa un atentado contra el Imperio y comportaba todo un desaf¨ªo a la m¨¢xima autoridad romana. En definitiva, Jes¨²s es condenado como enemigo del Imperio y, seg¨²n la l¨®gica imperial, como enemigo de la humanidad.
Si todav¨ªa quedara alguna duda sobre las causas de la condena se despejan con s¨®lo fijarse en el tipo de muerte a que fue sometido: la crucifixi¨®n, el suplicio m¨¢s cruel e ignominioso entonces, seg¨²n Cicer¨®n. Era un castigo reservado a los delitos de car¨¢cter civil o militar, que se aplicaba a menudo a esclavos, criminales y traidores, as¨ª como a rebeldes y sediciosos de las provincias sometidas al Imperio Romano, como era el caso de Galilea.
La muerte de Jes¨²s en la cruz -atestiguada no s¨®lo por los evangelios y otros escritos del Nuevo Testamento, sino tambi¨¦n por historiadores romanos y jud¨ªos- no fue precisamente un pl¨¢cido sue?o del que uno ya no despierta, ni se debi¨® a un error del tribunal romano, como cre¨ªa Bultmann. Se enmarca en el horizonte ¨¦tico-subversivo en el que se desarroll¨® su vida. Jes¨²s vive su muerte no de manera impasible, no como un h¨¦roe en olor de multitudes, sino como una persona fracasada, que es abandonada por sus m¨¢s cercanos seguidores, excepto un grupo de mujeres que lo acompa?an hasta el final. Siente pavor, tristeza y angustia, como atestiguan los evangelios. En el momento supremo, comenta el te¨®logo alem¨¢n Moltmann, "sinti¨® desesperaci¨®n". Es una muerte tr¨¢gica, de un patetismo inenarrable y de una crueldad extrema. En nada se parece a la muerte de S¨®crates.
Jes¨²s rompe con la l¨®gica necr¨®fila del sacrificio, que genera v¨ªctimas, y apuesta por la l¨®gica bi¨®fila de la compasi¨®n, que crea una corriente c¨¢lida de solidaridad. Aqu¨ª radica, a mi juicio, la novedad del cristianismo, que la historia no supo captar y que es necesario activar hoy, desenmascarando la violencia sacrificial, tan presente en la cultura moderna bajo formas secularizadas. De esto hay una lecci¨®n a sacar para el futuro, que formula el antrop¨®logo Girard con gran lucidez: "La humanidad entera se encuentra enfrentada a un dilema ineludible: es necesario que los seres humanos se reconcilien por siempre sin intermediarios sacrificiales o bien que se resignen a su extinci¨®n pr¨®xima".
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