El amor a los colores
Nunca hubiera pensado, cuando me inici¨¦ en la creaci¨®n literaria, que alg¨²n d¨ªa llegar¨ªan a parecerse escritores y futbolistas. Los futbolistas eran unos ¨ªdolos inalcanzables a los que uno segu¨ªa en el campo y en la Marca -como se conoc¨ªa entonces al diario deportivo del mismo nombre-, y los escritores eran unos escondidos que carec¨ªan de relevancia social. Sin embargo, s¨ª hab¨ªa una coincidencia: unos y otros eran propiedad de sus equipos y de las editoriales, respectivamente. Los tiempos cambian y las relaciones contractuales tambi¨¦n. Cuando los autores formaban parte del patrimonio de una editorial, formaban parte, naturalmente, de su imagen p¨²blica; es decir: un autor fichaba por una casa editorial y se instalaba en su cat¨¢logo como parte de la misma. Hoy, algunos editores se quejan de que estamos en un mundo de tiburones donde todos van por todo y los autores pasan de una casa a otra a golpe de talonario; en otras palabras: que se ha perdido la vieja moral de equipo y cada uno va a lo suyo.Normalmente, cuando se producen estas lamentaciones, se suele olvidar la parte negativa del asunto; a saber, que antes los editores se hac¨ªan con la explotaci¨®n de todos los derechos del autor por cuatro perras y en contratos leoninos y que fue su cerraz¨®n la que provoc¨® la aparici¨®n de los agentes intermediarios, lo que, unido a una mejor coyuntura econ¨®mica, hoy castiga duramente sus balances. De eso no tienen la culpa los autores, sino unos editores que no supieron ser lo suficientemente abiertos como para adelantarse a los acontecimientos. Adem¨¢s, inmersos m¨¢s tarde en la fascinaci¨®n por la llamada "gesti¨®n" y los "resultados de gesti¨®n", consiguieron encarecer hasta el disparate un mercado a base de fichar autores en vez de hacer cantera. Lo mismo pasa en el f¨²tbol, que es un arte de pantal¨®n corto. ?Est¨¢ hoy d¨ªa el futbolista entregado a sus colores como anta?o? Pues no. Existen, s¨ª, un Guardiola o un Kiko, a los que muy probablemente les duele en el alma una derrota del equipo. Tambi¨¦n existen escritores que sienten apego por equipos editoriales, pero son los menos y ya pueden ¨¦stos cuidarlos. Porque lo cierto es que la mayor¨ªa de los futbolistas est¨¢n cada vez m¨¢s pendientes de su inter¨¦s personal, de su conveniencia por encima de cualquier actitud de conjunto. Act¨²an en funci¨®n de mantener su cotizaci¨®n porque eso es lo que les asegura el futuro inmediato, sea en un equipo sea en otro. Lo del amor a los colores pas¨® a la historia.
El resultado es que editores y clubes parecen haber puesto su imagen en manos de los autores y los futbolistas. El autor suele ser un tipo muy individualista, dotado de un ego feroz y bastante retorcido; el futbolista tambi¨¦n tiene ego, pero poco cultivado, un ego silvestre. Crear una imagen era una ocupaci¨®n fundamental en la vida de un club o de una editorial. El director literario y el director deportivo dise?aban un equipo, se fichaba para el equipo y con los egos se hac¨ªa terapia. Crear historia era su sentido, fuera en copas alineadas en vitrinas o en novelas alineadas en cat¨¢logos; y las paredes estaban llenas de fotos de jugadores y autores. Pero el dinero que corre por esos r¨ªos lo ha perturbado todo. En estas condiciones, ?qu¨¦ sentido tiene hacer equipos que dependan de alguien que ser¨¢ cesado en funci¨®n de los resultados inmediatos? Pero hay una diferencia de importancia: que as¨ª como el autor es tenido por la mayor¨ªa de los lectores como cabeza visible de su aprecio, los hinchas siempre prefirieron al equipo, aunque adorasen a los jugadores, y la prueba es que a ¨¦stos no les perdonan fichar por el contrario. Bien pensado, la relaci¨®n espect¨¢culo-espectador va a acabar siendo m¨¢s esquizofr¨¦nica que otra cosa. Vean si no al mismo Bar?a, que es m¨¦s que un club: se le va la selecci¨®n holandesa y no puede disputar un partido oficial.
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