Los escritores y las cartas PON? PUIGDEVALL
Durante una buena temporada William Faulkner trabaj¨® como telegrafista en una peque?a ciudad del sur americano, el poeta expresionista alem¨¢n August Stramm trabaj¨® desde la adolescencia en la oficina postal de M¨¹nster, Henry Miller cuenta con rabia las desventuradas peripecias que vivi¨® mientras se destrozaba la vida en una oficina de correos neoyorquina, un lugar donde la picaresca m¨¢s s¨®rdida conviv¨ªa con la codicia m¨¢s siniestra, y Charles Bukowski escribi¨® su primera novela, titulada precisamente Cartero, a los 49 a?os, despu¨¦s de situarse cerca del naufragio moral durante los 12 a?os que trabaj¨® en el servicio de correos. Pero mientras me dirig¨ªa hacia el Museo de Arte de Girona, en la Pujada de la Catedral, iba pensando que uno de los enigmas mayores que plantea la curiosa relaci¨®n entre la escritura y las cartas es el que debi¨® de producirse en los despachos de la sede central de correos de Buenos Aires, cuando coincidieron all¨ª dos poetas de vida tan poco meticulosa como Rub¨¦n Dar¨ªo y Leopoldo Lugones, aspirantes respectivamente a alcoh¨®lico y a suicida. Quiz¨¢ haya que buscar la relaci¨®n entre la tragedia cotidiana y el fracaso en todos los ¨®rdenes de la vida muchos a?os atr¨¢s, en la figura del conde de Villamediana, el poeta barroco perteneciente a la familia de los Tassis, creadores de los modernos correos: gan¨® mucho dinero con las postas, tuvo altas rentas y vivi¨® colgado de infinitos pleitos hasta acabar perdiendo la administraci¨®n de sus bienes. Busc¨® el placer por todos los medios y top¨® con un marasmo quietista y un cansancio de la vida: quiz¨¢ m¨¢s de un cartero del presente no desde?ar¨ªa esta frase para referirse a su futuro.Cuando llegu¨¦ a la plaza de los Ap¨°stols, al lado de la catedral de Girona, un vuelo de palomas mensajeras serv¨ªa para inaugurar formalmente la exposici¨®n M'escriur¨¤s una carta?, ideada por Gl¨°ria Bosch y la gente del Museo de Arte de Girona, que puede visitarse hasta principios del mes de octubre en diversos espacios expositivos, desde el Museo de Arte hasta el hospital Josep Trueta. El objetivo es escribir y reflexionar sobre un objeto tan com¨²n como la carta, intentar que la rutina no oculte el verdadero rostro de las cosas, y en las salas del museo y en las p¨¢ginas del cuidado y ¨²til cat¨¢logo se realiza un viaje m¨¢s que completo por el centro y los aspectos laterales del mundo de la correspondencia, desde una breve historia del correo hasta el curioso y molesto ¨¢mbito de las cartas que se empecinan en no llegar a destino: la sombra del inefable Bartleby flota como una amenaza en toda la sala, y el enrarecido ambiente kafkiano se apodera del ¨¢nimo del espectador con las cartas que se evaporan como si un fantasma se tragara las palabras, con individuos que esperan in¨²tilmente que una carta aparezca para modificar el rumbo de una vida, como le sucede al coronel que Garc¨ªa M¨¢rquez imagin¨® en una de sus primeras novelas. Se repasa el arte de escribir cartas y las pr¨¢cticas epistolares desde la Edad Media hasta el triunfo del correo electr¨®nico, hay muestras de las cartas escritas desde la prisi¨®n como ¨²ltimo contacto con la realidad normal y la ¨²ltima carta de un condenado a muerte, se hace una cala en las ilusionadas cartas escritas para los Reyes Magos de Oriente, y se avanza con erudici¨®n en el juego de las cartas inventadas que alimentan novelas como Las amistades peligrosas, de Choderlos de Laclos, y la Pamela de Samuel Richardson. Es evidente que no pod¨ªa faltar en esta antolog¨ªa una referencia al castillo de cartas que Franz Kafka escribi¨® desde Praga a Milena Jesensk¨¢. Pero la exposici¨®n es much¨ªsimo m¨¢s, y el visitante puede observar como la palabra de las cartas es tema de trabajo art¨ªstico en pinturas, cine y literatura, y no son pocos los artistas contempor¨¢neos que han utilizado las cartas en sus trabajos.
Pero mientras iba recorriendo los diversos ¨¢mbitos de la exposici¨®n, iba tambi¨¦n pensando cu¨¢nto tiempo hac¨ªa que no escrib¨ªa ninguna carta, iba pensando en cu¨¢nto tiempo hac¨ªa que no recib¨ªa alguna carta que no perteneciera al car¨¢cter de propaganda comercial, que no me indicara el estado de las cuentas bancarias. Y entonces fue cuando el azar quiso que me fijara en una frase de Gilles Deleuze citada por una colaboradora de la exposici¨®n, Imma Merino: "Cualquier escritura es una carta de amor", y entonces fue cuando los remordimientos por mi sequedad epistolar disminuyeron un poco y me convenc¨ª de que Faulkner y Stramm, Miller y Bukowski, Rub¨¦n Dar¨ªo y Lugones y el conde de Villamediana, desde otro tiempo y otro espacio, me escrib¨ªan cartas en forma de libro, igual que los mensajes de las palomas que a¨²n revolteaban en el cielo de Girona cuando me alej¨¦ del museo con la esperanza, in¨²til, de encontrar en mi buz¨®n la sorpresa de una carta.
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