Arzalluz o la Kournikova
ENRIQUE MOCHALESEs mi deseo no hacer nada este verano, nada de fatigoso, nada m¨¢s que remolonear tirado bajo la sombra del techo, que para palmeras no me llega, mientras veo en la televisi¨®n por cable alquilada al efecto todos y cada uno de los partidos de la Kournikova. ?Dios santo, qu¨¦ maneras, qu¨¦ saque, qu¨¦ resto! Todo lo tiene esta chica para el tenis, y mis ojos pelotean cuando sigo su gr¨¢cil figura por la pista. Y de pronto, cambio de canal y veo a Arzalluz, con la vena de la frente hinchada y el rostro enrojecido, arrebolado en la soflama. Y aqu¨ª es cuando planteo, en un delirio surrealista, la pregunta del mill¨®n de d¨®lares: ?puede Arzalluz competir con la Kournikova en audiencia?
Por estas fechas, en las que yo no tengo posibilidad de irme de vacaciones, el hijo de una amiga m¨ªa se ha ido a Inglaterra un tanto obligado por las circunstancias, y me ha dicho que le grabe las cintas de los partidos de su musa. Por estos d¨ªas muchas madres mandan a sus hijos a Gran Breta?a, porque en su pa¨ªs de origen los chavales no obtienen todo el ¨¦xito acad¨¦mico que fuera de desear. La consigna es: "Este verano te vas a Londres a trabajar y aprender ingl¨¦s", y ah¨ª van los chavales, por tierra, mar y aire, prestos a servir pizzas. Gran epopeya la suya, que han de sufrir penalidades gastron¨®micas, que han de hacer camas en el hotel cuando era mam¨¢ la que siempre se encargaba de eso, que han de lavarse la ropa y hacer encima sus tareas de ingl¨¦s, mientras que otros van, sencillamente, a estudiar o pasarlo bien.
-Por favor, gr¨¢bame lo de la Kournikova -me dijo el chaval-. Ya ver¨¦ los partidos cuando vuelva.
Y ah¨ª le tenemos al muchacho vasco busc¨¢ndose la vida en Londres, hasta que al final consigue el piso, el trabajo en el pub o en la pizzer¨ªa, se hace con las ayudas necesarias, ve el ambiente, examina lo que hace la gente, y se dice a s¨ª mismo que ha de comprarse una bicicleta, para ir r¨¢pido sin consumir, ni polucionar, ya que sus piernas se lo permiten. Una vieja y humilde bicicleta de segunda mano que le llevar¨¢ volando por las animadas calles, hasta el centro de toda sabidur¨ªa: el pub.
Suprema aventura de la existencia es esta de emigrar a otro pa¨ªs, aunque s¨®lo sea moment¨¢neamente, aunque solo sea por un tiempo corto. De estas experiencias singulares se conservan recuerdos que nunca se borrar¨¢n del todo de la mente del joven temporero. Como ¨²ltimamente me he comprado un grabador de conferencias, me decido a entrevistar al muchacho telef¨®nicamente -por qu¨¦ no entrevistar a un chaval que se ha ido a Inglaterra a trabajar- pidi¨¦ndole unas impresiones generales de su viaje.
-Esto est¨¢ bien -me dice -. Hay bastantes ayudas para la juventud, se respira un ambiente abierto. Se encuentra trabajo. Esto es bastante civilizado. Adem¨¢s, desde aqu¨ª me estoy viendo todos los partidos de la Kournikova, que incluso los tienen grabados.
De pronto, me doy cuenta de que Arzalluz a¨²n sigue en la pantalla del televisor. ?Arzalluz ha ganado a la Kournikova en mi monitor! ?No es posible! Esto empieza a preocuparme. ?Ser¨¢ el glamour de Arzalluz tan superior al de la tenista?
-Entonces, ?seguro que est¨¢s bien? -le interrogo-. ?Est¨¢s dejando bien alta la ikurri?a?
-?C¨®mo dices? -me pregunta.
-Que si est¨¢s dejando bien alta la ikurri?a.
-Ah, s¨ª -dice el chaval, un tanto confundido-. La ikurri?a. S¨ª, claro.
Y entonces me doy cuenta de que algo falla. Uno de los dos, o ¨¦l o yo, estamos en otro mundo, y sospecho que tal vez pueda ser yo. Nuestra conversaci¨®n telef¨®nica se ha convertido en una especie de torre de Babel. He olvidado que el chaval no est¨¢ en nuestro registro, en nuestro universo, en nuestro plano nacional de cada d¨ªa. No ve las caras que nosotros vemos diariamente en el televisor. No ve a Arzalluz. Prefiere a la Kournikova. Y la verdad es que no me extra?a nada. As¨ª que me despido de ¨¦l, cuelgo el tel¨¦fono, y cambio de canal.
Afortunadamente la Kournikova contin¨²a saltando y raqueteando, ajena a todo, como yo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.