Un debate turbio
Es curioso, cuando menos, el revuelo organizado con motivo de unas palabras m¨ªas sobre el papel de Adolfo Su¨¢rez y la Constituci¨®n.Sin duda he cometido varios errores en esa entrevista -cuyo texto no revis¨¦-, pero uno destaca sobre los dem¨¢s: la afirmaci¨®n de que Su¨¢rez no quer¨ªa la Constituci¨®n, sacada de contexto, induce a error y puede ser manipulada, como est¨¢ ocurriendo.
Esta pol¨¦mica absurda no cambiar¨¢, sin embargo, la apreciaci¨®n que tengo sobre el papel de Su¨¢rez en la transici¨®n. Porque no s¨®lo fue una pieza clave para el paso de la dictadura a la democracia, sino el pararrayos de todas las invectivas, descalificaciones y odios de una derecha montaraz que no quer¨ªa el cambio, que no quer¨ªa perder su estatus y consideraba a Su¨¢rez -ellos s¨ª- como un traidor a su causa.
Y es esto lo primero que quiero dejar claro. Mi convicci¨®n personal es que sin Adolfo Su¨¢rez el proceso de transici¨®n democr¨¢tica en Espa?a hubiera sido distinto y, con toda seguridad, mucho peor. La UCD y el PSOE, mayor¨ªa abrumadora, y otros grupos pol¨ªticos que hab¨ªan jugado un papel relevante en la oposici¨®n a la dictadura, como los comunistas y los nacionalistas, estuvimos desde un principio de acuerdo en la necesidad de transitar de la dictadura a la democracia.
Discrep¨¢bamos entonces en las formas y los ritmos. No pod¨ªa ser de otra manera, puesto que nuestro punto de partida era distinto: Su¨¢rez ten¨ªa que conducir a una parte del viejo r¨¦gimen a la aceptaci¨®n de la democracia y la base de su estrategia era la idea de un cambio sin ruptura de la legalidad vigente. Su margen de maniobra era estrecho y su riesgo alto. Seguramente hizo lo mejor posible cuando aprob¨® la Ley para la Reforma Pol¨ªtica, pr¨®logo de la convocatoria de las elecciones del 15 de Junio de 1977. Esta Ley no ten¨ªa el prop¨®sito de abrir un proceso constituyente, aunque forz¨¢ramos ese resultado final.
De hecho, las primeras elecciones libres en 50 a?os no fueron convocadas por el Gobierno para elegir una Asamblea Constituyente. Fueron las Cortes las que tomaron la decisi¨®n, una vez elegidas, de abordar inmediatamente la elaboraci¨®n de una Constituci¨®n. Y aqu¨ª viene el punto central de lo que quise transmitir en mis declaraciones: aquella decisi¨®n fue posible porque la relaci¨®n de fuerzas entre los que ten¨ªan su origen en la oposici¨®n al franquismo y los que proven¨ªan del mismo fue distinta a la prevista. Esto hizo ineludible la aceleraci¨®n del proceso.
La Constituci¨®n era un punto que formaba parte de las exigencias b¨¢sicas de la oposici¨®n y no -al menos originariamente- de la estrategia de los reformistas. El resultado electoral hizo posible la convergencia de UCD, PSOE y otras fuerzas democr¨¢ticas en torno a la decisi¨®n.
Nosotros dese¨¢bamos una Constituci¨®n que rompiera, mediante el acuerdo, con la legalidad del franquismo y abriera una nueva etapa. Era la ruptura con el pasado, propia de un partido democr¨¢tico de oposici¨®n a la dictadura, que deseaba pactar con quienes, procediendo del propio sistema anterior, manifestaban una voluntad sinceramente democratizadora.
El talante centrista y reformador del grupo creado en torno a Su¨¢rez, reflejo del suyo propio, permiti¨® un di¨¢logo fruct¨ªfero -del que sale la Constituci¨®n- y suscit¨® el rechazo mas encendido y ¨¢cido por parte de la derecha que no quer¨ªa ese cambio.
