Moret de ida y vuelta SERGI P?MIES
Almuerzo de prensa para presentar el libro Boomerang, de Xavier Moret, en sus versiones catalana (Emp¨²ries) y castellana (Pen¨ªnsula). El almuerzo de prensa es a la gastronom¨ªa lo que el libro de viajes a la literatura: una experiencia individual y colectiva a la vez. Suele haber m¨¢s cubiertos que comensales y m¨¢s anfitriones que periodistas, pero en este caso la asistencia es masiva, el espacio (un reservado del restaurante La Semproniana), insuficiente y la ac¨²stica, m¨¢s que discutible.Moret, sin embargo, conoce el oficio por haberlo vivido a ambos lados de la barrera y despliega algunas an¨¦cdotas de su libro, en el que cuenta su viaje por Australia, realizado en julio y agosto de 1999. Primera constataci¨®n: Moret est¨¢ realmente empollado en la materia australiana y, por el brillo de sus ojos, parece echar de menos algunas im¨¢genes de lo que ¨¦l define como "nueva tierra de oportunidades", ex para¨ªso para convictos y deportados rodeados de leyendas de naufragios y con una historia tan reciente como su topografia, plagada de referencias a un pasado en el que las ciudades tienen nombre de mujer (Adelaida, Alicia Springs...). "Los exploradores bautizaban los lugares con el nombre de sus esposas para perdonarse los pecados cometidos durante el viaje", especula Moret antes de concentrarse en un bocado de lasa?a de butifarra negra.
No hay en su tono ninguna reivindicaci¨®n del sufrimiento como forma de aproximaci¨®n a la tierra -en este caso, tierra de moda y ol¨ªmpica- recorrida. Confiesa que le gusta dormir en hoteles, entre s¨¢banas limpias, no pasar hambre, no sufrir m¨¢s de lo estrictamente necesario y contar lo que ve, ya sean restos de barbacoa (plato nacional), lluvia incesante, monolito sagrado envuelto en un atardecer candente o esquivos abor¨ªgenes evitando ser explotados por alg¨²n aprendiz de Bruce Chatwin. "Ahora est¨¢ de moda decir que Chatwin se inventaba cosas, pero tambi¨¦n lo hac¨ªa Josep Pla y nadie se escandaliza", opina.
Con este viaje, Moret ha descrito un movimiento parecido al de un bumer¨¢n. El impulso que genera la curiosidad y la perspectiva del libro le catapultaron hacia el espacio. Luego, recorri¨® a toda velocidad un territorio salvaje que le sirvi¨® para desmentir t¨®picos y describir, por ejemplo, a los emigrantes europeos descendientes de los que repoblaron esta isla-continente, que ya temen, como si de la peste se tratara, a la nueva inmigraci¨®n de origen asi¨¢tico. Y, por ¨²ltimo, regres¨®, cargado de im¨¢genes y contrastes, al punto de partida.
Aparentemente, el Moret que participa en la promoci¨®n de su documentado libro es el mismo de siempre. Pero, al igual que el bumer¨¢n, cada nuevo vuelo le aporta m¨¢s experiencias y recursos. En pocos a?os, ha volado al Kilimanjaro, a la Am¨¦rica beatnik, posponiendo proyectos de viejas novelas eternamente inacabadas que le sirven sobre todo para eso: posponer, provocar el azar, hacer las maletas y aceptar encantado cada nueva propuesta, ya sea un viaje rel¨¢mpago a Guatemala o, pr¨®ximamente, una aventura financiada por una temeraria fundaci¨®n alemana (un viaje que consiste en meter a 100 escritores de todo el mundo dentro de un tren que ir¨¢ de Lisboa a San Petersburgo deteni¨¦ndose en diferentes ciudades en las que los literatos participar¨¢n en coloquios que imagino lo suficientemente ca¨®ticos para convertirse en material de uno o m¨¢s libros).
Pero volvamos a Australia. Fue all¨ª donde Xavier Moret descubri¨® que si lanzas un bumer¨¢n y ¨¦ste no regresa, la culpa es tuya y s¨®lo tuya, nunca del objeto nacional del pa¨ªs de los koalas gandules y sobrevalorados. Al volver a casa, Moret escribe que, siguiendo las instrucciones del lanzador nativo que se lo vendi¨®, practic¨® y practic¨® sin conseguir jam¨¢s que el bumer¨¢n regresara al punto de partida. La iron¨ªa, que Moret cultiva con socarrona naturalidad, le lleva a sospechar que le vendieron un bumer¨¢n defectuoso.
Pero, conoci¨¦ndolo, s¨¦ que volver¨¢ a intentarlo no s¨®lo por prurito personal, autoestima o lo que demonios sea, sino por escenificar una representaci¨®n gr¨¢fica de la vida, que convierte algo tan aparentemente in¨²til como el correcto lanzamiento de un bumer¨¢n en la expresi¨®n de muchas otras cosas. Y sospecho que un d¨ªa recordar¨¢ este viaje y, por primera vez, se saltar¨¢ los consejos de su instructor-vendedor y lanzar¨¢ el bumer¨¢n con fuerza y a su -de ¨¦l- manera. Y entonces, dibujando una majestuosa trayectoria (de esas que en el cine suelen filmarse a c¨¢mara lenta, envolvi¨¦ndola en una m¨²sica ¨¦pica y emotiva e insertando flashbacks fragmentados de, pongamos, Byron Bay, Paronella Park o Canberra, jarras de cerveza vac¨ªas o ej¨¦rcitos de canguros atropellados por inmensos camiones asesinos), el bumer¨¢n culminar¨¢ su recorrido y regresar¨¢, alehop, a sus manos. Pero como no habr¨¢ testigos ni fuente autorizada para dar fe del milagro, Moret no se lo contar¨¢ a nadie. Porque lo mejor de los viajes es, casi siempre, lo que no contamos.
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