Casta son¨¢mbula
Los toros de Mar¨ªa Luisa Dom¨ªnguez P¨¦rez de Vargas, que en gen¨¦rico los expertos llaman Guardiolas, salieron haciendo cosas de manso, tomaron las varas bravos y luego embest¨ªan son¨¢mbulos. Extra?a casta es esa. Toros son¨¢mbulos no sirven a la fiesta y los rechaza el arte de torear.Lo importante, de todos modos, es la prueba de varas. Si los toros la pasan bravos, es que hay en ellos la sangre encastada propia del ganado de lidia. Claro que si en los siguientes trotes van son¨¢mbulos, el mismo razonamiento dicta que la contamin¨® el cruce con un suced¨¢neo, acaso moruch¨®n. O a lo mejor era el Iloveyou. Convendr¨ªa investigar.
El comportamientro de los Guardiolas en el primer tercio constituy¨® una sorpresa. Despu¨¦s de pararse junto a la puerta de chiqueros, escarbar la zona, deambular buscando tablas, admitir aborregados y sumisos que los veroniquearan, en cuanto ve¨ªan un caballo se lanzaban al ataque enfurecidos; y, soportado el varazo carnicero, se revolv¨ªan inquietos para reemprender la pelea. Dos hasta derribaron la acorazada presuntamente inexpugnable y uno desmont¨® de un arre¨®n, lanzando al picador a tomar vientos.
Dom¨ªnguez / Punta, Valderrama, L¨®pez Toros de Mar¨ªa Luisa Dom¨ªnguez P¨¦rez de Vargas, bien presentados, la mayor¨ªa flojos, varios inv¨¢lidos; bravos en el primer tercio, amodorrados en el tercero
Antonio Manuel Punta: pinchazo y estocada trasera desprendida (palmas y saluda); pinchazo, estocada corta traser¨ªsima ca¨ªda y rueda de peones (silencio). Domingo Valderrama: estocada ca¨ªda y rueda de peones (ovaci¨®n y salida al tercio); tres pinchazos -aviso con retraso-, otro pinchazo y dos descabellos (aplausos y salida al tercio). Samuel L¨®pez: tres pinchazos, estocada atravesada trasera -primer aviso-, tres descabellos -segundo aviso-, dos descabellos m¨¢s y se echa el toro (silencio); estocada corta perpendicular baja y rueda de peones (silencio). Plaza de la Maestranza, 8 de mayo. 17? y ¨²ltima corrida de feria. Dos tercios de entrada.
La suerte de varas -bien se vio- es fundamental en la lidia. All¨ª se compulsa el grado de bravura del toro, se ahorma su fortaleza en tanto le hace recrecer el celo, y el ganadero (si es observador y sabe; lo que no ocurre con frecuencia, por cierto) obtiene datos suficientes para saber si las l¨ªneas de la selecci¨®n y crianza de su ganader¨ªa van por buen camino.
Todo esto, naturalmente, si la suerte de varas se hace en forma pues de lo contrario puede salir un churro. Y eso fue lo que ocurri¨®. La gente estaba con que pusieran a los toros de largo, lo exig¨ªa a gritos y ah¨ª empezaba y terminaba toda su sabidur¨ªa sobre la lidia, las varas y la bravura de los toros. Y el tercio se ejecutaba totalmente contrario a las reglas. Manda la l¨®gica que al toro se le sit¨²e en las rayas para el primer puyazo, si lo toma con bravura se le distancie en el siguiente y as¨ª sucesivamente. Y, sin embargo, se exig¨ªa que para empezar los toreros colocaran a los toros en Alcal¨¢ de Guadaira. Y, por supuesto, desde tan lejos no les daba la gana de ir a visitar al picador, as¨ª fuese el mism¨ªsimo Alejandro el Magno tocado de castore?o.
Y luego, la barbaridad de los puyazos. En vez de picar de frente para medir la verdadera codicia y fijeza de los toros, lo hac¨ªan tap¨¢ndoles la salida, envolvi¨¦ndolos en la cruel carioca y meti¨¦ndoles varazo por los lomos traseros.
Terminado el tercio, volv¨ªa la sorpresa. Una vez desaparecidos los picadores, los toros deven¨ªan son¨¢mbulos y no hab¨ªa manera de torearlos, por muchos esfuerzos que hicieran los toreros. Recordaban al toro peruano de las capeas...
El toro peruano de las capeas (el testimonio lo trujo, tiempo ha, el empresario Jos¨¦ Luis Lozano) se lo alquilaban en las fiestas de los pueblos a un indito andino que era su propietario. Ven¨ªan de las monta?as caminando sosegadamente, el indito delante, detr¨¢s el toro atado con una soga. Cruzaban el pueblo mansamente sin meterse con nadie y encerraban al toro en un corral. Cuando lo soltaban, sal¨ªa hecho una fiera, revolcaba peruanos, a unos les part¨ªa un brazo, a otros les abr¨ªa la cabeza, sembraba el terror; y al guardarlo de nuevo entraba el toro en el corral pegando bufidos.El indito, entretanto, se la pasaba empinando el codo y cuando ya no le cab¨ªa m¨¢s licor en el cuerpo, plegaba, y volv¨ªan pac¨ªficamente a las monta?as. S¨®lo que ahora al rev¨¦s: el toro abriendo camino, el indito detr¨¢s, agarrado a la soga, pegando traspi¨¦s y haciendo eses.
Qui¨¦n sabe si por v¨ªa de herencia o de adulterio la casta originaria de ese toro andino les lleg¨® a los Guardiolas. Pues no se explica que, concluida la suerte de varas se conviertieran en g¨¦nero modorro y crepuscular, y anduvieran son¨¢mbulos por el albero. Antonio Manuel Punta intent¨® pases a los de su lote con impecable apostura y mayor voluntad, sin poder cuajar ninguno. Domingo Valderrama derroch¨® valor y torer¨ªa en unas faenas mer¨ªtisimas hechas de aguante y porf¨ªa. Y Samuel L¨®pez, a quien nadie conoc¨ªa en el lugar, se mostr¨® torero de limitados recursos, aunque tambi¨¦n ech¨® el resto. Y hasta sufri¨® un volteret¨®n por consentirle al sexto la descortes¨ªa de faenar son¨¢mbulo y top¨®n.
Tres horas dur¨® aquello. No por culpa de los toreros sino del presidente. Llovi¨® antes de empezar la corrida, operarios acondicionaron el ruedo, y a las seis y media -hora se?alada para empezar-, lo ten¨ªan a punto, incluso hab¨ªa salido el sol. Y apareci¨® entonces uno con un cartel donde se avisaba que retrasaban el comienzo para arreglar el ruedo. Por supuesto nadie lo arregl¨® ya que estaba arreglado. Veinte minutos se perdi¨® con eso, y el p¨²blico, harto de esperar. A lo mejor es verdad que la manzanilla hace estragos.
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