Polvo de oro MANUEL VICENT
Perm¨ªteme que escriba sobre una puesta de sol. En medio de la violencia de Colombia cuya densidad se hace ya irrespirable, al caer la tarde me paseo por la muralla de Cartagena de Indias y desde la plaza de Santa Teresa llega una canci¨®n de amor de Benny Mor¨¦. Contemplar c¨®mo el polvo de oro se posa en la bah¨ªa, desde Bocagrande hasta el Fuerte del Pastelillo, es un ejercicio de espiritualidad, sobre todo si se realiza oyendo los gemidos de placer que las parejas de amantes emiten en el hueco de las troneras, castilletes y aspilleras de este baluarte erizado de viejos ca?ones. Cada 100 metros, a lo largo de once kil¨®metros de muralla alzada sobre el mar del Caribe se perfila un soldado con su desolado mosquet¨®n. Durante estos d¨ªas en cualquier lugar de Colombia s¨®lo he o¨ªdo hablar de matanzas, sicarios, balazos y secuestros, pero en este gran pa¨ªs la muerte y la supervivencia son la misma sustancia y eso hace que la vida posea a su vez un car¨¢cter explosivo. En el coloquio que sigui¨® a una charla se ha levantado una estudiante de secundaria para manifestar la sorpresa que le produce el ver que en Espa?a cada asesinato de ETA aun logra sacar a 50.000 manifestantes a la calle. En cambio cada a?o en Colombia muere de bala m¨¢s gente que norteamericanos en toda la guerra de Corea o de Vietnam y nadie responde. La violencia constituye aqu¨ª un paisaje del alma. ?Podr¨¢s redimirla con una bell¨ªsima puesta de sol? A la ca¨ªda de la tarde las parejas de amantes hacen cola para ocupar las troneras de las murallas de Cartagena. Contra la poderosa belleza de este baluarte se estrell¨® un d¨ªa la codicia del corsario Sir Drake y una sucesi¨®n de bucaneros, piratas y de ej¨¦rcitos coloniales o de independentistas asediados han amasado sus piedras con sangre hasta convertirlas ahora en el lugar m¨¢s id¨®neo para hacer el amor frente a la Historia. Puede que m¨¢s de media Cartagena de Indias haya sido engendrada en los recovecos de esta muralla durante las puestas de sol. Entre mosquetones de soldados las parejas se entrelazan en las troneras cuyo hueco solo deja el espacio justo para dos cuerpos que se amen mucho y desde el mar, llegando de las islas del Rosario, sus siluetas oscuras se divisan formando pespuntes de p¨¢jaros posados en el filo de la barbacana, pero no son p¨¢jaros sino un ej¨¦rcito de amantes que se dispara entre si en este fuerte bajo una luz de oro impulsando la vida hacia adelante.
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