'Pijos' SERGI P?MIES
Creo que la primera vez que vi un pijo fue en 1972. Llevaba un jersey de la Universidad de Boston, unos mocasines y unas gafas de sol. Si lo hubiera visto en cualquier otra ciudad, habr¨ªa pensado que se trataba de un "se?orito" o de un "ni?o de pap¨¢", pero, en Barcelona, a toda esa gente se la llamaba -y, con matices, se la sigue llamando- pijo. ?De d¨®nde viene la expresi¨®n? Hay varias teor¨ªas al respecto. El diccionario define pijo como, por un lado, "miembro viril" y, por otro, "cosa in¨²til, nader¨ªa". Podr¨ªa tratarse de una mezcla de ambas acepciones, algo as¨ª como un miembro in¨²til ambulante, una nader¨ªa b¨ªpeda. Pero esta explicaci¨®n no me convence, sobre todo teniendo en cuenta que, como demuestra el libro de fotograf¨ªas de Colita, Maspons y Miserachs que acaba de publicar la editorial Lunwerg (Gauche divine, 135 p¨¢ginas, 3.900 ptas), algunos pijos fueron -y son- tremendamente divertidos e inteligentes.Seg¨²n fuentes bien informadas (un acreditado fil¨®logo al que consulto telef¨®nicamente), puede que el vocablo pijo proceda de Murcia, donde, por lo visto, sol¨ªa utilizarse no s¨®lo como exclamaci¨®n similar a "co?o" sino para describir a un imb¨¦cil, una teor¨ªa que tambi¨¦n recoge el jugoso y latino The Alternative Spanish Dictionary editado por el Zombie's Language Center (www.geocities.com/SoHo/2937/lp1.htm). ?C¨®mo salt¨® la expresi¨®n de Murcia a Pedralbes? Quiz¨¢ a trav¨¦s de la inmigraci¨®n, la misma que, seg¨²n cuentan, invent¨® el uso del tomate para ablandar el pan de los trabajadores que construyeron el metropolitano de nuestra ciudad. Hay quien sostiene, sin embargo, que antes de escuchar la palabra pijo, recuerda haber o¨ªdo la variante "pijirili" aplicada a ni?atos rid¨ªculos de barrio residencial. Pero algunos de los implicados no recuerdan el momento determinado en el que, como una lluvia ¨¢cida, les cay¨® encima esta escueta denominaci¨®n de origen. Recuerdan, eso s¨ª, las compras en Gonzalo Comella y los amores y desamores entre tubos de escape de motocicletas Montesas y Bultacos que, cual Montescos y Capuletos, escenificaban una estruendosa guerra fr¨ªa en la que la Lobito era un Romeo de color amarillo y Julieta una roj¨ªsima y virguera Cota. Mientras tanto, los hermanos m¨¢s d¨ªscolos de la tribu y amantes de los viajes a Londres se amontonaban en Bocaccio. Lo cuenta Oriol Maspons, inventor del Tuset Street: "?ramos clasistas, como Dios manda". Tan clasistas como Tito. B. Diagonal del radiof¨®nico Al mil por mil.
Adem¨¢s de llevar mocasines Sebago, polos Lacoste y gafas de sol Rayban, los pijos de entonces esquiaban en invierno y sal¨ªan a navegar en verano, aunque, con el tiempo, estas actividades se han ido extendiendo a otras capas de la poblaci¨®n, con lo cual el pijismo ha tenido que superarse a s¨ª mismo subiendo el list¨®n de sus exigencias ante el intrusismo de los que, sin serlo, pretend¨ªan engrosar las filas de este selecto y privilegiado ej¨¦rcito. Gozar de una buena situaci¨®n econ¨®mica era, entonces, condici¨®n indispensable para ser pijo. Luego, como siempre, algunos se apuntaron al carro y, sin contar con el presupuesto adecuado, intentaron hacerse pasar por lo que no eran. Pero siempre se les acababa notando. Sobre todo en la forma de hablar. Arrastrar las palabras, rebozarlas con esa gangosa dicci¨®n, acompa?arlas con muecas y movimientos de melena y cuello requiere a?os de pr¨¢ctica, y saber hablar diferentes idiomas y que siempre suenen a pijo -a lo Ricardo Bofill j¨²nior, vivo retrato de su padre- no se consigue de la noche a la ma?ana.
Del mismo modo que, en el mundo terrenal, los pijos gozan de centros neur¨¢lgicos propios -algunos torneos de tennis o de golf, ciertas regatas, determinados restaurantes, gimnasios, bares y discotecas-, en el mundo virtual empiezan a tener sus propios puertos. Hay uno que, por expl¨ªcito, quiz¨¢ no les guste pero que resulta obligatorio citar: www.Lomaspijo.com. Se trata de un portal de compra por Internet con una selecci¨®n de art¨ªculos de calidad, al mejor precio, y dif¨ªciles de conseguir fuera de EE UU. En la p¨¢gina de acceso, puede leerse "pijos, pero no gilipollas", una declaraci¨®n de principios que intenta reparar una interpretaci¨®n hist¨®rica de los hechos que, amparada por la envidia, el rencor social o la venganza est¨¦tica, pretend¨ªa que todos los pijos eran est¨²pidos. Una afirmaci¨®n tan discutible como que por el simple hecho de ser pobre o de clase humilde y trabajadora uno es honrado y buena gente. Ojal¨¢ todo fuera as¨ª de simple.
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