Esto es lo esencial. Un acuerdo de fondo, la instauraci¨®n de un r¨¦gimen democr¨¢tico. Una metodolog¨ªa, el consenso. Y como resultado, una Constituci¨®n compartida. Y en ese esquema la contradicci¨®n b¨¢sica no se daba entre Su¨¢rez y nosotros, sino entre quienes empuj¨¢bamos hacia la transformaci¨®n democr¨¢tica de Espa?a y quienes, desde la nostalgia del franquismo, la frenaban y obstaculizaban.
Y ahora, m¨¢s de veinte a?os despu¨¦s, muchos de los que no quer¨ªan la Constituci¨®n alientan un debate turbio, que trata de enfrentar a aquellos que, mediante el di¨¢logo -a veces tenso y no exento de contradicciones- conseguimos su aprobaci¨®n. No hay m¨¢s que ver el celo historiogr¨¢fico con el que los medios de comunicaci¨®n al servicio del poder hurgan en las hemerotecas buscando todo lo que les permita atizar esta pol¨¦mica para darse cuenta de lo que pretenden. En los ¨²ltimos dos a?os, como en plena campa?a electoral, los dirigentes del PP, intentan apropiarse de la Constituci¨®n, incluso de aparecer como ¨²nicos garantes y defensores de lo que rechazaron entonces. Y les ha ido bien. Ahora tratan de ir m¨¢s all¨¢. Porque dif¨ªcil es, pero no imposible, que fracturen a los que estuvimos de acuerdo hace veinte a?os, justamente sobre aquello en lo que estuvimos de acuerdo.
Los ne¨®fitos defensores de Su¨¢rez, o los que lo dejaron en la cuneta, deben saber que no tengo la intenci¨®n de entrar en ese juego, dispuesto como estoy, por respeto a lo hecho y por amistad, a resaltar el papel de Adolfo Su¨¢rez. Mi error ha sido haber dado excusa, que no motivo, para este despliegue de renovadas invectivas, semejantes a las viejas, que oculta intereses espurios.
Porque, puestos a analizar los hechos hist¨®ricos, ser¨ªa interesante sacar del burladero a los que jalean hoy a Su¨¢rez y entonces lo quer¨ªan triturar. Por ejemplo Aznar, que dice haberlo votado en 1977 y que, inmediatamente despu¨¦s, estuvo en contra de la Constituci¨®n, pidiendo una abstenci¨®n activa y militante en el refer¨¦ndum. Estuvo en contra del consenso como m¨¦todo para elaborarla. Estuvo en contra de sus contenidos esenciales : regulaci¨®n de la educaci¨®n, de la econom¨ªa, del derecho a la vida, del Estado de las Autonom¨ªas, etc. Es cierto que lo hizo con la relevancia propia de su responsabilidad de entonces, pero con una sa?a inigualable contra el Gobierno de Su¨¢rez. Basta con acudir a sus textos de la ¨¦poca. Estos no dejan lugar a dudas sobre sus convicciones de anta?o, transformadas hoga?o en exaltaci¨®n y defensa, con vocaci¨®n excluyente, de lo que entonces denigraba.
Entonces era importante d¨®nde estaba cada cu¨¢l en este debate, porque se situaba en el filo de la navaja entre involuci¨®n y democracia. Hoy no hay ese riesgo, pero es necesario identificar a unos y a otros ante las nuevas generaciones.
No obstante, mi deseo m¨¢s profundo es que la mitad de la convicci¨®n con que Aznar y los suyos atacaban la Constituci¨®n y los Estatutos hace un par de largas d¨¦cadas, sea hoy aplicada a asumirla, m¨¢s all¨¢ de su uso como arma electoral. Ser¨ªa bastante, incluso mucho, para los que, con mayor o menor relevancia, nos comprometimos a hacer posible una Constituci¨®n que nos permitiera superar nuestros problemas hist¨®ricos y facilitar la convivencia en paz y libertad.
Acostumbrado como estoy a este tipo de cosas, lo que m¨¢s lamento es que Adolfo Su¨¢rez se sienta mal. Mis excusas porque creo que no lo merece, ni hoy ni en aquellos momentos, cuando tantos de los que ahora salen en su defensa, o alientan el debate ocult¨¢ndose, se comportaron como lo hicieron.
? Podr¨¢ hablarse de este y de otros temas de nuestra historia reciente sin que los de siempre se lancen a enturbiarla?
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