El hombre comedido
Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar termina de leer un folio y lo deposita cuidadosamente a un lado antes de empezar la lectura del siguiente. En cada folio hay un solo p¨¢rrafo: el gesto de ponerlo sobre los ya le¨ªdos es siempre exactamente el mismo, y el discurso avanza durante una hora a un ritmo invariable, sea cual sea el tema sobre el que est¨¢ disertando el candidato a presidente, tan comedido en sus expresiones de satisfacci¨®n como en las de firmeza, y hasta en las de desaf¨ªo.El tono de voz de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar es tan mon¨®tono como toda su presencia, pero esa monoton¨ªa es tan perfecta que acaba siendo subyugadora. Vi por primera vez de cerca a este hombre hace ya unos cuantos a?os, cuando a¨²n estaba lejos del poder, y ya daba esa misma impresi¨®n, como de monoton¨ªa invencible, de un fondo de seguridad que descartaba el desaliento y le acorazaba contra el posible rid¨ªculo.
Ten¨ªa la misma cara y la misma expresi¨®n cuando gan¨® las elecciones en 1996, pero entonces esa actitud parec¨ªa la ¨²nica posible, una poquedad equivalente a la modesta escala de su triunfo, al que nadie le daba mucho porvenir. C¨®mo va a ir por el mundo alguien con esa pinta, dec¨ªan, dec¨ªamos, con ese corte de pelo a la ¨²ltima moda de provincias de los a?os setenta, con ese porte articulado y esos trajes que acent¨²an su tendencia a la miniatura, los ojos peque?os, las manos peque?as, el bigote recortado, el peinado a raya de colegial antiguo. Est¨¢bamos acostumbrados a dirigentes m¨¢s barrocos y tempestuosos, con una propensi¨®n a la desmesura, a la abierta soberbia, a una gestualidad casi de caudillos civiles suramericanos. Extra?aba de Aznar que no tuviera ninguna gracia, y todav¨ªa no era perceptible que justamente eso lo volv¨ªa singular.
La ¨²ltima vez que lo vi frente a una figura de gran car¨¢cter fue en el debate sobre el estado de la naci¨®n de hace dos a?os: Aznar, tan comedido, tan en su sitio, con su paquete de folios cada uno con un solo p¨¢rrafo, su corbata lisa y su traje azul marino, parec¨ªa que iba a ser vencido y deslumbrado por la fugaz estrella socialista de entonces, Jos¨¦ Borrell, que subi¨® al estrado con ademanes de tribuno, investido por todas las esperanzas m¨¢s bien atolondradas de una parte de la izquierda, y de una parte seguramente m¨¢s reducida de su propio partido. Estuve ese d¨ªa en la C¨¢mara, y el ambiente era de celebraci¨®n anticipada de la victoria de la brillantez intelectual de Borrell sobre la mediocridad del presidente. Un amigo, periodista ilustrado y con mucha experiencia, me dijo esa tarde, con m¨¢s satisfacci¨®n que clarividencia: "Borrell lo ha machacado".
Y tanto: as¨ª est¨¢ ahora Borrell, y con ¨¦l su partido, y as¨ª sigue el hombre comedido que no parec¨ªa un rival de categor¨ªa para nadie, que no iba a gobernar ni un a?o, que no iba a tener el respeto de nadie en Europa, que se mor¨ªa de miedo cuando se firm¨® el pacto de izquierdas: un don nadie, m¨¢s irrisorio que su caricatura en el reparto de mu?ecos del gui?ol pol¨ªtico. Lo he visto subir a la tribuna con la misma cara que ten¨ªa la primera vez que lo vi, la que mantuvo hace dos a?os frene a las invectivas fogosas de Jos¨¦ Borrell.
La diferencia es que ahora ha ganado las elecciones por mayor¨ªa absoluta, pero ser¨ªa muy dif¨ªcil averiguar esa tremenda novedad mirando la expresi¨®n de su cara, escuchando su voz comedida, nasal, mon¨®tona, que parece tan poco propicia para expresar el entusiasmo como para transmitirlo, pues no tiene el timbre sonoro de las grandes voces mitineras. Tal vez por eso, escuchando su discurso, cada p¨¢rrafo comedidamente mecanografiado en cada folio, se me borra la diferencia entre aquello con lo que estoy de acuerdo y lo que no me gusta nada. R¨ªgido, m¨¢s bien articulado, los ojos neutros y peque?os muy retirados tras el arco de las cejas, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar tiene un repertorio de movimientos tan limitado como el de los dibujos animados japoneses, y apenas mueve los labios mientras habla.
Me gusta escuchar su defensa rotunda de la Constituci¨®n, me dan p¨¢nico las cosas que dice o sugiere sobre la sanidad, y no observo mucha convicci¨®n en su celo por la defensa del medio ambiente o por esos dos grandes proyectos nacionales que deber¨ªan ser la administraci¨®n y el reparto nacional de las aguas y el fomento de los bosques, es decir, los remedios urgentes contra el terrible avance del desierto.
Luego veo desfilar a sus adversarios y empiezo a comprender parte del misterio de Aznar, de su ¨¦xito. La transici¨®n, los a?os socialistas, fueron la ¨¦poca de los liderazgos exacerbados, de las figuras desmedidas o chirriantes, propensas por igual al arrebato que al esc¨¢ndalo. Casi todas esas figuras se han ido de la pol¨ªtica, o al menos de su primer plano, salvo el pendenciero ayatol¨¢ del norte. Ahora ha llegado un tiempo de presencias menos llamativas, lo cual sin duda tiene sus ventajas, aunque a veces a uno lo desaliente el vuelo tan bajo de los debates y las iniciativas, de las actitudes, del lenguaje. Es en ese terreno en el que Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar ha alcanzado la perfecci¨®n: por mucho que lo intente, ninguno de sus adversarios consigue aproxim¨¢rsele en su comedimiento impasible, en su dominio aplastante de la monoton¨ªa.
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